Los libros de la isla desierta: El amante bilingüe
Por Óscar Hernández Campano.
EL AMANTE BILINGÜE. Juan Marsé. (Ed. Seix Barral)
Juan Marsé, Juan Marés, Juan Faneca. Tres personas, la misma persona. Esta novela supuso un premio más para un escritor lúcido, eficaz e inteligente que se construyó a sí mismo y que supo bien cómo conectar con los lectores, los críticos y las editoriales.
Los retratos sagaces y afilados de la España franquista, de la Barcelona de posguerra y de los años de la renovada democracia, a veces retratos amargos, a veces sarcásticos, convirtieron a Marsé en un premiado y respetado creador que entre otros muchos galardones, españoles e internacionales, obtuvo en 2008 el Premio Cervantes.
El amante bilingüe caricaturizaba Cataluña, España -la España que emigra- y la convivencia entre unos y otros, entre idiomas hermanos y entre hermanos que no se entienden. El libro -delicioso y de lectura rápida- es como una cebolla que capa tras capa nos va mostrando de manera certera lo que nos quiere mostrar y en el momento en que lo quiere hacer, como en un espectáculo de ilusionismo, llevándonos de la manita por las andanzas de ese personaje desdichado y loco que no es más que otra capa -o mejor dos capas- de la cebolla del mismo escritor. A nadie se le escapa que Juan Marés -el personaje- es Juan Marsé -el escritor-; y que Juan Faneca -el personaje que crea Marés el personaje y que acaba devorándolo en el libro- es también Juan Marsé, que se apellidaba en realidad Faneca.
En fin, un juego de muñecas rusas donde una contiene otra idéntica, o algo diferente, que es sólo uno de los muchos juegos a los que nos enfrenta el perspicaz escritor en esta novela.
La trama -algo alocada- es la siguiente: Juan -o Joan- Marés ha sido abandonado por su esposa al descubrirla con un charnego en la cama (charnego es el término utilizado en Cataluña para referirse a los españoles que fueron allí a vivir, mayoritariamente desde Andalucía y Murcia, en los años 50 y 60 principalmente). A ella -mucho más joven que él- la vuelven loca los charnegos y aunque esa no ha sido la única infidelidad, sí es la última ya que lo abandona. Juan, desolado, se deprime y comienza una vida de indigente tocando el acordeón por las calles de Barcelona. Una vida fingida porque sigue viviendo en el apartamento de ella -que como es rica y debe de sentirse culpable le permite vivir en él-, lava sus ropas de mendigo, se asea, come y duerme. Un apartamento de lujo en un edificio que se desconcha, que pierde su revestimiento mostrando su realidad de cemento feo, al tiempo que el rostro de Marés, desfigurado en una reyerta con cócteles Molotov de por medio, se torna en el atractivo y seductor Faneca.
Diez años después de la separación -tiempo en el que la pareja no se ha visto-, Norma -la ex- es funcionaria de la Generlitat en el departamento de política lingüística y Juan llama de vez en cuando disimulando la voz -imitando a los charnegos- para poder escuchar a la mujer que aún ama. Poco a poco, en sueños, va elaborando una idea absurda que consiste en conquistar a su ex disfrazado de charnego. Es así como Juan Marés crea a Juan Faneca, un murciano chulo y descarado, con parche y peluca que será quien seduzcar a una Norma a la que el amor se le ha resistido durante esos años. Faneca -el personaje- irá poco a poco comiéndole terreno a Marés hasta hacerlo desaparecer.
Pasan muchas más cosas y hay otros personajes -los deliciosos secundarios- que pueblan una novela que juega a los equívocos, a los disfraces, a los espejos y que homenajea a Wilde y su Retrato de Dorian Grey, al Frankenstein de Mary Shelly -la escena de la ciega que palpa el rostro de Faneca o la misma construcción de Faneca con retales o trozos de Marés, de Cuxot o del jorobado son muestras-, y sobre todo de Alicia a través del espejo.
Las realidades, los sueños, los mundos creados y los personajes que dominan a sus creadores sustituyéndolos, anulándolos, hacen de la novela de Marsé una delicia que sigue escondiendo pistas y secretos. El cine también está presente y no es casual que la película que Faneca describe a Carmen -la chica ciega- sea Encadenados, de Hitchcock, en la que Ingrid Bergman -Alicia en el filme- y Cary Grant juegan a los engaños, a los fingimientos y a las máscaras.
Las máscaras -el mundo de la farándula y de la magia, de los espectáculos de ilusionistas, cantantes de medio pelo y folclóricas de serie B- tienen mucho protagonismo en una obra que es una máscara en sí misma, una capa más en esta cebolla que es la vida de las apariencias, de la imagen y del deseo en que vivimos. Hay momentos tiernos -sobre todo los cuadernos que recuerdan la niñez de Marés- donde el autor nos describe esa España de los años cincuenta en la que la burguesía catalana organizaba sus veladas teatrales en catalán en sus propias casas debido a la prohibición franquista, y los pobres hacían lo propio porque eran simplemente, pobres.
La convivencia -a veces compleja- de las lenguas en Cataluña es el telón de fondo de una novela que fue Premio Ateneo de Sevilla en 1990 y que adaptó al cine en 1993 Vicente Aranda con Imanol Arias y Ornella Muti en los papeles protagonistas, y que mireuzté, me llevo por soleares a la isla desierta.