Manual sobre el fracaso en tres tomos, de Leonardo Cano
Por Pedro Pujante.
Una de las virtudes que suelen mostrar los escritores genuinos, aquellos que escapan del mainstream por la puerta grande de la originalidad y se erigen como únicos, reconocibles y audaces, es la capacidad de moldear el lenguaje a su antojo. Hacer que las frases cobren plasticidad y que el lector, por muy avezado que sea, tenga la sensación de transitar por un escenario nuevo, sea capaz de sorprenderse y llegue a comprender que el lenguaje es una ‘máquina blanda’ que se ha de doblegar, desplazar y amoldarse a las exigencias del texto. Y eso es lo que se aprecia en La edad media, opera prima de Leonardo Cano, un autor que acaba de demostrar que ha llegado para quedarse con una obra vigorosa, adictiva y escrita con un pulso de orfebre.
Con una prosa sólida, una propuesta arriesgada y novedosa, La edad media es una novela generacional en la que tres historias son trenzadas para formar una sola estampa, el retablo en el que un grupo de jóvenes deambulan por la vida. Desde sus iniciales años escolares, pasando por la incipiente madurez, ¿edad media?, hasta llegar a un mundo despiadado de adultos y máscaras en el que tendrán que desenvolverse por ellos mismos.
La trama, salvo algunas anécdotas memorables, es en su conjunto deliberadamente banal. Nada ocurre que no le haya ocurrido a cualquier grupo de muchachos de clase media alta, más o menos. Vicisitudes en el colegio, los abusones, los empollones, la niña guapa, el tipo duro, el enchufado. Los exámenes, la influencia de la música, los tebeos, las borracheras, las marcas, la poesía. El grupo de amigos como escenario. Y el amor, a veces cursi, a veces tierno, a veces estereotipado. Y más adelante, la aplastante rutina laboral, una relación a distancia, el intento de prosperar en una realidad configurada para que tan solo los más aptos alcancen la cima.
Hay tres narraciones, en tiempos distintos, que estructuran La edad media. La primera cronológicamente, narrada con un lenguaje directo, a veces coloquial y áspero, se parapeta en una ambigua primera persona del plural, para dar voz al grupo de jóvenes escolares. Esta es una sección que me ha resultado verdaderamente emocionante, eléctrica y sincera. Las marcas de pantalones, los grupos de rock, los encuentros en los bares y las rivalidades entre compañeros de clase están narrados con tal realismo e inmediatez que el lector tiene la impresión de encontrarse en aquel mundo pretérito, y más, cuando se tiene la suerte, como es mi caso, de pertenecer a esa generación, por edad, por geografía que aquí se relata.
La segunda trama se dirime en un chat. Es el diálogo incesante, distante pero íntimo de una pareja que vive en ciudades distintas. Fauró y Julia comparten su idilio, oscilando desde el abrumador deseo a la frialdad de la ausencia. Seremos testigos de cómo su relación se balancea de un extremo a otro, de cómo sus aspiraciones y planes en común están sometidos a fuerzas invisibles y que difícilmente saldrán bien parados. Porque, como ya nos anuncia, en forma de prolepsis, la tercera trama situada en un futuro respecto a las otras dos, la relación entre Fauró y Julia no habrá de acabar como quizá esperaríamos.
Esta tercera hebra del entramado narrativo ausculta de un modo preciso el mundo judicial. A veces la relación de objetos y acciones burocráticas son expuestas con una exhaustividad casi tediosa, como si Cano pretendiese hacernos partícipes de esa abulia y asfixia que los personajes han debido de soportar. Un mundo kafkiano reactualizado, pero de un realismo tan acuciante que impacta y sobrecoge.
La habilidad a la que aludíamos al comienzo está precisamente en haber compuesto una historia de aparente sencillez argumental con un laborioso juego estilístico. En cada una de las tres tramas ha manejado un registro idiomático distinto, y se ha valido de una estrategia narrativa diferente. Además, la originalidad y la búsqueda de experimentación formales no se vuelven lastres para la lectura. Todo lo contrario, el estilo y la prosa de Cano funcionan a la perfección y están en total consonancia con el hilo argumental.
La parte de la infancia, con ese ritmo endiablado de anáforas, que recuerdan aquel bello libro de Ayesta, Elena o el mar del verano, trasmite la sensación de que el pasado transcurrió tan veloz que casi no hubo tiempo de detenerse un instante. Pero la belleza de la infancia que presenta Cano no es tan pura ni idílica. Hay en esta parte una radiografía cruel de la realidad, con sus claroscuros, con sus bondades pero sobre todo con sus mezquindades, excesos y malicias.
En el dilatado diálogo de chat amoroso Cano trasmite una realidad impactante. Las conversaciones triviales de una pareja enamorada son expuestas con tal transparencia que de algún modo reflejan lo patético y absurdo que subyace en ellas.
Y en la parte que se narra el mundo laboral, Cano disecciona de nuevo la crudeza, la frustración y las aspiraciones como motor de una generación agotada. Sentimientos confusos que a la postre son ese éter en el que naufragan nuestros protagonistas, haciendo que La edad media funcione como un manual sobre el fracaso.
Estas tres historias, que en realidad son una sola, estas vidas enfrascadas en un mundo hostil y omnímodo son un espejo en el que al mirarnos descubrimos el reflejo sucio de la frustración, de los anhelos quebrados, del desconsuelo y la derrota.
Una novela intensa, un autor con una voz imponente que reconstruye la realidad a través de una poesía cruel pero luminosa.