Chevalier (2015), de Athina Rachel Tsangari
Por Jaime Fa de Lucas.
Otro ladrillo más para el edificio de la nueva ola de cine griego. Absurdo, frialdad, exploración peculiar de las relaciones humanas… Si bien la única creación de Tsangari que conocía hasta el momento, Attenberg (2010), me dejó indiferente, esta Chevalier funciona bastante bien y resulta muy entretenida. Más allá de algún tropezón visual y de que la idea acaba algo desgastada al final del metraje, es una película divertida, que aporta frescura en comparación con lo que suele ver la luz hoy en día.
La película está rodada íntegramente en un barco y sus alrededores. Se centra en un grupo de hombres que han hecho una escapada para hacer submarinismo. Todo normal hasta que deciden participar en un juego. Este juego determinará quién es el mejor hombre; el premio: el anillo Chevalier. A partir de ese momento los amigos se convierten en rivales y empiezan a competir de manera absurda, midiendo la rapidez limpiando, las habilidades en la cocina, los niveles en un análisis de sangre, etc. Irán con un cuaderno a todas partes y apuntarán las debilidades de los otros. No habrá ni un respiro.
Tras el comienzo del juego la película entra en una dinámica en la que el espectador no sabe cuándo los hombres están relajados, dialogando, pasándolo bien, y cuándo están siendo medidos o juzgados. Genera una situación que suele sufrirse en nuestra cotidianidad, sentirse observado y juzgado desde todos los frentes. Esta idea enlaza muy bien con el predominio actual de la imagen, una tendencia que va aumentando poco a poco y que conlleva un nivel de superficialidad bastante elevado, algo que retrata la película bastante bien. Evidentemente, si alguien es mejor o peor no se puede medir, no es algo cuantificable. En concreto, el film presenta lo que sucede cuando la imposibilidad racional de medir lo cualitativo nos obliga a guiarnos por factores puramente cuantitativos. Esto desencadena una serie de comportamientos y juicios que caen en el absurdo.
Desde un punto de vista sociológico, cabe mencionar que el film muestra dos direcciones. Por un lado, se puede entender como una crítica a esa inclinación masculina a competir para ver quién es el mejor. Cada situación rocambolesca un tortazo en el rostro del ego masculino. Por otro lado, se podría ver como una crítica a las clases sociales más altas, pues una vez que lo tienes todo –un barco, la posibilidad de hacer submarinismo, etc.–, sólo queda gastar el tiempo con juegos estúpidos. Al final de la película se insinúa que la tontería de las clases altas se pasa a las clases bajas, ya que la tripulación del barco –camarero, cocinero…– empiezan su propio juego para ver quién es el mejor.
El principal problema de la película es que la idea se absorbe rápidamente y pasada la hora de metraje parece que los sucesos empiezan a funcionar como repeticiones que lo único que hacen es remarcar el absurdo. El último tramo de la película, quizás consciente de la reiteración, profundiza un poco más en la vida personal de los protagonistas, como si tratara de remontar el vuelo, pero lo logra a duras penas. Habría que señalar otro detalle negativo, y es que en una de las secuencias aparece claramente la cámara reflejada en un espejo, un pequeño fallo que resta perfección a la obra –puesto que no parece algo voluntario–.
Es probable que uno de los mayores responsables de que el film salga airoso sea Efthymis Filippou, guionista que colabora habitualmente con el director Yorgos Lanthimos, de hecho, se aprecian ciertas semejanzas entre la última película de Lanthimos, Langosta (2015), y esta de Tsangari. Si en Langosta los protagonistas tenían ciertos problemas de visión, metafóricamente, para percibir la realidad y no dejarse llevar por las convenciones sociales, aquí también se presentan individuos que son incapaces de verse a sí mismos, de valorarse tal y como son, y que siguen ciegamente lo que impone el colectivo. En este sentido, es interesante cómo la reiteración de planos en los que se juega con los espejos refuerza esta idea, subrayando la incapacidad de los hombres de aceptarse a sí mismos si no es a través de una reafirmación a través de los ojos de otro. También resulta paradójico que sean hombres que hacen submarinismo, que se adentran en las profundidades del mar, pero luego en la vida real no son capaces de sumergirse y percibir lo verdaderamente profundo.