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Jesús Carrasco: “Hay que ser muy cuidadoso cuando se narra la violencia”

La tierra que pisamos

Jesús Carrasco

Seix Barral

Por Carlos Madrid (@carlosmartnez90)

jesucc81s-carrasco-_-copy-elena-blancoTocar un libro de Jesús Carrasco (Olivenza, 1972) es introducir las manos en la tierra. Abrirlo, un impacto de olores rústicos. Leer sus novelas es un despertar de los sentidos; una inmersión emocional a través de la naturaleza. Pero también encierra el contrapunto: ese maltrato que le infligimos los seres humanos; ese aprovechamiento desmesurado con consecuencias manifiestas.

‘La tierra que pisamos’ (Seix Barral) evidencia la reaparición del Carrasco más telúrico a través de una narración de invasores e invadidos; de silencios llenos de diálogos; de miedos y violencia que mudan en amparo; pero sobre todo, una relación de amor y pertenencia a la tierra detallado desde su lado más emocional.

La tierra es el núcleo de la novela, la cual encierra tintes trascendentales. Pero, ¿qué significa para usted?

En la novela diferencio dos tipos de tierra: la tierra con minúscula, la que podría definirse como terruño; y la Tierra con mayúscula, como esfera. El primer concepto para mí es algo importante ya que significa raíz, significa identidad… y en torno a esos conceptos he querido reflexionar en la novela. Respecto al concepto como planeta, hay preocupación por el medio ambiente, o por el trato que le damos al planeta en general. 

¿Cómo cree que nos relacionamos actualmente con ella?

Mal. Muy desequilibrada. Somos seres que tomamos y no devolvemos, o no devolvemos en función de lo que tomamos. Eso es una situación anómala y vemos que tiene consecuencias, vemos que tiene la respuesta de la Tierra. Están sucediendo situaciones que antes no se daban, y que claramente tienen que ver con la incidencia del ser humano. Hasta este momento todas las inclemencias correspondían a motivos naturales, pero desde hace unas décadas vemos que esas dinámicas han cambiado.

Sin embargo uno de los protagonistas, Leva, tiene un vínculo muy puro con la tierra. 

Leva representa la relación más emocional con la tierra, con el terruño; más desde las tripas. De hecho, casi la completa identidad de Leva, nace de esa relación con la tierra. Todo su mundo se circunscribe a su pequeño pueblo, del que nunca ha salido, y sus relaciones familiares y de amistad están relacionadas con la tierra, con el espacio. Es este punto de donde arranca la novela, pero también mi preocupación a la hora de iniciar la estructura con la obra; esa relación pura de la que hablas.

Podría recordarnos a las civilizaciones pretéritas, como por ejemplo los incas, que dignificaban la tierra.

No hace falta alejarse tanto. Me remonto a la relación que teníamos en nuestro país hasta hace muy poco, y que por suerte aún se conserva en algunos lugares. Dada la evolución de la sociedad moderna y su concentración en zonas urbanas, esa relación de subsistencia y de simbiosis con la tierra se va disminuyendo. Todo ese contenido ancestral, que podemos ver en cualquier civilización antigua, aparece en el modo en que Leva se relaciona con la tierra. Tiene un modo muy parecido a la que podría tener un Yanomami con la selva amazónica, es decir, de subsistencia, de supervivencia, de simbiosis.. También de resistencia; la tierra no regala nada, hay que aprender a dialogar con ella y a obtener sus frutos del trabajo y la inteligencia del ser humano.

Se trata de una novela muy política; discurre entre un Imperio, invasores e invadidos.

No era mi intención hacer una novela política. Esto es una consecuencia que nace de la idea de contar la historia de un individuo y su relación con la tierra. A partir de esa intención, surge la necesidad de encontrar un contexto para contar lo que yo quería, una ocupación de la tierra que afectara a su sensación o a su situación. Para eso he montado un transfondo social y político absolutamente ficticio, que es el de la invasión, y que por momentos puede parecer que es principal dentro de la novela, ya que por momentos cobra mucha relevancia, pero es una consecuencia. Si hubiera seguido escribiendo durante más tiempo, quizá se hubiera convertido en una novela netamente política.

