Detalles con importancia
Por Nuria Ruiz de Viñaspre.
Bárbara Aranguren
Huerga y Fierro, 2015
Colección: Graffiti
ISBN: 978-84-944085-9-5
14 x 22 cm.
Bárbara Aranguren publica los libros de relatos: Bajo la sombra de cualquier árbol (1990), El beso de la rana y otros cuentos (1993) y Madame Ming y otros relatos (2010). También las novelas: Un amante en La Habana (1995) y El tiempo robado (2004) y su primer texto teatral: Suite del Dr. Aullido (2014).
Conviene señalar un rasgo característico en todos sus libros, y es que escribe sobre mujeres con una arco de edad que va de la veintena a la madurez, por eso creo que es un detalle con importancia reseñar que quizá esta sea la primera vez que habla sobre la mujer-niña. Sobre el poso o desposo que deja la infancia.
Para quienes hayamos leídos a Bárbara Aranguren, sabemos que en todos su escritura se hace patente el fiel amor que le profesa a Kafka, pero no ese amor a aquel surrealismo kafkiano en el que solemos caer -que también-, sino al amor a ese otro Kafka disfrutador de la escritura, del mero arte de escribir, de aquel escribir por escribir. Porque en cierto sentido, así podría yo ver la escritura de Bárbara, una escritura que por ella misma es gran d-escribidora, aun -por supuesto- con una argumentación de peso que transcurre por debajo de todos sus libros, como en estos detalles con importancia, donde subyace una historia perfectamente sostenida por los pilares fundamentales del libro, que son las vicisitudes de una niña, Lucía, en tres de los momentos más relevantes de su vida. En estas páginas se percibe ese gusto extremo que arrastra siempre Bárbara de aquel escribir por escribir, lo cual, es síntoma, insisto, o ya nos garantiza, como mínimo, una gran destreza en las descripciones.
Y creo que este es el plato fuerte de Aranguren, las descripciones. Y solo el buen observador, el deleitador, el contemplativo, consigue buenas descripciones. Y observar no es más que detenerse en los detalles, fijarlos, ya que son precisamente los detalles los que hacen la diferencia.
Y casi sin quererlo, de aquí me voy al título del libro, Detalles con importancia… y me pregunto, acaso existe el detalle SIN importancia?¿cuando estamos diciendo exactamente que en los detalles es donde ponemos la lupa? ¿donde fijamos la mirada para IMPORTARLES?
Así, en una sucesión de sucesos, el escenario al que nos aboca el libro es una sala triangular sujetada por tres grandes patas. Tres momentos. Un salaquirófano donde la diestra mano de Aranguren disecciona las emociones transversal y cronológicamente. Ella va hilando con hilo fino esos tres momentos troncales de la protagonista Lucía Laborda. Hasta ese apellido de repente no se me antoja un capricho, Laborda, porque ella borda la vida de Laborda. Borda la niñez, la infancia y la adolescencia, con el único fin de ir despegándose de cada una de estas edades. Independizándose de ellas. Y así, Bárbara, toma el papel de maestra de emociones. Aunque quizá debiéramos preguntarnos si se puede definir científicamente una emoción.
Es cierto que Lucía bien podría ser Bárbara, o yo, o cualquier de nosotros, porque quizá es la niña que muchos de nosotros llevamos dentro. Eso sí, es una niña imaginativa, muy imaginativa, y gracias a ello, la autora se consiente concesiones preciosas de descripciones interminables, como si portara un lápiz eterno. A la autora le gusta jugar, regodearse en la palabra, esto es palpable en Bárbara, aunque quizá sean sus potentes personajes, en este caso Lucía, la que, con su imaginación, lleva la mano de Bárbara para que se detenga en determinados pasajes, como por ejemplo la fascinante historia de la monja de los tres dedos.
[…] Me había acostumbrado a Mother Stanilous y a su mano diferente. Procuraba no mirar los tres dedos mutilados que le quedaban porque, si lo hacía, corría el peligro de no apartar la vista de ellos. Eran como los dedos normales, y sabían agarrar cosas, pero eran chatos y regordetes. Me daba la impresión de que tenían una vida propia, diferente a Mother Stanilous y a sus otros dedos largos, como si en cualquier momento estos tres pequeños dedillos fueran a escaparse de ella y de la clase, del colegio, y pudieran atravesar el jardín a todo correr, para esconderse por los parterres y subir y bajar de los árboles, como las ardillas, sin ser vistos y, después, perderse para siempre por el mundo y no volver más a quedarse escondidos por la otra mano, entre los hábitos negros de la monja, que es como pasaban la mayor parte del tiempo. Evitaba mirarlos porque me parecían prisioneros y, si dejaba la mirada un tiempo más largo sobre ellos, quizá me pidieran ayuda para escapar o me hicieran cómplice de sus planes. Les tenía simpatía desde que supe que eran dedos cortados. Intuía en ellos un pasado lleno de aventuras pero, a la vez, me daban miedo ya que nadie nunca los nombraba. Eso, para mí, era una señal inequívoca de que eran culpables […]
(pág. 26)
El libro está estructurado en tres partes. Tres edades tres momentos de la vida tres escenarios. Diablo, Cherokees e Inglaterra. A cada una de ellas le corresponderá un momento.
