Cuestionario literario: Daniel Jiménez

 

coca“Que la realidad no te estropee un buen titular”, sobre este lema, dicta la tradición, parece ser que Williams Randolf Hearst fundamentó su gran imperio. Frase tan renegada como repetida, las supuestas palabras de Hearst retratan el periodismo sin escrúpulos a la vez que describen la dictadura del titular, una dictadura, renombrada recientemente por Rosa María  Calaf como el periodismo del “click”, que tiene como principal objetivo despertar el interés –el interés morboso, podríamos añadir- del lector y deja en un segundo plano las cuestiones informativas. El periodismo cultural no escapa de esta dictadura, aunque las menores implicaciones político-económicas –menores, pero no por ello, inexistentes implicaciones- desdibujan y restan protagonismo al carácter de impacto de algunos de sus titulares. Sin embargo, como las meigas, haberlos haylos estos titulares: pocos ejemplos más actuales y más paradigmáticos al respecto como el de la novela de David Jiménez, cuyo título, Cocaína, ha hecho las delicias de más de uno. Y, si bien la teoría literaria, así como la historia de la crítica, nos han enseñado, que hay innumerables maneras de acercarse a una obra literaria, el título de la novela de Jiménez ha reunido en perfecta sintonía a distintos medios que, independientemente de la propia línea editorial, han visto en el tema de la cocaína el eje central en torno al cual hacer gravitar la lectura de la novela de Jiménez. La pregunta se hace, por tanto, indispensable, ¿es verdaderamente la cocaína el tema central de la novela ganadora del Premio Dos Passos? Y, sobre todo, ¿acaso el título no reclama una lectura metafórica que trasciende la mera referencia a la drogadicción? Ante todo, si algo define el trabajo novelesco de Jiménez es el carácter diarístico-confensional del mismo: en primera persona, Cocaína se presenta como la confesión, escrita en forma de diario, del protagonista, un joven escritor en pleno proceso de elaboración de su primer trabajo y, a la vez, un joven escritor que se interroga acerca no sólo de la elaboración de la obra, sino del campo de la tradición literaria y del campo intelectual –tomando prestada la terminología de Bourdieu– que quiere ocupar. La confesión del protagonista es, asimismo, la interrogación acerca de qué escritor quiere ser y, consecuentemente, qué es o qué debe implicar ser escritor en el presente.  Dialogando con la tradición agustiniana de la confesión, tradición de la que participa también Petrarca, sea en El secretum sea en el CanzoniereJiménez, por un lado, dialoga, con el género de la confesión y, por el otro, se inscribes el hoy denominada autoficción, pero de una manera nada evidente: el juego híbrido entre la confesión ficticia y la autoficcionalidad de la primera persona del escritor sitúa a Jiménez en abierto diálogo con el Sartre de Les Mots, pero lo distancia en tanto a la ausencia de referencia nomitativa: es el contexto, la descripción del protagonista y la construcción de ese yo del autor ficcional el que plantea a nivel pragmático una referencialidad entre el yo narrativo y el yo del autor, una referencialidad que, sin embargo, permanece en el ámbito de la referencialidad pragmática y que no debe confundirse, pues Jiménez parece tener claro –de ahí el juego novelesco- que, como decía Rimbaud, “je suis un autre”. A partir de este juego de referencialidad, Jiménez construye una novela de sustrato ensayístico de la obra. Puede que tenga razón Eduardo Lago cuando dice que la metaficción y la metaliteratura no existe, pero de lo que no cabe duda es que Cocaína es una reflexión acerca de la escritura en sí misma, acerca del proceso de creación y una aproximación a la figura del autor, personaje clave en  aquella narrativa del futuro a la que apelaba Bolaño. Y, en todo esto, ¿dónde queda el título que, teóricamente, apelaba al núcleo de la obra? Cocaína es un viaje al abismo de un sujeto absolutamente descreído de todo, alguien que sufre de un nihilismo existencial y que se aferra paradójicamente a aquello que lo destruye. De ahí que el tema de la cocaína reclame una lectura metafórica, una lectura que no limite el término “cocaína” a la drogadicción y a su consumo, evidentemente presente en la obra, una lectura que, por el contrario permita considerar la cocaína como un mal existencial del que el protagonista no se desprende, pues le produce a la vez placer y dolor. En este sentido, el consumo por parte del protagonista se convierte en imagen de un proceso nihilista de autodestrucción y, a la vez, casi en clase nietzscheana, en la búsqueda constante de un placebo: la cocaína representa el dilema entre lo apolíneo y lo dionisiaco en medio del cual se sitúa el autor, un dilema que Jiménez replantea, como la duda entre escribir y no escribir y, sobre todo, como la pregunta ¿cómo y para qué/quién escribir? Es la pregunta, en definitiva, del yo y su identidad: ser escritor, pero ¿cómo y por qué?

Foto: Javier Oliaga
Foto: Javier Oliaga

¿Cuál es su idea de felicidad perfecta?

Se parece bastante al momento personal y profesional que estoy viviendo ahora. Haber alcanzado una meta largamente esperada y estar disfrutando de una tregua económica que me permite la posibilidad de seguir escribiendo.

¿Cuál es su gran miedo?

Soy más miedoso de lo que me gustaría. Me horroriza perder la calma mental y vital que he conseguido después de tanto tiempo de inestabilidad. Me aterra que alguien cercano se vuelva a marchar. Me da pavor salir a la calle y comprobar que el mundo es otro al que yo conocía.

