Miradas paralelas
Correspondencia de conjuntos
por Nuria Ruiz de Viñaspre
Miradas. Miradas sobre Miradas paralelas. Spiegel im spiegel. Miradas en el espejo. Reflejos en el agua. Espejismos. Un oasis en pleno desierto. Este es el fértil desierto entre Irán y España: sus próvidas mujeres. Mujeres que miran mujeres. Mujeres hacia y frente a mujeres. Mano a mano. Ojo a ojo. Ojo. Ojo. Ojo. Ojo de pez enfrentado a ojo de pez. Peces en un desierto de agua. Dos líneas rectas. Dos líneas paralelas que no se cruzan. Caminan. Cámara a cámara. Mano a mano. Cámara en mano.
Son seis fotógrafas, quise decir doce, si las miramos en el espejo. Son doce hermanas, quise decir, seis con su gemela respectiva. Como si se tratara de apostólicas cenas. Y la intercultural mesa quedaba perpetuada con estas comensales
Soledad Córdoba sentada al lado de su hermana Shadi Gadirian
Cristina García Rodero sentada al lado de su hermana Hengameh Golestan
Amparo Garrido sentada al lado de su hermana Rana Javadi
Isabel Muñoz sentada al lado de su hermana Gohar Dashti
Mayte Vieta sentada al lado de su hermana Ghazaleh Hedayat
María Zarazúa sentada al lado de su hermana Newsha Tavakolian
Una mesa equitativa donde la geografía y la matemática son sus dos grandes patas. Y como si fuera una correspondencia matemática, como aquellas funciones llamadas correspondencias de conjuntos, aquí se da un mapeo donde X es España e Y Irán. Cartografía que nos regala la otra cara de este mundo dividido. Como parece que está siempre este mundo. Dividido. Fragmentado. Separado. Con un norte siempre y siempre un sur. Con fuertes y débiles. Con cimas y simas. Pero aquí el lema es otro, aquí el lema es Todos somos iguales. Todos somos diferentes.
Miradas paralelas. Líneas paralelas. Líneas y miradas que no se intersectan. Que no se cortan. Que no se cruzan. Ellas van de la mano, quise decir, del ojo que mira el otro ojo que mira. Dos miradas paralelas que avanzan en una misma dirección, de ahí que la distancia entre ellas –a pesar de los casi 6.000 kilómetros que separan España e Irán- es constante. Y este es un trabajo que equilibra geografías. Que acorta esos 6.000 kilómetros. Que coloca en la misma balanza dos culturas. Culturas aparentemente alejadas pero tan cosidas a través de sus mujeres. Mujeres con una doble visión. Con una visión de ida y una visión de vuelta. Fotografías que dialogan donde una parece preguntar y la otra contestar, y a veces viceversa. Conversacionales mujeres que no se cruzan, que son voces que caminan juntas, cámara a cámara, mano a mano, cámara en mano. Donde una toca la mano de la otra y no siente el hueso frío de la que viaja a solas sino la piel caliente de la que acompaña. Son fotografías que se besan. Se seducen. Fotografías que se acercan al punto en común, que es núcleo y es el centro. Fotografías que le quitan a la vida dureza y al paisaje que hay detrás, relieve.
Puntos de inflexión o interpretación de las culturas
Soledad Córdoba sentada al lado de su hermana Shadi Gadirian
Maternidad. Vida. Muerte. Blanco y negro. Blanco y negro reflejado que resulta ser reflejo de lo negro y blanco. Luz y sombra. Dos mujeres cosidas a un entramado. O un entramado cosido a dos mujeres. Atrapadas. En la una, el entramado es en-ramado. En la otra, tela[que]araña. Las mujeres son sus presas. Ambas han sido cazadas por culturas quietas. Porque capa a capa la cultura es eso, un entramado de significaciones. La cultura aquí es la madre tejedora, pero libera como atrapa. Por lo tanto es protectora y depredadora a un tiempo. Como lo es la Mama de Louise Bourgeois. En la una, esa cultura que constriñe le cierne el cuello en forma de soga que ahorca y que es ramificación de enramado, que de allí nace, de ese tumulto de ramas (siginificaciones) y que la eternizarán para estar siempre confinada en esa esquina blanca vestida de negro. En la otra, la mujer será el alimento de una araña gigante (quizá fuera la de Bourgeois). La mujer, en la cultura, es una mosca atrapada en una telaraña (film de Luis Buñuel). La mujer es una mariposa atrapada en la cultura que constriñe. Atrapada en otro tipo de significaciones. Mujeres en el limbo. La mirilla por donde entra la luz. Mirilla por donde huir o escapar, en la una serán estantes y en la otra escalones. Por ahí entra la luz. Por aquí se va la luz. Esa será la única salida.