Al Diablo le corresponde precisamente aquella edad de arcilla de Lucía, 6 años. Y digo precisamente, porque de repente ese cabalístico 6 que da años a Lucía da también nombre al título, Diablo. En estas primeras páginas se puede palpar el primer miedo, la primera decepción, el primer insulto, cuando escucha por vez primera la palabra majadera, el primer desconocimiento al que puede desembocar una niña con una férrea educación religiosa. Aquí la religión es primero primero primero y es cinturón que constriñe aprieta y estrangula la cintura mental de Lucía. El mal, el pecado, el diablo. Su religión está basada en un dios vengador, autoritario, todo lo cual llega a ser casi una obsesión religiosa. A Lucía le aterra pecar porque teme ir al infierno, pero aún le aterra más el limbo, ese estado temporal que a ella se le haría permanente-mente eterno, pues es olvido. Paraíso infierno limbo. De nuevo otra Trinidad, y es que hay toda una trinidad en este libro. La culpa, la culpa y la culpabilidad en Lucía tienen también aquí un peso específico.
Como podréis comprobar cuando leáis el libro, ya el encuadre de este primer capítulo marca los límites, y son unos límites que constriñen a la niña dentro de ese marco. Aquí las descripciones no se salen de la medida de la página, permanecen ahí, encerradas, acotada. Y es cierto que la imaginación de la niña en el campo religioso le será de gran ayuda pero en otras ocasiones le perjudicará.
Creo que Aranguren concibe el libro de menos a más. De una menor a una mayor libertad. De este encuadre limitado y pequeño al ensanche, como si todo comenzara a orillas de un río casi sin agua para desembocar en el ancho océano. Como si en las esperanzadoras páginas que nos depara el libro, todo se abriera paulatinamente en Lucía.
En Cherokkes, Lucía ya tiene doce años y aquí ya parece que la pantalla en la que vemos retransmitida la vida la niña se ensancha. Traspasada aquella etapa religiosa en un colegio de monjas, salta la escena a un colegio en Mirasierra. Estas son páginas donde late la aventura, la amistad y el incipiente despertar de la femineidad de su cuerpo.
Pero será en Inglaterra donde el paisaje se escampa. Lucía ya tiene aquellos 16 años con las circunstancias y descubrimientos que conlleva esa edad: el primer amor, tan obsesivo como aquella inicial obsesión religiosa, etc.
En fin, que me da por pensar que si hiciéramos una correspondencia de conjuntos, y pusiéramos en un conjunto estas tres palabras Diablos Cherokees e Inglaterra la correspondencia en otro conjunto pudiera ser en ese orden: religión aventura y sexo.
En este libro, los escenarios exteriores e interiores de Lucía van cambiando en estas tres etapas. Cambian los colegios, los amigos, los miedos. Cambia la casa en la que vive con sus padres, cambia la situación de sus padres. Cambian los semáforos de lo permitido y lo prohibido, cambian las luces verdes, las rojas. Cambia la intensidad de las emociones, la intensidad del miedo: el sexo se despierta la religión hiberna y todo viceversa. Todo cambia a su alrededor, hasta ella que va formando o deformando su personalidad.
Y finalmente, cómo no hablar del tono. El tono que Aranguren mantiene en todo el libro. Ya hemos dicho que su lenguaje descriptivo es intenso, pero también hay que añadir a esto el tono de aventura en cada situación descrita. Gracias al tono, Aranguren nos hace partícipes de cada historia. Nos invita a entrar en cada unos de los escenarios permitidos y todo ello narrado en tiempos cortos, haciendo de la lectura algo ágil dinámico donde cada uno de nosotros viaja donde viaja Lucía, y vive sus aventuras una y otra vez. Hasta llegar a la conclusión de que todo detalle es importante.
La pregunta que siempre acabamos haciéndonos ¿quién escribe a quién? ¿es la autora quien moldea a Lucía? o es lucía la que con su imaginación línea a línea va moldeándonos a cada uno de nosotros? No dejéis de leer este libro, de deteneros en estos Detalles con importancia, porque no solo descubriréis personajes perfectamente descritos, sino una escritura que sin duda alguna, es todo un deleite, ya que acabo pensando que para la autora, es quizá la palabra, el regodeo en la escritura, más importante incluso que la infancia la religión la familia el sexo y cuanta sucesión de sucesos transcurre en la vida de Lucía.