La habitación (2015), de Lenny Abrahamson
Por Miguel Martín Maestro.
Cuando vives en el reino de Alicia, en el país de las maravillas, casi nada es imposible; pero si llegas a atravesar el espejo, los problemas se multiplican, los dos mundos circulan en paralelo y conseguir fundirlos en uno solo desequilibra a los implicados, puedes salirte del carril y quedarte en medio de cada uno, sin atreverte a decidir a cuál perteneces y caer al vacío. Si tu mundo de las maravillas se compone de un cobertizo del que no puedes salir, cuyo único contacto con el exterior es una claraboya en el techo y una televisión, el día que rompes la pared y llegas al mundo real, todo es incertidumbre, duda, miedo, desubicación. Porque en La habitación, los personajes de la madre (Brie Larson) y Jack, que representa a un niño de cinco años, están encerrados en una habitación que no pueden abandonar. Hace siete años, Nick secuestró a la madre, la tiene recluida en un cobertizo y se sirve de ella como esclava sexual. De esas relaciones ha nacido Jack.
“Con cuatro años no sabía nada, ahora que tengo cinco, empiezo a saber muchas cosas”. En ese aprendizaje la madre prepara al pequeño como única posibilidad de conseguir escapar del lugar, aprovechar algún momento, alguna debilidad. Pero para eso hay que hacer comprender al niño, que hasta entonces ha creído que el mundo no es más que ese pequeño espacio, que existe otra realidad fuera de las paredes de la cabaña insonorizada. Las historias que cuenta la madre no gustan, acercarse a la realidad siempre es complicado y, muchas veces, doloroso, “quiero tener cuatro años, tus historias no me gustan”. Acostumbrado a un mundo de cercanía física en el que su cama se encuentra dentro de un armario, un armario que separa a Jack de Nick, el espacio abierto del mundo real produce mareo, vértigo. Es como subir de las profundidades del océano sin la conveniente descompresión. Del aire viciado de una pequeña habitación a los inasumibles espacios abiertos llenos de luz, del amor único y exclusivo de la madre, a compartir ese cariño y a recibirlo de más personas desconocidas.
Abrahamson no excluye totalmente, pero sí difumina y relativiza, la historia del secuestro. Si en Spotlight los abusos sexuales a menores están presentes, pero lo importante es el relato periodístico, en La habitación lo importante es la relación madre e hijo, y madre con su padre y el raptor, y después, la diferente adaptación de cada uno a la vida en libertad. La película reivindica el papel materno, los hombres de la vida de la madre son negativos, tanto el padre (William H. Macy) como Nick, éste con mayor motivo, son figuras negativas de dominio y exclusión de responsabilidades, son dos personas que han ayudado a confundir y sembrar de dificultades el camino de la joven, que a sus 25 años, contempla con estupor cómo todo se ha derrumbado, cómo una vez conseguida la libertad se produce el vacío, se precipita al abismo de un futuro muy incierto en el que, mientras su hijo va adaptándose poco a poco a la nueva realidad, ella se ve impedida para progresar, su mente se disgrega y entra en la espiral autodestructiva que había conseguido evitar mientras se sabía la única posibilidad de sobrevivir para el hijo.
Si mientras el secuestro duró, la obsesión de la madre era la de transformar la habitación en un refugio seguro y apacible, cuando éste finaliza, el rol cambia de persona, si la mujer va degradándose y sintiéndose cada vez más imposibilitada para superar las responsabilidades, el niño madura tanto como para convertirse en el refugio de la madre. Se advertiría así la concomitancia de esta segunda parte de la película con precedentes como Bestias del sur salvaje, Jack, Tomboy, Nana… películas en las que un niño se ve obligado a madurar y asumir un papel que no le corresponde antes de tiempo, coincidiendo con adultos incapaces de asumir sus responsabilidades. La película tiene defectos e inconsistencias notables, no es el producto redondo que podría ser, demasiado efectista en momentos innecesarios, como la huida, o durante la ausencia de la madre; con un uso exagerado de la cámara lenta y un poco sutil y redundante uso de la banda sonora para que nos demos cuenta de la supuesta trascendencia del momento. Del recurso fácil a la frase sensible y a la autoafirmación materno-filial, “no soy una buena madre”, “pero eres mi madre”, la excesiva madurez de quien acaba de salir de un mundo para encontrarse con otro muy distinto, un mundo que no tenía fin porque imperaba el reino de la imaginación a otro que, aparentando más grande, es menos sugerente porque es más real y, además, la madre está ausente.
Finalmente el niño-plástico consigue volver a la realidad despidiendo a un mundo ficticio en el que cada objeto tenía entidad propia y naturaleza otorgada. Cuando Jack consigue el perro que quiere desde que está secuestrado, rompe, definitivamente, la pared de cristal que le impedía dejar atrás una realidad que funcionaba como una burbuja de protección. Al cerrar definitivamente la puerta de la habitación, ya no necesitara mirar fijamente al infinito y pensar en dónde se sustenta ese espacio, habrá conseguido poner los dos pies en el suelo mucho antes y mucho mejor que toda la legión de adultos que le va a rodear a partir de entonces.