The Iron Ministry (2014), de J. P. Sniadecki
Por Rafael S. Casademont.
El tren es esa maquinaria cuyo simbolismo y significado connotado parece ser cada vez más cercano a la leyenda que a la realidad. El coche es el medio de transporte predilecto, si viajamos más lejos pensamos en el avión, pero los trenes siempre están ahí. Ellos conforman la estructura de un país, su circulación y su movimiento. Si los trenes son las venas de un país también son la sangre del cine. Desde el tren que llegaba a la estación de La Ciotat de los hermanos Lumière hasta la obra que nos ocupa hoy, el camino ha sido largo y diverso. Los trenes son como las películas, tienen una línea direccional de la que siguen sin poder moverse pero con su avance no solo cambian ellos mismos sino también modifican su alrededor. Recordemos al pequeño Apu de Satyajit Ray, cuya única ventana al mundo que un día lucharía por alcanzar sería ese tren que pasaba en el horizonte de su hogar. No podemos obviar a Estados Unidos y su cine. Un país creado a partir de la construcción de las vías ferroviarias y poblado por los colonos que se establecían a sus alrededores. El western, muchas veces enunciado como el único género propiamente cinematográfico, no se basa en indios ni vaqueros, ni en sheriff ni bandidos, sino en el tren y el avance futuro que su construcción y su viaje significa. Por algo el primer western reconocido es Asalto y robo de un tren (Edwin S. Porter, 1903). Los ejemplos, pasando por Hitchcock, Renoir o Leone, entre muchísimos otros, son innumerables. En cuanto a un cine menos académico y más experimental también nos podemos acordar de RR, de James Benning. No olvidemos tampoco que, si aplicamos un símil tan caprichoso como cinéfilo, un tren grabado desde su perfil exterior mientras avanza se convierte en una película de cine cuyos fotogramas, a modo de ventanas, se suceden uno tras otros albergando la imagen interior. No son pocos cineastas los que han reparado y captado este efecto.
Valga este somero repaso del cine y su relación con el tren y las vías ferroviarias para hablar de The Iron Ministry, película china de 2014 que se sigue moviendo por festivales en España (la hemos visto en el Festival Internacional de cine de Murcia IBAFF), dirigida por J.P. Sniadecki. Durante tres años el cineasta grabó todo lo que ocurría en diversas vías ferroviarias de china. Sin bajarse de los vagones y su interior, el director retrata desde los trenes más urbanos y modernos hasta los más antiguos y secundarios de los medios rurales. A veces, J. P. Sniadecki es atraído por el tren y su forma orgánica, sus costuras, sus techos y sus uniones, otras por el exterior, los túneles, las farolas convertidas en rayas de luz, ese pasaje estático que el tren convierte mediante su mágico efecto en una cinta en movimiento. Sin embargo, no estamos ante un trabajo de corte experimental sobre las atrayentes imágenes de un tren sino ante un documental donde el director se dedica especialmente a capturar a la gente que habita estos vagones.
Como si fuesen venas llenas de sangre, las de un país de cambios como el gigante asiático, el director nos muestra la cantidad de sucesos, culturas, discusiones y movimientos que China está sufriendo. Una sucesión de vagones absolutamente abarrotados donde nada es suficientemente grande para tanta gente, para tanta actividad. Todo se relaciona con la imagen de un país, industria del mundo, cuyos habitantes siguen transportando en cestas todo un cargamento de naranjas o la carne de varios animales sangrando mientras cuelga, tranquilamente, de las paredes del vagón. También está presente el ejército o la policía, con un “prohibido filmar aquí”, el único que se oye en toda la película y que se tarda mucho en obedecer. La gente durmiendo agotada, unos encima de otros, se mezclan con otra gente, despierta y activa, libre pensante, sin miedo, pero con calculado discurso. Sus pasajeros nos hablan de sus ganas de inmigrar, del partido comunista, de Mao, del tratamiento a las minorías étnicas y, cómo no, del Tíbet.
Según nos dice una de las pasajeras, todo es como en las películas americanas. Cuando los trenes empezaron a llegar al Tíbet, sus habitantes se defendieron con armas de madera, como los indios en el cine western; cuando la colonización estaba en una fase más avanzada, los nativos comenzaron a utilizar las mismas armas metálicas de sus invasores. En el Tíbet, estos monstruos metálicos que conforman la vida del gigantesco país asiático no son más que “dragones de hierro”. Hay muchas formas de conocer un país al fondo pero, como The Iron Ministry nos muestra, pocas igual de acertadas que no bajarse nunca de sus trenes.