‘Berlín y el barco de ocho velas’, de Jesús del Campo
Por Ricardo Martínez Llorca
Berlín y el barco de ocho velas
Jesús del Campo
Minúscula
Barcelona
149 páginas
Un viajero que es capaz de afirmar que “el paraíso es un lugar muy peligroso. Cuanto más alto el propósito, más numerosos los actos que se consideran justificables en su nombre”, es un viajero que ha visto mucho. Tal vez no el que más kilómetros ha sumado, pero sí el que no ha perdido el sentido de cada pisada. Esa idolatría por el viaje, como si el hecho de viajar fuera el paraíso, no deja de ser otro becerro de oro. Bien lo sabe el buen viajero. En este caso, lleva por nombre Jesús del Campo y es uno de los escritores con la prosa más sensible de nuestra literatura. Es un viajero alerta, con la mirada y con el oído, que está reconociendo siempre los recodos donde encuentra algo de armonía. Una armonía que puede haber hasta en el arroyo urbano.
Jesús del Campo acampa en una casa de huéspedes en Berlín y sale a la calle. Luego nos relata lo que ve y lo que piensa como si nos estuviera sucediendo a los dos, al autor y al lector, al mismo tiempo. Elimina los detalles, los gestos innecesarios y los lugares comunes, para quedarse con lo que significa algo: los poetas y la historia. En un ejercicio literario de altura, no rechina encontrarnos en la misma frase a John Keats y a Himmler. Pues Berlín es la ciudad con el estigma, con la marca de Caín, que el autor desgrana en el ambiente con lo que alcanza a conocer: “no hay proposición que no implique el universo entero; decir tigre es decir todos los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra”. Y así, las asociaciones líricas que le van surgiendo a lo largo de sus paseos de voyeur, caen en cascada: se deja llevar, no se ata a un programa predeterminado. Practica la libertad literaria bien revisada.
Berlín es para Jesús del Campo un cruce de destinos, donde halla a personajes históricos que protagonizaron lo que registra los libros de texto, pero también a quienes sufrieron la historia. Lo cual supone que no rehúye de la melancolía, esa que recibimos de ellos, de quienes no conocemos, esa que practican los mejores escritores, echando de menos lo que no conocieron. En este caso, se traduce en la tristeza de un Berlín vencido. Pero en los rasgos de dignidad que sobrevuelan y atraviesan, aquí y allá, a algún hombre. Él sabe que la dignidad debería ser el gran tema de la narrativa, y acude a ella mientras pasea por Berlín, recordando la historia entera de Europa, que resume entre líneas en estas pocas y exquisitas páginas.