Homeland (Iraq Year Zero) (2015), de Abbas Fahdel
Por Rafael S. Casademont.
En los últimos tiempos, quizás desde siempre, el documental independiente ha huido del clasicismo objetivo. En una huida hacia la reivindicación autoral se ha empezado a desarrollar un documental con grandes dosis de poesía y ficción que primaban sobre la transmisión de información real. Da la sensación de que muchas veces va antes el enfoque que lo enfocado. Homeland (Iraq Year Zero), ganadora del reciente Festival IBAFF, es un extensísimo documental, dirigido por Abbas Fahdel, que consigue aunar las dos propuestas creando una mastodóntica obra digna de ocupar un lugar superior en la memoria colectiva.
Sí uno se atreve con este documental de casi seis horas de duración, una de las obras, por otro lado, más alabadas y premiadas del año, descubrirá no solo un trozo de realidad sino un trozo de vida. Como decía hace poco Alejandro Jodorowsky, si el cine es arte tiene que cambiarte por dentro, salir de su visionado siendo algo diferente de como entraste. Este documental lo es porque lo consigue.
Dividido en dos partes nada caprichosas, Abbas Fahdel vuelve de Francia a Iraq para vivir con su familia todo lo referente a la guerra con Estados Unidos que se avecinaba. Cámara en mano, de forma continua, constante e incansable el director divide su obra en “Antes de la batalla” y “Después de la batalla”. Es decir, la guerra en sí no se retrata. No estamos entonces ante un documental bélico al uso que hubiese construido los tiempos colindantes a la batalla en meros preámbulos a la espera del verdadero ruido de las bombas. De nuevo, parece que en el cine contemporáneo, incluido el documental, el enfoque prevalece sobre lo enfocado. Es la intención de Fahdel de aproximarse al conflicto por su lado más humano y cotidiano lo que hace a este documental tan único y fascinante.
En la primera parte, observamos a la familia del director, especialmente a sus sobrinos pequeños. Los preámbulos de la guerra se mezclan con la cotidianeidad de una forma asombrosa. De esta forma, las adolescentes se ríen al ver que es un simple pañal lo que han de utilizar para respirar en caso de armamento tóxico. Los niños del barrio confiesan su miedo ante la cámara mientras juegan a la guerra que en pocos días vivirán. Las mujeres se hacen con provisiones extra y los hombres crean un pozo ante la probable escasez de agua. La muerte y la vida se mezclan, si es que alguna vez han sido cosas distintas, en cada conversación inocente de reunión familiar en el porche. En la televisión del salón observan alucinados cómo el mundo les apoya y critica a Bush Jr. que, como su padre en 1991, les invade. Los hoy cómicos anuncios musicales de corte explícitamente propagandístico sobre Saddam Hussein hacen el resto.
Después de la batalla, el tono de Fahdel no ha de cambiar, lo que ha sucedido a su alrededor ya lo ha hecho. Con Bagdad destruida y llena de militares, todo empeora. El régimen ha caído y las libertades parecen una ilusión por recobrar, pero los problemas solo han aumentado. Estados Unidos, con ayuda de España e Inglaterra, inició una guerra cuya excusa (las armas de destrucción masiva) se demostró falsa (mentira que sigue sin castigo internacional) y se adueñó de un país cuyas costumbres no comprendía y cuya población no conocía. Los apagones se hicieron constantes, la guerra y los bombardeos, así como las numerosas muertes de civiles (a mano de temerosos militares de gatillo fácil), crearon una sucesión de crímenes anárquicos. Como en el más puro USA, las casas y familias se llenaron de pistolas y armamento de alto calibre para “defenderse” ante la ola generalizada de crimen. Obviamente, esto solo desembocó en un estado criminal anárquico, donde las metralletas marcan el amanecer, entre ruinas cuyas consecuencias internacionales aún no podemos ni calcular.
Mientras, la familia de Fahdel sigue con su vida, los mayores acuden a la universidad, hay nacimientos y también muertes. Las discusiones políticas, normalmente a cargo de Haidar, el espabilado sobrino de 12 años de Fahdel, cobran más sentido que en la primera parte. La propaganda extranjera de desprestigio a Saddam choca con la que sus fieles recuerdan de estos años acerca de un hombre guapo, bueno y algo más que perfecto. Los niños nos enseñan sus quemaduras de bomba, posan con diversos tipos de munición (en muchos casos de mayor tamaño que sus brazos), en lo que antes era el patio de su derrumbado colegio. Fahdel también recorre Bagdad en ruinas, destacando el momento donde entra en los grandes estudios del cine iraquí, totalmente destruidos. Uno se pregunta qué razón logística tiene en una guerra dejar a un país sin posibilidades de hacer cine. Viendo este documental, las razones resultan algo más obvias.
Haidar es el alma de la película, pero no está solo, el título internacional de la película, Homeland (Iraq Year Zero) nos remite inmediatamente a la magistral Alemania, año cero, de Roberto Rossellini. Quizás sea porque, al igual que en la película del italiano, el objetivo de esta obra son los niños. Son continuos y buscados los numerosos momentos en los que Fahdel se detiene en su mirada, inocente y divertida pese a lo que ocurre a su alrededor, falta de prejuicios, llena de inteligencia, poseedores aún de un humanismo universal. Son numerosos los niños que se detienen de forma individual o en grupo para mirar a la cámara de Abbas Fahdel como si fuese un tesoro o un juguete, planos que el autor guarda y utiliza como un tesoro.
Sí hay algo que ha de hacer una obra sobre la guerra es demostrarnos mediante ésta los verdaderos valores de la humanidad. Dejando fuera todo morbo, la película se centra en los seres humanos y su vida. Es su extensa duración, precisamente, la que consigue romper la dinámica de narración efectista donde cada momento es necesario para comprender la historia, donde todo es causa-efecto. Con el paso de los minutos entramos en el mundo de la cotidianidad, de la vida real de esa familia, en principio tan lejana y, al final, tan cercana a como (pensaremos al final) cualquier otra familia del mundo. Evito comentar el sorprendente final (solo faltaría decir algo que se ha de ganar con seis horas de visionado en una simple lectura crítica) pero Homeland (Iraq Year Zero) penetra y se queda, por derecho propio, en el interior de un espectador que, por puro humanismo, ya no será el mismo.
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