Ignacio del Valle a propósito de “Soles negros”, su último libro
«Había estado casi cinco años fuera del país, y el regreso no había sido amable. A la ausencia de parientes o amigos que le aguardasen se sumaba el estado deplorable de una sociedad sobre la que ondeaba la bandera negra de la pobreza y el hambre. Paisajes eremíticos en los que la enfermedad, la depresión, el estraperlo y los sabañones se habían enseñoreado de almas y haciendas. Y las represalias, las depuraciones. El miedo».
Ignacio del Valle (Oviedo, 1971) ha publicado las novelas: El arte de matar dragones (2003), El tiempo de los emperadores extraños (2006), Los demonios de Berlín (2009), protagonizadas por Arturo Andrade, De donde vienen las olas (1999), El abrazo del boxeador (2001), Cómo el amor no transformó el mundo (2005) y Busca mi rostro (2012). Además del libro de relatos Caminando sobre las aguas (2013), tiene en su haber con más de cuarenta premios de relato a nivel nacional. Mantiene columnas de opinión en los diarios El Comercio y Panamá América, ejerce la reseña literaria en el suplemento Culturas y colabora con el suplemento El Viajero del diario El País y diversas publicaciones. También ha trabajado en radio.
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Soles negros. Ignacio del Valle. Editorial Alfaguara, 2016. 360 páginas. 18,90 €
Este es un nuevo caso del capitán Arturo Andrade, ahora miembro del SIAEM (Sección de Información del Alto Estado Mayor) en el año 1950. Destinado a una aldea extremeña para investigar el asesinato de una niña pequeña –crimen que esconde conexiones con las altas esferas del régimen cuyos deseos suelen convertirse en órdenes–, Andrade tendrá que enfrentarse a los fantasmas que acarrea de su pasado, al mismo tiempo que explora los entresijos de los macabros Hogares de Auxilio Social. El autor vuelve a fusionar thriller, género negro y la historia para hacer un retrato fiel de un época donde la vida podía valer tanto como un mendrugo de pan.
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P.- La primera pregunta se me hace obligatoria: ¿Cómo te planteaste la vuelta de Arturo Andrade pasados seis años desde su último episodio en Los demonios de Berlín?
Estuve escribiendo otra novela, Busca mi rostro, y un libro de cuentos, Caminando sobre las aguas. Fue más tarde cuando encontré un tema que me interesase lo suficiente para volver con Andrade: el robo y la desaparición de niños republicanos de una manera legal e institucionalizada a lo largo de todo el régimen franquista.
P.- ¿Cómo surgió la idea de tratar el tema de los niños robados? ¿Capítulo quizás todavía por cerrar en la historia reciente de España?
Fue a raíz de una noticia en los años ochenta sobre una monja, Sor María Valbuena, que “regalaba niños”. En realidad los robaba en las clínicas donde trabajaba y los vendía a cien mil pesetas la criatura. Este episodio terrible que parecía aislado, no era más que la punta de un iceberg que alcanzaba proporciones pavorosas, ya que había sido una práctica regular durante todo el franquismo. Obviamente, toda esa basura todavía permanece bajo las alfombras y creí que este era el momento de comenzar a airearla.
P.- Siempre se ha dicho que la realidad supera a la ficción. ¿Cuánto de investigación real hay en esta novela?
Me hubiese gustado que algo fuese ficción, pero este cuento de terror es real. Sucedió durante cuarenta años. Las cárceles se llenaron de madres e hijos republicanos, y el régimen decide que tiene que reeducar a toda esa masa desafecta para que sea un pilar del estado. El ideólogo del proyecto, el psiquiatra militar Antonio Vallejo Nágera decide “científicamente” que existe un gen rojo, que el comunismo es una enfermedad y como tal ha de ser tratada. La herramienta principal será el Auxilio Social mediante un programa de ideologización paramilitar y adoctrinamiento religioso, y también con un sistema de adopciones de niños republicanos por familias afines al régimen. Hay dos leyes que sustentan este delirio, una permite quitarle los hijos a las madres en las cárceles cuando estos cumplen los tres años, y la otra cambiarles el apellido bajo determinados supuestos. Con todo esto, en el registro civil podía hacer lo que quisieran, y así comienza un desatino que, no nos confundamos, también fue un gran negocio para algunos.
P.- ¿Cómo ha evolucionado Andrade, ahora más adulto? ¿Cómo le ha sentado volver a su tierra y su pasado?