¿Cuál considera que es la virtud más sobrevalorada?

Me parece que no es malo sobrevalorar ciertas virtudes, la templanza, el honor, la honestidad, aunque con algunas se nos haya ido de las manos. Por ejemplo, con la belleza, que hemos asociado a la juventud como si ésta fuera un valor en sí mismo.

¿En qué ocasiones recurre a la mentira? (en el caso que confiese mentir)

No suelo mentir, o intento no hacerlo, porque no me agrada y porque además se me nota demasiado. Eso no significa que no haya mentido como un bellaco en más de una ocasión.

¿Se muerde la lengua antes de expresar determinadas opiniones por temor al qué dirán?

No, pero es cierto que en determinados ambientes prefiero no exponer mis opiniones claramente para no enfrentarme con aquellos que a buen seguro no estarán de acuerdo con ellas. Antes tenía más ganas de discutir. Ahora me agota.

¿Cuándo fue la última vez que tuiteó o publicó algún comentario en las redes sociales con plena libertad?

No tengo Facebook y Twitter sólo lo utilizo para comentar asuntos literarios con total libertad. No creo que a nadie le interesen mis comentarios sobre el resto de asuntos.

¿Qué es para usted la libertad?

La posibilidad de elegir, tomar decisiones y actuar con coherencia.

¿Siente que el ser una persona reconocida públicamente le resta libertad con respecto a la persona anónima?

Mi reconocimiento público es limitadísimo, pero en cualquier caso no creo que me reste libertad respecto a las personas que anónimamente comentan a diario las noticias y expresan con rotundidad sus opiniones. En varias entrevistas he hecho afirmaciones polémicas que no han sentado bien a los lectores, y tanto ellos como yo hemos tenido la misma libertad para defender nuestras posiciones.

¿Hablar y expresar públicamente opiniones políticas o silenciarlas?

Elijas lo que elijas, hablar o no, lo importante es actuar con sensatez y coherencia.

¿Activismo público o compromiso privado?

Me remito una vez más a la coherencia. En mi caso, mi compromiso es con la literatura, por lo que al mismo tiempo se trata de un activismo público y privado. Me parece necesario que ambos vayan de la mano.

¿Informarse o ser informado?

Desentrañar la información, descifrarla y asimilarla, venga de donde venga. Sin partidismos,  sin buscar la complacencia, enfrentándose a la contradicción.

¿Qué es para usted y qué valor tiene la información?

La información es un arma de doble filo: me estimula pero también me paraliza. Su valor principal reside en su capacidad para hacernos más conscientes y menos complacientes. Más libres. Menos crédulos. Aunque su poder abrumador muchas veces conduzca a la indiferencia.

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foto: Alicia Blanco

La cultura, ¿cuestión de esnobismo o conocimiento transversal?

La cultura siempre debería aportar conocimiento, crecimiento, superación. Quienes hagan de ella una cuestión de esnobismo, y hay muchos, están desentendiendo la realidad.

¿Todo es cultura? O, mejor dicho, ¿qué no es cultura para usted?

La cultura que no aporta ese conocimiento. La cultura que sólo refleja comportamientos alejados de la realidad. La cultura que se sobrevalora a sí misma. Todo es cultura, sí, sólo que no toda la cultura que generamos es útil o provechosa.

¿Sus referentes culturales son literarios, musicales, artísticos, cinematográficos…?

Mi referentes a la hora de escribir siempre son literarios, porque los considero un eslabón más en mi formación de escritor. La música, el arte y el cine los vivo de una manera más lúdica, y se filtran en mi trabajo de una forma menos profesionalizada.

¿Un autor para releer?

Borges. Siempre Borges.

¿Un autor recién descubierto?

Luisgé Martín. Su escritura, su profundidad y sus personajes me han cautivado.

¿Una película, una obra de teatro o un espectáculo recientemente visto y que no olvidará?

40 años de paz, de Pablo Remón. Una obra de teatro mordaz, divertidísima, maravillosamente bien interpretada, decadente y genial.

La creación, ¿un arte, una pasión o un ofició que se puede aprender?

Una forma superior de la locura. Una explosión de vitalidad. Y también, en muchos casos, una excusa para darle trascendencia a lo que no lo tiene.

¿Todos podemos escribir un libro?

A mí me ha costado muchísimo, pero entiendo que cualquiera podría hacerlo con menos esfuerzo.

¿Todos podemos publicar?

A mí me ha costado muchísimo, pero entiendo que a otros les haya resultado más fácil o no tengan reparos a la hora de acudir a la autopublicación.

¿Todos podemos ser artistas?

Yo no me considero un artista, pero entiendo que todo el que se lo crea pueda llegar a parecerlo. Para mí, en cambio, es una palabra viciada y una profesión vaciada de contenido.

El éxito, ¿personal o profesional?

No creo que pueda existir el uno sin el otro.

El éxito, ¿fama, dinero, reconocimiento o no necesariamente?

La fama no sirve para gran cosa. El dinero es un medio, no un fin. Así que por lo único que considero que he podido tener éxito es por haber conseguido el reconocimiento de unos pocos críticos y lectores, que con su aprobación han hecho que valga la pena el esfuerzo.

¿Cuál considera que es su gran logro?

Seguir vivo.

¿Cuál es su lema?

Todos nos merecemos una segunda oportunidad. Por ejemplo.

 

 

 

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