¿Podría traernos ese imperio reminiscencias germánicas?

Podrían ser germánicas. En el imaginario de todos están todos los episodios de la II Guerra Mundial, de las ocupaciones nazis de muchos países europeos… Pero no he querido denotarlo de esa manera particular, no he querido que hubiera cascos alemanes, no quería identificar claramente con un imperio concreto, ya que no quería que fuese una novela histórica, un ensayo. Quería utilizar la idea de imperio como concepto, como el portador del poder, de un poder vertical y de dominación. No quería que tuviera nombre propio. No quería que fuera Alemania, o Rusia, o Inglaterra, grandes potencias invasoras, ya que no quería contaminar la historia; quería que discurriera por otro lugar más simbólico. 

También podría tomarse como el reflejo de la actualidad.

Siempre lo es. Cualquier obra refleja un poco el momento en el que se escribe. Tampoco era mi intención hacer una metáfora de lo que está viviendo ahora Europa con la crisis de los refugiados, pero sí que es cierto que la actualidad se cuela. Hay otras partes que también se ven influenciadas, como el diálogo, o la reflexión en torno a la idea de nación, que también están presentes. Es algo que también está de actualidad en España, con el movimiento independentista en Cataluña o el vasco. Sin quererlo, sin ser la intención de la novela, al final siempre aparece.

Conocemos la relación entre invasores e invadidos a través del vínculo entre Eva y Leva, cuando este último invade su propiedad. En un principio Eva se siente temeroso ante él, pero a la vez superior.

Es una dinámica típica del colonialismo, que se podría extender a la situación política actual en Europa. El hecho de levantar vallas y cerrar fronteras no es un síntoma de bienvenida hacia esos refugiados. Por supuesto que sentimos miedo, recelo al diferente… No sé si es el miedo al diferente, o más bien a que nos hurten nuestros privilegios, a nuestra forma de vida privilegiada: con protección social, con sociedades organizadas, democráticas… es natural que países que están en situaciones de guerra o situaciones peores, quieran venir a nuestro lugar. Por contrapartida, nuestro impulso es el recelo, el miedo, el rechazo, cuando no de violencia contra ellos.

¿Cómo va evolucionando esa relación? Leva le ayuda a realizarse, le supone un viaje hacia la verdad de ella.

Se produce un encuentro entre seres humanos en diferentes momentos de la vida, de la experiencia, de la sabiduría, y cuando se produce un encuentro entre humanos en ese punto supone siempre un trasvase de emoción, de sabiduría… siempre que se tengan las puertas abiertas. Eva sin quererlo, aprovecha la presencia de Leva. También es un premio a su valentía porque podría haberlo rechazado de primeras. Cede al miedo y permite que esa relación se produzca. Eso le lleva a una transformación de su persona que ni siquiera sabía que necesitaba, pero que requería. Es esa disponibilidad que debemos tener a que la vida nos condicione, es decir, no sentarnos en una silla a ver la vida pasar, sino estar con las puertas y las ventanas abiertas a ver si esa vida que pasa por delante de nosotros tiene importancia. En el caso de Eva es clara. Es el único personaje que se transforma, y esto es gracias a su encuentro con Leva.


Una relación basada en monólogos, donde toma mucha relevancia el silencio.

JCarrasaco.jpgPara mí el silencio es muy importante, sobre todo como espacio vacío para que el lector pueda poner su diálogo, su emoción. En el caso de esta novela cumple otra función dentro de lo narrativo: obliga a la mujer a que recree la vida de Leva. Ella no la transcribe, no actúa como notario; ella tiene que interpretar los silencios, su propia presencia, tiene que imaginar, actuar como un detective o como un escritor, reuniendo piezas para contar la historia de Leva, pero que al final es su propia historia. En ese sentido el silencio cumple una función principal, tanto de cara al lector, como de cara a la novela.

