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Las matemáticas que hay detrás de las grandes obras de la literatura

Midiendo la fractalidad
Midiendo la fractalidad

Por Alejandro Gamero (@alexsisifo)

En su ensayo ¿Por qué leer a los clásicos? Italo Calvino define una obra clásica como aquellos libros que nunca terminan de decir lo que tienen que decir, que cuanto más piensa uno que los conoce de oídas, tanto más nuevos e inesperados resultan al leerlos de verdad. Una definición digna del autor de un libro como Las ciudades invisibles. Pero si dejamos las explicaciones poéticas a un lado y hacemos un análisis más frío y cerebral descubriremos que muchos de esos clásicos comparten una peculiaridad que a priori parece muy poco literaria: las matemáticas. Y es que muchas de las obras maestras de la historia de literatura poseen una compleja estructura multifractal.

A esta conclusión ha llegado el Instituto Nuclear de Física de Polonia tras realizar un exhaustivo análisis estadístico de 113 famosas obras literarias, de no menos de 5.000 frases de largo, en diferentes idiomas. Primero convirtieron los textos en secuencias numéricas y a continuación observaron la autosemejanza y la longitud de los enunciados para formular un coeficiente de fractalidad. Bien es cierto, señala el físico Pawel Oswiecimka, que en la práctica la fractalidad de una obra literaria nunca será tan perfecta como en el mundo de las matemáticas, donde es posible ampliar los fractales hasta el infinito, pero más de una docena de las obras estudiadas revelaban una evidente estructura multifractal, con un curioso factor común entre todas ellas con la única excepción de la Biblia: el uso del monólogo interior. «El récord absoluto en términos de multifractalidad resultó ser Finnegans Wake de James Joyce. Los resultados de nuestro análisis de este texto son prácticamente indistinguibles de los multifractales ideales, puramente matemáticos», indicó el profesor Stanislaw Drozdz.

Multifractalidad
Multifractalidad

Además de Finnegans Wake, el estudio demostró la multifractalidad de obras como Rayuela de Julio Cortázar, La trilogía de Estados Unidos de John Dos Passos, Las Olas de Virginia Woolf, 2666 de Roberto Bolaño o el Ulises de Joyce. Así mismo, algunas obras que suelen englobarse dentro del género del monólogo interior, como La Rebelión de Atlas de Ayn Rand y En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, demostraron ser escasamente multifractales. Otros autores analizados han sido William Shakespeare, Charles Dickens, Victor Hugo, Balzac, Alexandre Dumas, Arthur Conan Doyle, Dostoevsky, Tolstoi, Thomas Mann, J.R.R. Tolkien o Umberto Eco, entre otros.

Hay que puntualizar que los fractales son objetos geométricos cuya estructura básica se repite a diferentes escalas, es decir, que cuando se amplía un determinado fragmento emerge una estructura semejante al objeto original. En su estructura más sencilla son monofractales, lo que significa que el ritmo de la ampliación en cualquier lugar es el mismo, lineal. Frente a estos, los multifractales son fractales de fractales, estructuras matemáticas muy avanzadas que no son simplemente la suma de fractales sino que surgen de fractales entrelazados entre sí y no pueden ser divididos para volver de nuevo a sus componentes originales. Un concepto que trasladado a la literatura se caracteriza por una estructura narrativa en cascada.

Aunque los resultados del estudio no son concluyentes, ya que se basan en una muestra bastante limitada ‒apenas cien obras‒, no deja de ser interesante la correlación entre la fractalidad literaria absoluta y la asignación de la obra al género del monólogo interior. Según Drozdz, esta metodología puede garantizar un criterio más objetivo para asignar una obra a un determinado género literario, algo que en no pocas ocasiones se basa en parámetros más subjetivos o imprecisos.

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