Arturo Andrade ha aprendido a negociar con la realidad, y no se adhiere ni a las mentiras de los suyos ni a las del enemigo. Sabe que la justicia nunca es completa, y distingue entre un mal necesario y un mal conveniente, porque es ahí donde reside la justicia, que no es absoluta en ningún caso, sino una mínima dosis. Este hecho se explica perfectamente en una serie danesa, Borgen, a la que ahora estoy enganchado. Y en cuanto al regreso a Asturias, un tercio de la novela transcurre allí. Llevaba tiempo queriendo escribir sobre la madre patria, pero hasta ahora no encontré la perspectiva adecuada. Llevo muchos años fuera y ese sedimento fue el catalizador de un viaje de documentación que me planteé como si fuera un extranjero, y todos los paisajes los pude ver con una mirada nueva, lo que en ciertos casos resultó espléndido, muy estimulante.
P.- ¿Por qué esta vuelta al ámbito rural? ¿Cómo era la vida en los pueblos de la España de posguerra?
La novela transcurre en tres escenarios, dos rurales, Cáceres y la costa asturiana, y uno urbano en Madrid. Quería establecer una mirada panorámica de España, los diferentes contrastes. Un país de estraperlo, sin apenas penicilina, con hambre, restricciones eléctricas, con las distintas familias del régimen en pugna interna, en equilibrio político entre democracias, con madres e hijos republicanos masacrados, guardias civiles que viven y combaten al maquis en condiciones infrahumanas, el mismo maquis que ya se encuentra en estado terminal, los prisioneros en régimen de esclavitud encuadrados en los destacamentos penales… Pero también un país que ya empieza a ver los primeros signos de recuperación, y asimismo con una incómoda paradoja: ese Auxilio Social que ahorma y castiga, también salva de morir de hambre a miles de niños.
P.- La investigación del asesinato de una niña, te da pie a hablar de aquellos Hogares de Auxilio Social que tanta fama tuvieron… Produce miedo mirar hacia atrás.
Producen miedo las condiciones en que sobrevivieron los críos, castigos físicos, humillaciones, hambre, malnutrición, sed, soledad… Para seguir vivo comían peladuras de patatas, cortezas de árboles, incluso cuero de cinturones… Pero también las cárceles donde condenaban a las madres, como la de Ventas, diseñada para quinientas personas y que llegó a albergar once mil. O la prisión de madres lactantes, donde las madres iban dar a luz e inmediatamente volvían a Ventas para ser fusiladas, o se les quitaba el bebé, o solo les permitían estar con los mismos una hora al día, durante el periodo de lactancia…
P.- El sistema cerrado y burocrático es una de las grandes trabas que encuentra Andrade.
En la novela se habla de la ignorancia, del cinismo, miedo, oportunismo, indiferencia, debilidad y absurdo. Sobre los patriotas imperfectos que en las crisis se sitúan en primera fila encauzando las cosas de la peor manera, dotados de mucho poder, pero sobre todo de excusas para abusar de él. Habla de la ignominia de la que forma parte, y de cómo miles contribuyen con sus mezquinas e insignificantes acciones o desidias a perpetuar un paisaje en el que lo bueno y lo provechoso queda desterrado. No nos engañemos, el nazismo surgió y el franquismo y el estalinismo duraron por la colaboración o el silencio de todo un país.
P.- ¿Cuántos niños llegaron a desaparecer durante la posguerra? ¿Cómo es posible que esto no saliese antes a la luz?
Por lo bajo, se calcula que fueron unos 30.000 niños. Durante cuarenta años hubo una dictadura, un entramado de connivencias, intereses y revanchismo despiadado que ocultaron el agujero negro, y luego, durante la Transición, el chalaneo necesario para que llegase a buen término tampoco lo hizo conveniente. Ahora, en esta segunda Transición que protagonizamos, creo que es el momento para que España se enfrente a todos los demonios que quedan para asegurar una futura convivencia y que se liquiden las interminables dos Españas.
P.- Te desenvuelves realmente muy bien en la novela negra. ¿Consideras que hoy es el género por excelencia, el más seguido por los lectores?
Supongo que va por ciclos, antes era la hermana pobre y ahora es la heredera. Ya veremos en el futuro, esto es algo parecido a una partida de Go, es una cuestión de resistencia. Lo que sí me gustaría resaltar es que quizás la etiqueta de novela negra ya se le quede pequeña a una serie de escritores que estamos haciendo un producto que, partiendo de ahí, ha evolucionado y se ha vuelto más complejo porque utiliza múltiples herramientas, historiografía, novela, poesía, memoria, ensayo… Y si parece que las etiquetas son necesarias para catalogar y promover, a lo mejor habría que inventar una nueva para lo que hacemos.
P.- ¿Tienes ya algún nuevo proyecto narrativo entre manos?
Siempre tengo varios proyectos funcionando en paralelo, una novela contemporánea que no es –hablando de etiquetas– ni thriller ni noir, una novela histórica, un ensayo… La base de todo, repito parafraseando a Cela, es resistir.
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Por Benito Garrido (@benitogarridog).
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