‘Los búfalos de Broken Heart’ de Dan O’Brien
Por Ricardo Martínez Llorca
Los búfalos de Broken Heart
Dan O’Brien
Traducción de Miguel Ros González
Errata Naturae
Madrid, 2016
392 páginas
Si durante un tiempo suficiente deja de preocuparte el dinero, entonces estás en el buen camino, porque eso quiere decir que a lo largo de ese paréntesis de inquietudes que es la existencia te estás sintiendo humano. Sobre las trazas de asfalto y entre las paredes de los edificios enfermos, al volante o vendiendo vía telefónica, la inmersión total en un estilo de vida donde priman los beneficios, donde los tiempos y las adiciones, las filias y las fobias, las marca el mercado, se sufre mucho. Creer en la hipótesis de Gaia, ese dictado según el cual formamos parte de una vida que se llama Tierra, facilitaría que durmiéramos mejor por la noche siempre y cuando estuviéramos convencidos de que nuestro instinto sigue esa verdad, y no la máquina de hacer y conservar dinero. Dan O’Brien (Findlay, Ohio – 1947) de repente se dio cuenta, pasada la crisis de la mediana edad, de cuál debía ser o podría ser su lugar en el mundo, su trozo de Gaia que peinaría con mimo. Devolver a la vida a parte de las grandes manadas de búfalos aniquilados por codicia, se dijo, sería su destino. Consciente de que morirá cubierto de deudas, se embarca en la creación de una granja en la que criar búfalos, ganado casi salvaje, cíclopes que son un símbolo de tal calado que este maravilloso libro no funcionaría igual de bien con ningún otro animal: pocos representan tan bien la dignidad de lo salvaje, siendo salvaje un término a la vez nobel y aterrador. Pocos animales significan con tanta intensidad la antigua libertad, ese don perdido.
Los búfalos de Broken Heart es un testimonio de resiliencia, un dictado terapéutico en el que el pasto sobre el que uno pisa es el termómetro de la salud de la tierra. Y es imprescindible que la tierra esté sana para nuestro bienestar, porque, está convencido O’Brien, somos parte del paisaje y el paisaje nos construye. De ahí esa elección de ser pastor, pero no de una forma contemplativa, sino participando del mundo. Por eso no podría elegir un rebaño de vacas. A la fuerza, se debía a los búfalos que devolverán la potencia al ecosistema. El sueño de O’Brien es noble, honesto, generoso. Es el sueño de un hombre sentimental, de alguien que necesita aislarse un tanto de la gente para evitar convivir con el sufrimiento de los demás, pues no es capaz de metabolizar tanta desdicha. Ese exilio que escoge es el de los hombres rudos, el del sudor y el del aire limpio, el de quien se acoge a pequeñas amistades y a la naturaleza para conservar la humanidad, el del excéntrico que se niega a atenerse a los límites de la economía. A O’Brien le reconforta el deseo de saber que una parte de él es espiritual, saberse un átomo de Gaia, redimirse de la nostalgia y la culpa por haber exterminado algo que era vida. Aunque para ello, finalmente, tenga que ceder en parte a la necesidad material para seguir respirando.
En cualquier caso, el espíritu de esta aventura lo resume él mejor que nadie cuando escribe: “Se dice que los indios creían que, en realidad, no había ninguna técnica para encontrar y cazar a los búfalos, y que la única forma de cazar uno era tener un “buen corazón”, con lo que el búfalo se acercaría para entregarse. Por muy moderno y racionalista que yo sea, creo que esa teoría podría tener algo de sentido. Si tener un “buen corazón” significa ser humilde e intentar llevar una vida noble en relación con tu entorno, tiene sentido que tu entorno se te entregue, para potenciar así la causa de tu nobleza”. Tal vez suene un tanto anacrónico, pero, efectivamente, si hay un adjetivo que defina este libro, ese es sin duda el de noble.