Sorprendente “Vida de Galileo” en revitalizada versión de Ernesto Caballero
Por Horacio Otheguy Riveira
Un espectáculo prodigioso en sus posibilidades audiovisuales con un reparto óptimo para engarzar secuencias planteadas de forma cinematográfica. Un teatro muy gratificante al afrontar, con gran energía y sentido del humor, uno de los textos clave del siglo XX, articulado cuando acababa de terminar la segunda guerra mundial. Ciencia, filosofía, religión, política, amistad, amor: todos temas expuestos con una dinámica teatral de meticuloso empeño y fabuloso resultado.
“Amar a Brecht sobre todas las cosas materiales e inmateriales”: esta salmodia hizo mucho daño a las enseñanzas de quien vivió la aventura teatral como una herramienta para cambiar la vida cotidiana de él mismo, la gente de teatro y los espectadores. Esta contradicción entre sus máximos aliados ideológicos y las necesidades escénicas hace que muy a menudo sus obras se conviertan en ladrillos inexpugnables, en aburridas monsergas, testimonios de mensaje que hay que distanciar de toda emoción.
Me sucedió muchas veces, y no sólo en España, y al salir del teatro cabizbajo y meditabundo sólo me consolaba volver a leer al maestro, no sólo en su campo teórico sino también en la obra que acababa de ver en puestas en escena de ruidosa modernez o exageradamente fieles, en ningún caso aplicando lo fundamental de su teoría del distanciamiento: emoción contenida, información veraz, nada de sobreentendidos ni suspicacias… y sobre todo: imaginación y grandes intérpretes.
La gran actriz argentina Cipe Lincovsky (1929-2015), pionera en decir y cantar al autor alemán en íntimos cafés-teatro de Buenos Aires, vivió temporalmente en Madrid. En una ocasión se reunió con un grupo de amigos en su piso de Plaza de España donde el tema principal era su experiencia reciente (finales de los años 70) en el Berliner Ensamble, el teatro que fundara Brecht en el Berlín de posguerra, capital de la RDA: República Democrática Alemana, la Alemania comunista. Cipe elogiaba muchísimo lo que allí había visto, tanto en las clases en las que había participado como en los espectáculos que había presenciado. La pregunta del millón no tardó en ponerse sobre la mesa: ¿Cuál es la fórmula para un buen Brecht, la fórmula del Berliner? Y ella respondió con total seguridad: “La fórmula no es más que contar con actores extraordinarios, capaces de entrar y salir del personaje para acompañar al espectador en su travesía por la emoción y el conocimiento”. Ahí es nada.
Han pasado muchos años desde entonces, y me resulta muy grato sorprenderme ante este espectáculo tan rico, tan completo, tan fiel al espíritu y tan innovador en la forma: música en directo, canciones, teatro circular, escenario giratorio, el drama y el humor de la persecución y el abuso de poder sobre la lucha por la verdad y la revelación… en manos de Galileo Galilei (1564-1642): un personaje eminentemente brechtiano, pues se niega a ser un héroe, sólo capaz de atender al hombre que es y a los hombres inteligentes que serán capaces de aprender para cambiar; también un egoísta acérrimo, un machista de mucho cuidado, y un soñador que necesita comer todos los días y ocuparse exclusivamente de sus investigaciones (“Pobres los pueblos que necesitan héroes”).
Galileo Galilei es un investigador a todas horas, un niño en un mundo sin juguetes, abocado a construirlos él mismo para demostrar por la vía práctica lo que otros teorizaron, y por ello perdieron la vida entre las llamas de la Santa Iglesia Católica (el mayor monstruo de la civilización durante más de mil años, y los otros mil, arañando poder entre dictadores y falsos demócratas).
Trabaja a todas horas el maestro que detesta enseñar a gente adinerada sin interés, porque le aleja de sus estudios y su portentoso telescopio —descubierto hace ya 406 años— con el que logra “redondear” conceptos que dieron alcance a una visión científica de la existencia que ponía en duda las constantes bíblicas. Una revolución social que no puede admitirse, y por la que Galileo está a punto de padecer algunas de las mayores torturas para propiciar el arrepentimiento que conviene a la Iglesia como poder político y económico establecido de manera ilimitada. Si los campesinos fueran capaces de cuestionar el universo en el que son esclavos, todo el sistema se resquebrajaría…
El papa Urbano VIII considera un sabio a Galileo, pero cardenales influyentes le convencen de que hay que cortarle las alas. El papa cede: “De momento, mostradle los instrumentos”. Con una sola escena de un actor simulando la tortura del desgarramiento de brazos y piernas, es más que suficiente para que el público recuerde los bárbaros métodos de entonces, y el científico rectifique, se arrepienta de sus teorías y acabe en arresto domiciliario hasta alcanzar una vejez en la que ante su guardiana inflexible representa el papel de viejo abatido, pero a escondidas escribe los “Discursi” que darán la vuelta al mundo al entregárselos a Andrea Sarti, a quien educa desde los 11 años.
La complejidad del texto está resuelta por Ernesto Caballero (Rinoceronte, Montenegro) con una flexibilidad tan rica en matices que facilita la maravillosa unión del show musical con el intimismo psicológico, logrando que la información científica no pese [uno de los mayores problemas que siempre tuvo este texto], y que, por el contrario, se deslice por el escenario circular con la misma naturalidad con que Ramón Fontseré asume la capacidad de juego, de solitario loco, fascinante a los ojos de un niño y numerosos seguidores, embebido de sabiduría, contradicciones, arrogancia e imperiosa necesidad de ser él mismo, humano más que humano.
