La herida se mueve, de Luis Rodríguez
Por Pedro Pujante.
De vez en cuando nos hallamos ante un texto –novela, relato, da lo mismo- que nos confunde, que nos ilumina, que nos descoloca, que nos incita a una reflexión más allá de la pura entomología literaria. Eso es precisamente lo que ocurre con La herida se mueve, de Luis Rodríguez, una ¿novela? extraña, juguetona e inteligente. Uno de esos raros corrimientos de tierra que suceden en la vida de un lector, y que tiene vocación de clásico.
El lector en busca de una novela decimonónica no entenderá muchas cosas, sin embargo, ¿cómo no disfrutar con una historia ramificada e inusual, de estas dimensiones? Es una propuesta arriesgada, un desafío a nuestra inercia de lectura lineal y que quizá si se espera una historia al uso, se acabará por abandonar. Porque, al igual que en muchos de los cuentos de Tizón –incluso más-, o de Gass la prosa de Rodríguez se mueve en zigzag, en círculos concéntricos que se alejan más y más de lo que vendría a ser una trama… realiza quiebros, figuras desconcertantes que parecen tratar de despistar, que no se avienen a ser aprehendidas de un solo vistazo.
Los personajes son erráticos. Son personajes, no personas, son marionetas –incluido un tal Luis Rodríguez-. Cortázar prefiguró en el capítulo 62 de Rayuela una suerte de personajes cuyas conductas ‘serían inexplicables con el instrumental psicológico al uso. Los actores parecerían insanos o totalmente idiotas.’ Teoría que trató de trasladar, con un confesado fracaso, a su novela 62. Modelo para armar. Sin embargo, Rodríguez sí que parece haber conseguido algo al respecto. O no, quién sabe.
Las historias se presentan como imágenes, y se esfuman con la misma fugacidad con la que han sido introducidas en el libro. El libro, de hecho, parece un artefacto vivo, una excusa para que su narrador discurra hacia un punto indeterminado, pero siempre elocuente. No obstante, y a pesar del aparente caos –una narración dispersa, personajes que van y vienen, un hilo conductor difícil de seguir, una trama poco consistente- el libro se mantiene. La prosa es deliciosa y la capacidad del narrador para deslumbrar con estrambóticas teorías es fabulosa. En ese equilibrio es donde se encuentra su apoyatura y nos engaña y engancha Rodríguez: entre no contar nada y aparentar que nos hace sabedores de grandes asuntos.
Este es uno de esos libros inclasificables; una ¿novela? que se aleja del concepto clásico de novela, rasguño móvil. Libro que quizá no es un libro, que es algo así como decir que consigue ser el objeto al que ha de aspirar la auténtica novela.
Sigan la pista de Luis Rodríguez, si se atreven, si quieren leer algo distinto, si quieren leer algo totalmente nuevo.