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«El lago de los cisnes», éxito asegurado en el Teatro Philips de la Luz

Por María Bravo

 

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Si Chaikovsky hubiese sabido en 1877, fecha del estreno en Moscú, que el Lago de los cisnes iba a ser el ballet más famoso del planeta, no hubiera podido creerlo. Pero si, además, ese mismo título se hubiera representado todavía en 2016 llenando teatros, probablemente no hubiera podido soportar la presión arterial. Ya lo afirmó el hermano del compositor y también músico Modest Chaikovsky…

            La pobreza de la producción, es decir, la escenografía y el vestuario, la ausencia de destacados intérpretes, la debilidad imaginativa del coreógrafo, y, por último, la orquesta … todo esto junto permitió (a Chaikovsky) con buena razón  echar la culpa del fracaso a los demás.

            El lago de los cisnes, basado en el cuento El velo robado del alemán Jogan Karl August Musäus, fue el primer ballet del compositor y un fracaso en su estreno, pero un éxito con el paso de los años. Ha sabido demostrarlo, y el ballet de San Peterburgo no ha sido una excepción. Este mes se representa en el Teatro Philips de la Luz como una de las grandes apuestas de la temporada.

            Uno ya recibe desde la butaca la obertura opus 20 de Chaikovsky y distingue el candor de los cisnes danzando como ánimas invisibles. Se alza el telón y el cuento de hadas despliega el argumento. Un hechizo en medio de la noche oscura, una maldición, una bella dama convertida en cisne por el brujo Rothbart. Solo el amor podrá salvarla, a ella y a su pequeño grupo de cisnes. Sigfrido, el príncipe, debe elegir mujer en su palacio para desposarse, pero como no termina de decidirse, sale al bosque a cazar cisnes bajo la luz de la luna llena. Es entonces cuando conoce a Odette, la princesa cisne de la que se enamora y quien adquiere su verdadera apariencia en la noche. Al día siguiente llega a palacio Odile, la hija del brujo Rothbart que encarna al cisne negro y que finge ser Odette, y que lo único que quiere es engañar al príncipe Sigfrido, a quien le promete amor eterno. Cuando este se da cuenta de su error, suplica el perdón de Odette y reta al malvado brujo, quien pierde en el combate y su magia desaparece.

11119_l         La técnica de todos los bailarines se presenta de manera formidable. Los cuerpos resplandecen en un equilibrio perfecto. Las facciones del rostro se balancean en un constante patetismo que agita el ánimo con violencia, lo arrastra y lo eleva con una pasión exacerbada hasta llegar al corazón de los espectadores.

La expresión de vileza de Odile, en su corpiño y tutú negros engalana la escena de engaño y brujería, por no hablar de sus espectaculares fouettes en el salón de palacio. La dualidad y actitud maniquea de los dos cisnes resulta esencial: Uno es dulzura, fragilidad, cariño que enamora. El otro, poder y provocación, tal y como apunta Tatiana Solovieva, la productora del espectáculo.

            Momentos clave hay muchos, sobre todo al ser testigos de los allegros vertiginosos del bufón, interpretado por Konstantin Tcaci, o la elegancia del pas de quatre cargado de arte y técnica en la Danza de los pequeños cisnes. Otras representaciones dignas de mención son los cuatro bailes que se realizan en palacio: la danza napolitana, la española, la húngara y la polaca.

            Pero, sin duda, el elemento estrella es el cisne. No solamente Odette, sino el resto del cuerpo de baile. Un vestuario níveo y delicado que reluce en la sala oscura como puntas de diamante. Las plumas de los cisnes parecen aletear al compás y moverse en cada pirouette o posición.

El coreógrafo ruso Fiódor Lopukhov ya afirmó a principios del siglo XX que el cisne tiene sus orígenes en las fuentes lírico románticas rusas, aunque muchos de los movimientos del cuerpo de baile provienen de danzas circulares eslavas, y añadió que «tanto la trama de El lago de los cisnes como la imagen del cisne y la idea misma de un amor fiel son esencialmente de Rusia». Cada movimiento de las bailarinas es recogido con la esencia del cisne, el oscilar de los pies en puntas, los brazos ondulantes o los escorzos propios del animal. Existe una sincronización digna de mención.

            Por otra parte, muchos son los mismos elementos con el ballet de El Cascanueces, representado en este mismo teatro, tales como el escenario, realizado por el carismático Evgeniy Gurenko o el elenco del cuerpo de baile. No ocurre lo mismo, sin embargo, con los solistas. En el papel de Sigfrido está Vladimir Statniy, laureado en concursos internacionales de ballet en Constanta (Romania) 1995, o en Arabesk-2002, en Perm (Russia) 2002. El papel de Odette lo representa María Poliudova: laureada en el concurso internacional de ballet en Constanta (Romania) 1994, en el Vaganova-Prix III en St-Petersburg (Russia) 1995 o en Arabesk-2002, en Perm (Russia) 2002.

            El lago de los cisnes es una consecución de piezas conocidas, tales como la Danza de los cuarto pequeños cisnes o el Vals del primer acto. Pero, sin duda, la pieza final es la apoteosis de un mágico despliegue de sensaciones. Una no puede dejar de emocionarse cuando es testigo de la fusión de música, danza y del triunfo del amor entre Sigfrido y Odette. Muchos han sido los finales a lo largo de la historia de este ballet, que han oscilado entre lo trágico y lo romántico, y en esta ocasión ha ganado la fuerza del romanticismo.

Si Chaikovsky fuera testigo del éxito de esta representación de El lago de los cisnes, probablemente estaría escondido entre los espectadores del teatro madrileño, pasando desapercibido, dejando la gloria a su princesa cisne y al eterno enamorado.

Productora: Tatiana Solovieva

Coreografía y dirección artística: Andrey Batalov

Dirección: Andrey Sharaev

Diseñador y escenografía: Evgeniy Gurenko

Diseño de luces: Alexander Soloviev

Solista Odette: María Poliudova

Solista Sigfrido: Vladimir Statniy

Teatro de la Luz Philips Gran Vía. Hasta el 28 de febrero de 2016

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