El lector tiene mucho peso en la obra, deja espacios abiertos para que la imaginación interactúe.

Para mí es una forma inevitable cuando escribo; quiero que el lector participe. Me parece más interesante la lectura cuando el lector puede participar, cuando puede hacer suya la obra e identificarse con ella. Para que ello suceda el escritor tiene que dejar un hueco. Yo intento hacerlo, intento que en lo que escribo exista ese espacio para el lector. Desde ese punto de vista escribo los libros que a mí me gustaría leer; que la obra me envuelva y me impregne de la mejor manera posible.

También impera la violencia a lo largo de la obra.

La violencia está muy presente en todo el libro. La violencia era necesaria para poder contar la historia de Leva, porque me planteaba contar la historia de un hombre al que se le ha quitado todo; lo que se le arranca a Leva sólo se le puede arrancar con el uso de la violencia. Pero al mismo tiempo hay un interés hacia la historia del SXX en Europa, una historia muy violenta. Europa sufre en este siglo dos guerras mundiales que son dos auténticas carnicerías. A mí esa sombra me interesa mucho, aunque los momentos previos también; el SXIX, el colonialismo, la hegemonía europea en África y en Asia… Era prácticamente imposible escribir esta novela sin que apareciera la violencia en forma de guerra, de invasión… cualquiera de las formas de violencia que se han dado en estos siglos.

Una violencia que no detallas, sino que insinúas.

Hay que ser muy cuidadoso cuando se narra la violencia. Un exceso puede delatar exhibicionismo o masoquismo. No soy una persona que le guste la violencia, ni que se maneje bien en ella. En ese sentido intento narrarla de la manera más indirecta posible. También hay en la novela un par de escenas muy explícitas, pero intento que siempre sean lo más indirectas posibles para huir de ese peligro de recrearme en la mera violencia que me parece que es estéril.

La naturaleza marca el ritmo de la obra, la sosiega.

Supongo que es sosegada porque yo lo soy. Dado que está ambientada en el mundo rural, en una finca aislada de un pueblo pequeño, con muy pocos personajes, con muy poco tránsito… Yo diría que el ritmo lo marcan casi las nubes. En varios momentos yo hablo de cómo se mueven las nubes, que se mueven candenciosamente. Ése podría ser el ritmo de la novela. Los dos personajes se sientan bajo el cielo a desarrollar su relación, y lo hacen bajo el ritmo de las plantas, de las flores. del sol y de los días. No Hay nada que pueda perturbarlos. 

¿Cree que con sus novelas ayuda a concienciar sobre el problema medio ambiental que estamos viviendo?

Me encantaría, pero no soy tan pretencioso. Yo hablo de lo que me preocupa, y desde luego una de esas cosas es el medio ambiente, en el sentido de preocupación social y político. Aunque no sea una forma de hacer propaganda o apología del conservacionismo, desde luego eso está de manera intencionada. Hay un relato de la destrucción del medio ambiente, que es lo que me preocupa. Si alguien lo lee y le sirve para tomar conciencia, sería para mí un éxito como narrador.

Esto que dice se siente en la novela, se huele, se toca… está escrita desde lo más profundo.

Trato de hacerlo. Me resultaría difícil estar tres años de mi vida en un proyecto sin que haya una emoción detrás, algo verdaderamente profundo. Siempre pienso que para llevar un proyecto tan largo, tiene que haber algo muy poderoso para en los momentos en los que la tarea se hace difícil, puedas pensar dónde está el origen de todo esto, qué es lo que realmente importa. No sé si escribo desde las tripas o desde el corazón, pero desde luego desde las partes más emocionales de mi vida, de la realidad que yo vivo.

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