Cristina García Rodero sentada al lado de su hermana Hengameh Golestan
Velocidad: unidad de magnitud física de carácter vectorial que expresa la distancia recorrida de un objeto por unidad de tiempo. Y si hay algo que tienen estas dos fotos es eso, velocidad. La velocidad del objeto que es el cuerpo. La velocidad de los cuerpos. La distancia recorrida por los cuerpos en el ritual del baile. Bailando con el viento. Brazos que son alas que alzarán en vuelo a ambas mujeres. En el foco de la cámara. Celebración. Vida. Fiesta. Ritual. Ritmo. Velocidad. Movimiento. Mujeres. Celebración. Vida. Fiesta. Ritual. Ritmo. Velocidad. Movimiento. Mujeres. Dos culturas diferentes. Cuba y Teherán. Dos modos de enfrentar la vida desde el ritmo. Desde el grito. Desde el rito. Desde un rito y desde un grito milenario. Es un acto religioso. Ceremonial. Ceremonias contrastadas. Bodas sin maridos. Solo mujeres dentro de ese foco. Las mujeres y sus hacedores y aéreos brazos. La una es una boda a lomos de un coche de aparentemente cien caballos. Un coche con velo y un viento de regalo. La otra es una boda a pie de calle y en un suburbio donde no hay más viento que el que roza los cuerpos al bailarse. La fiesta es la misma, el viento es otro. Imágenes en con-traste movimiento. La velocidad subida a la velocidad. La velocidad que hay en la palabra velocidad.
Amparo Garrido sentada al lado de su hermana Rana Javadi
Los recuerdos son por definición del pasado, de lo que ya no está.
Los recuerdos son las cosas que ya no quieres recordar.
Joan Didion
Cuerdos cuadros que están dentro de cuerdos cuadros que están dentro de cuerdos cuadros que están dentro de cuerdos cuadros que están dentro del re-cuerdo de cuatro continentes que contienen contenidos. Ventanas que están dentro de ventanas que están dentro de ventanas que nos miran y por las que miramos. Mirillas de nuevo. Observar y ser observados. Observar los miedos interiores con una sucesión de ventanas que se abren mientras en la otra la observada mira directamente al miedo o al observante a la vez que el observante mira su vida y su muerte. Los recuerdos son monumentos. Grandes obeliscos anclados bajo tierra. Ambas fotos dialogan a través de la mirada. Incluso la posición de las mujeres, donde la que está de espaldas habla con la que está de frente -ya muerta- que le escucha. De espaldas y de frente, postura conversacional.
Isabel Muñoz sentada al lado de su hermana Gohar Dashti
Hasta los zapatos de los muertos asoman entre las ruinas,
sin que nadie se haya atrevido a recogerlos
Isabel Muñoz
A veces la belleza está presente incluso en nuestras partes más oscuras, dijo en alguna ocasión Isabel Muñoz, y si hay algo oscuro y tan alto que es infranqueable, son los muros. Las fronteras. Pero también las ruinas. Las ruinas de un pueblo y las ruinas de sus habitantes. La escultura que acaba siendo un grupo organizado de mujeres arremolinadas. La escultura que acaba siendo un grupo organizado de zapatos vaciados. Zapatos que duermen en una tierra que tembló hace años. Lo que en una fotógrafa una pared vertical es la ruina de un pueblo iraní derruido llamado Bam (curioso nombre para un pueblo que explotó en llamas tras un terremoto), una mujer, por cierto, disfrazada de muro que escarba las ruinas de ese otro resto de muro vertical, en la otra es un muro horizontal formado por mujeres enlutadas. Una hilera de mujeres caídas desde el cielo y aterrizadas en la inmensidad de un campo estéril en Irán. Sentadas en el desierto, pero un desierto que bien pudiera ser un campo de batalla en ruinas. Con la misma naturalidad como si ese mismo grupo de mujeres fuera una plañidera o viera una guerra televisada o tomara el aire con gafas de sol o tomara el sol con gafas de aire. ¿La similitud? La tierra y su ruina. La tierra árida es el suelo del temblor, la guerra y el muro. Y en ella se instala la pobreza social. Una pobreza estampada en lo que será la presencia abrumadora de ese muro. ¿La similitud? El desierto monumental. Como si el mensaje fuera: si el desierto, si la tierra es tan vasta, ¿por qué no hay espacio suficiente para todos? Mujeres arremolinadas. Grupos colectivos que parecen hacer fuerza pero ocupando el mínimo espacio en la inmensidad del desierto. Lo que Isabel concibe vertical, pues la tierra es vertical cuando tiembla y sus paredes se abren, Gohar lo concibe horizontal, ya que el paisaje que queda tras una guerra es la horizontalidad de los muertos. Las manchas negras que acaban formando las mujeres en ambas imágenes nos dan un patrón de belleza sobre las lágrimas estampadas en ambos muros. Dos fotógrafas testimoniales enredadas, una en la catástrofe inevitable de la naturaleza, y otra en la catástrofe evitable producida por el hombre. Ambas ancladas en los recuerdos. En los recuerdos de las ruinas.
