«El cabaret de los hombres perdidos»: gran musical en pequeño formato
Por Horacio Otheguy Riveira
Un muchacho corre por la ciudad donde una pandilla de salvajes ha estado a punto de matarle a golpes. Le están esperando en un centro de tatuaje desde donde van contándonos su historia. Entre canciones al mejor estilo del musical descarnado y tragicómico (Sweeney Todd, por ejemplo, de Sondheim), cuatro actores-cantantes escenifican la vida, pasión y muerte de un chico ambicioso atrapado entre canallas que acabarán regalándole una maravillosa resurrección.
El cabaret de los hombres perdidos es una función estrenada en Francia en 2006. En España debutó en Zaragoza en octubre de 2015, luego en Madrid en los Teatros del Canal, y pasó al Infanta Isabel donde comenzó una larga gira por todo 2016. Ahora regresa al Teatro Alfil.
Con el acompañamiento de un excelente pianista (Jota Hidalgo), los cuatro actores cantan casi constantemente en una suerte de mágica resolución musical, pues sus voces e interpretaciones logran un interés constante, una fluidez permanente. Lo más destacado de la función es la unión de lo canalla con la fantástica imaginería del género musical. Unión de lo perverso y lo tierno a través de la experiencia de un joven de familia disfuncional abandonado en una ciudad hostil, con un sentido del humor de la comedia más directa y vulgar a lo más refinado de la parodia del propio género.
En El cabaret de los hombres perdidos se parodia lo humano y lo divino, logrando un delicado equilibrio con lugar preferente para el mejor melodrama.
De todo hay en este show donde los nombres de numerosos amantes se tatúan en la piel, y al tiempo se presentan como meros elementos de un lugar donde todo es posible: desde el porno gay a la liberación de prejuicios, pasando por el infierno del todo vale con tal de conseguir dinero; de la desolación de la juventud que todos quieren poseer y explotar lo más posible hasta dar con la alegría redentora del cuento de hadas posible cuando se instala la solidaridad.
Una función transgresora que alcanza cotas de formidable espectáculo donde sus cuatro intérpretes logran cautivar desde el comienzo: Ignasi Vidal como el Destino sarcástico y manipulador que también será capaz de mostrar otras facetas y actitudes; Armando Pita, el Tatuador, socarrón y lisonjero según convenga; Cayetano Fernández, Dicky, el tierno inexperto, el más deseado con unas cualidades excepcionales, teniendo en cuenta su corta trayectoria; y Ferrán González (Pegados, Mierda de artista, Hércules), como Lullaby, un transexual que pasea su palmito con elegancia, incluso en el desafuero de las situaciones más grotescas, hasta lograr el súmmum cuando interpreta a una diva venida a menos, dispuesta a renacer con un musical autobiográfico; González compone de manera precisa, divertidísima y patética a la vez, y junto a Cayetano Fernández consiguen bordar una larga escena musical y teatralmente óptima: la diva en decadencia y el muchacho que se decide a dar el gran paso para profesionalizarse… logran uno de los números más logrados, en el que la risa del espectador baila al compás de los dos actores-cantantes, luego incorporando a los otros dos para alcanzar un despliegue tan interesante que contagia el poder de su imaginación: todos convencidos de que hay en escena una compañía numerosa y una orquesta de 20 profesores 20. Es el arte de lo esencial del teatro: actores y director, bien pertrechados de un guión excelente que no pierde un minuto en divagaciones, y una música magistral que mantiene en vilo al público más exigente.
El cabaret de los hombres perdidos
Autor: Christian Simeón
Adaptador del texto: Jorge Roelas
Director: Víctor Condeviosa
Música: Patrick La
Adaptador de la música: Marc Álvarez
Adaptadora de canciones: Alicia Serrat
Coreografía: Amaya Galeote
Iluminación: Juanjo Llorens
Escenografía: Daniel Bianco
Vestuario: Maipo
Tras el largo éxito de 2016, reposición 2017 en el Teatro Alfil. Con Leo Rivera en el papel que interpretara Ignasi Vidal.
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