La decadencia irresistible de Bret Easton Ellis
Esos paraísos decadentes nunca podrán olvidarse. Siempre querrás estar ahí. Drogándote viendo el amanecer, sabiendo que estás perdido, que has apostado tu alma para tener sexo con una hermosa modelo a la que le eres indiferente pero que de todas formas consiente follar contigo. Es el dinero, es la cocaína, es lo que le has prometido falsamente… Tal vez no importa… sólo esos momentos en los que te destruyes, y sientes el filo de la navaja o los bouyantes pezones, valen la vida. Bret Easton Ellis tiene 48 años pero cuando Clay -su autobiográfico narrador -se ve en el espejo en Imperial Bedrooms ve a un adolescente. Es el epónimo infant terrible con el síndrome de Peter Pan. Está ahí con la aspirante a actriz y escort Rain Turner, de 21 años, a la cual se vuelve adicto, como un vampiro sexual, indolentemente, frivolamente, libando su caliz. Desde esas habitaciones lujosas, derramadas de sexo salvaje entre cuerpos inalcanzables y ultraviolencia, es desde donde ve pasar al mundo, una vaga entidad condenada.
Imperial Bedrooms es la última novela de Brett Easton Ellis, una secuela de su primera, Less than Zero, escrita a los 21 años y que lo llevó a ser la figura más rutilante del Literary Brat Pack (algo como los juniors decadentes de la literatura). Ellis es adicto a sí mismo (parafraseando: ha fumado toda la dopamina de sí mismo). Todo escritor tiene sus obesiones, aunque claro Ellis es patológico, pero su patología, el empaparse de su propio freak interno, es lo que lo hace uno de los referentes de la literatura contemporánea. En una zona crepuscular entre la gran literatura y el bestseller, incontenible, oscilando siempre entre el más banal pop literario (Vanity Fair y Vogue meets The Great Gatsby y The Catcher in the Rye) con una sub-corriente oscura de alcances supremos de estilo y de retratar como nadie la penumbra del mundo de las celebridades y de la juventud desfalcada. En Imperial Bedrooms, Easton Ellis no puede escapar de la trinidad más atractiva -y adictiva- de nuestra era: el sexo, las drogas y la violencia. Con su particular ennui en el que se describen los actos y las opiniones más extremas de una forma desafectada, como si nada: Victor Ward, Patrick Bateman o Clay son grandes estoicos-hedonistas de nuestra época, ardiendo por dentro pero metacool por fuera, cometiendo los actos más perversos y a la vez deseables, oscuros objetos del deseo del inconciente colectivo de nuesta psique sociópata.
Sigiendo su anterior novela Lunar Park, Easton Ellis juega con la metaficción posmoderna y hace una novela de sus novelas y de la película que hicieron de una de sus novelas. Si bien Clay es el mismo personaje principal del Los Angeles de los ochentas de Less than Zero, Clay ha crecido y en el proceso ha tomado algo de Patrick Bateman (American Psycho) o de Victor Ward (Glamorama), es más sádico, más fashion conscious, aunque sigue siendo el niño asustado que porque tiene mucho dinero, es inteligente y tiene un físico superior, puede siempre procrastinar su inminente desplome emocional.
En Imperial Bedrooms, Clay concluye: “I never liked anyone and I’m afraid of people” (Nunca me gusto nadie y le tengo miedo a las personas). En Glamaroma, el boy-mind-control-toy, Victor Ward, que inspirara el film Zoolander, dice en algún momento que nunca complementa o paga un cumplido a las mujeres, es decir nunca les dice nada bonito (y sin embargo tiene sexo con todas las It Girls de Nueva York). Este es parte del secreto de Easton Ellis, sus personajes nunca se aman, sólo se desean (y se poseen al agredirse), sólo se manipulan, las relaciones humanas son relaciones comerciales. El ego(d) mueve al mundo. En algún momento Bateman ve a Bono y tiene una epifanía: Bono es el diablo, se está viendo en el espejo. Es más cool ser arisco y nunca comprometerese, mantenerse por encima, indescifrable. Pero Easton Ellis no sólo se refleja a sí mismo en sus libros, también refleja a la sociedad mediatizada, refleja -como David Lynch en algunas de sus películas, aunque de forma menos enigmática y estilizada- la oscuridad del alma moderna enajenada, poseída por la brujería electrónica y la represa melancolía de no ser lo que sea que somos.
De cualquier forma siempre tendremos una debilidad por Easton Ellis, seducidos por el niño que no acaba de crecer pero es bueno en la cama y tiene una filosa inteligencia y que nunca nos revelará lo que siente y que por eso nos cautiva.
Fuente: Pijama Surf