Mayte Vieta sentada al lado de su hermana Ghazaleh Hedayat
El engañado ojo. Aquí desierto y agua. Pero es agua que no es agua pues es azulejeado suelo. De nuevo los mundos horizontales dialogando con los mundos verticales. La gestión del color. La luz. La luz. La luz. La luz que se propaga. La luz que se prolonga. Propagaciones. Prolongaciones. La luz vertical cayendo en el horizontal desierto, en el horizontal agua, que no es agua sino suelo. Trampa azul al ojo. Azul. Añil. Añileados cuadros. El cielo azul del desierto frente a una mezquita de azules suelos que parecen agua. El rayo que inclinado en tierra quema el suelo. Llueve agua y luz sobre esta planicie que es la tierra. Esterilidad y fertilidad van de la mano. Imágenes que son un eterno oxímoron. Desierto y baño romano que no es baño porque es suelo. O aún más irónico, desierto y spa. Sed y agua. Seco y mojado. Sueños telúricos en una sueños de agua en otra. Suelo contra suelo. Un suelo de dunas en una, un suelo de azulejos persas en otra. A las primeras las roza el viento a las segundas el agua. Agua que no es agua sino suelo. Erosiones de Oniria.
María Zarazúa sentada al lado de su hermana Newsha Tavakolian
La pérdida. La introspección. La soledad. La pasividad que hay en toda soledad. La intimidad que hay en todo autorretrato. La soledad, que aparentemente nuestra mente la concibe en blanco y negro, aquí se concibe en color. La mirada en color. La mirada perdida en color. La mirada pasiva. La mirada perdida al perdido vacío. La mirada al vacío que hay en la soledad que no se gestiona. La soledad indigesta. La mirada de la soledad hacia la soledad. La mirada de la soledad de las mujeres hacia la soledad de sus objetos elegidos como acompañantes. Una taza de café y una tarta. Una sala de estar con un sillón, una mesa, un alféizar por si acaso hay que saltar, y que da a mil ventanas que son mil posibilidades más. Un rincón al que viajarse a solas convertido en un plató. El escenario retratado. Ambas celebraciones a solas. Su unión sería perfecta, un café, una tarta y un alféizar que da a mil ventanas Las muñecas eso sí, bien atadas. Con argollas. Como esclavas indivisibles. Para que no puedan salvarlas. No importa por qué están solas. Pueden haber sido abandonadas. Pueden estar perdidas. Solas. A punto de un desahucio. Es igual. La emoción es igual de intensa sin necesidad de saber el porqué de su soledad maciza.
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Más información
http://www.condeduquemadrid.es/evento/miradas-paralelas-iran-espana-fotografas-espejo/
Del 11 de marzo al 15 de mayo de 2016
Comisarios: Zara Fernández de Moya y Santiago Olmo
Fotógrafas: Soledad Córdoba y Shadi Gadirian. Cristina García y Hengameh Golestan, Amparo Garrido y Rana Javadi, Isabel Muñoz y Gohar Dashti, Mayte Vieta y Ghazaleh Hedayat, María Zarazúa y Newsha Tavakolian