Esta Vida de Galileo se permite empezar en alemán, pues aparece el propio Brecht en la sala, dispuesto a ver la representación. En alemán y en castellano, claro, para que todos entendamos, una gran fiesta escénica da comienzo por todo lo alto. Brecht pregunta por el actor que hará de Galileo, quiere saber quién es. Se lo dicen, no lo conoce. No está. Todos lo buscan a grito pelado: ¡Ramón Fontseré, Ramón Fontseré! Y éste aparece por arte de magia, con sólo quitarse el negro abrigo característico de Brecht en 1955, el año en que escribió su quinta versión de Vida de Galileo, pocos meses antes de morir a los 58 años, dirigiendo su propio teatro desde 1948. Se quita los pocos detalles de vestuario que le convirtieron en el genial escritor y ya, en un mero pispás, Fontseré se transforma en Galileo.
Poco después, en mitad de la función, volverá a aparecer el personaje del autor y también al final, a manera de divertido epílogo: la diversión es otro de los aportes que revitalizan este texto. A fuerza de sacralizar a Brecht muchas veces se le ha condenado al discurso pesado y sin alma, pero, como bien se dice en esta versión “Un materialista dialéctico también se emociona”. Y fueron a por variadas emociones que, con sentido profundo del drama y del humor, logran armonizar una dinámica profunda y ligera, según convenga, con la música original que Hanns Eisler (1898-1962) compusiera para la función.
El reparto escogido es excelente. Alrededor del estilo aparentemente desdramatizado de Fontseré para esta ocasión, vibrantes actores componen de maravilla sus arquetipos, en cuerpo, voz y alma, como les conocemos, pero esta vez afrontando la gran dificultad de las breves escenas y los varios personajes que casi todos hacen: Chema Adeva irrumpiendo de pronto con la feroz diatriba de un Cardenal implacable; Ione Irazabal, aportando el ímpetu, la ternura rabiosa y el amor incondicional por su Galileo, su terrible huésped; la belleza andrógina de Alberto Frías expande su talento como cantante en variados registros y en fugaces creaciones actorales; Roberto Mori tiene un duelo altamente emocional y político con Fontseré que aumenta la tensión de un modo intenso, modelado con el poder de lo artesano: desespera el monje ante la indiferencia del científico y el espectador en medio, pujando entre tinieblas, sin saber con quién comprometerse; por su parte, la hija de Galileo, delicadísima en su ingenuidad hasta convertirse en un personaje trágico: todos espléndidos matices en manos de Macarena Sanz.
Paco Ochoa, Tamar Novas, Alfonso Torregrosa, Borja Luna, Paco Déniz, Pedro G. de las Heras alternan, brillantes, afinados siempre dentro de una puesta que nunca afloja el ritmo, y sus voces y expresión corporal se integran en una ceremonia que no cesa, vitalista y científica, bien dispuestos a que de pronto estalle un número cantado lleno de brío, o irrumpan las cortesanas para iluminar la hipocresía de los cardenales en la nocturna necesidad de placeres carnales. Y aquí destaca notablemente la línea creativa de Felype de Lima, responsable del vestuario: sus ropas negras rara vez permiten la exhibición de la piel desnuda, por ello cuando dos cortesanas (Marta Betriu y Pepa Zaragoza) juegan al placer lésbico con generosos escotes el espacio adquiere otra dimensión, y el humano desborde de intenciones adquiere la luminosidad de lo impúdico en medio de las falsas disquisiciones morales.
Es tan admirable e ingeniosa esta función que Bert Brecht se convierte en un amigo cercano al que vemos fumarse un puro, de lo más relajado, entregándonos la simpatía irresistible de un gran conversador, un lector compulsivo de novelas policiacas, un buscador de pasiones y verdades; un hombre entero que buscaba la unión de la inteligencia con la justicia social en una revolución continua. Esta quinta versión de Vida de Galileo de 1955 fue su último trabajo para el teatro. La había estrenado Charles Laughton en Estados Unidos en 1947, dirigida por Joseph Losey, quien en 1974, realizó una versión para televisión con Topol de protagonista: Galileo.
Vida de Galileo
Autor: Bertolt Brecht
Traducción: Miguel Sáenz
Composición musical: Hanns Eisler
Versión y dirección: Ernesto Caballero
Ayudantes de dirección: Víctor Velasco/Juan Ollero
Intérpretes: Chema Adeva, Marta Betriu, Paco Déniz, Ramón Fontseré, Alberto Frías, Pedro G. de las Heras, Ione Irazabal, Borja Luna, Roberto Mori, Tamar Novas, Paco Ochoa, Macarena Sanz, Alfonso Torregrosa, Pepa Zaragoza
Músicos: Javier Coble, Pau Martínez, Kepa Osés
Espacio escénico: Paco Azorín
Iluminación: Ion Anibal
Vestuario: Felype de Lima
Fotos: David Ruano
Centro Dramático Nacional. Teatro Valle Inclán. Del 29 de enero al 20 de marzo 2016
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