Nadie quiere la noche (2015), de Isabel Coixet
Por Elena Rodríguez.
“Muerte viene cuando sol duerme”.
Dos mundos distintos unidos en una misma historia. A un lado el Park Avenue neoyorkino y al otro la fría tierra de Groenlandia.
“Nadie quiere la noche” nos sitúa en el año 1908 y nos pone delante de la cámara a Josephine Peary (Juliette Binoche), la mujer de un explorador americano, y a Allaka (Rinko Kikuchi), una joven inuit. Entre estas dos mujeres se va a crear una conexión muy especial en ese inhóspito lugar donde la nieve y el viento polar borran cualquier huella humana y sólo dejan sitio a una dudosa esperanza de supervivencia.
Josephine espera ansiosa a que su marido, Robert Peary, regrese, habiendo sido el primer hombre en clavar la bandera norteamericana en el Polo Norte. Y de esto trata la película: de esperar. Esperar a que de repente algo ocurra y reconduzca la historia totalmente. Como una revelación, los momentos de acción se concentran en pocos minutos, descubriéndote los detalles de dos vidas paralelas que, al contrario de lo que parece, tienen mucho en común. Allaka es una sonriente esquimal de ojos rasgados, una total desconocida para Josephine, una incógnita para los espectadores que difícilmente logra pronunciar algunas palabras en otro idioma que no sea el indígena. Una mujer misteriosa que a través de gestos y miradas nos contará más de lo que dice mediante su voz. Allaka nos transmite paz y seguridad, aunque esté tan asustada de la noche como lo está Josephine.
Grandes planos generales con vastos paisajes nevados, blancos e impolutos que nos hacen recorrer Groenlandia y sentir el frío en nuestra propia piel. Frío y más frío, un alud, hambre, carne de foca, desesperanza tras la negativa del tiempo a poder ir más allá y miedo, miedo a la soledad que inunda las noches de invierno. Elementos que, junto a un ritmo lento con momentos de acción concentrados, hacen de esta película una auténtica experiencia visual de la valentía, la resistencia y el amor que desprenden ambos personajes femeninos.
Según Isabel Coixet, su directora, es la naturaleza la que empuja a estas dos mujeres a entenderse, a estar juntas y, de alguna manera, esa naturaleza abierta, bella, que vemos al principio de la película se convierte, a su vez, en la principal amenaza. La montaña es quien dicta las normas y quien condiciona lo que sucede en cada momento. Y no sólo lo fue en la película, sino también durante el rodaje. Un rodaje difícil por las extremas temperaturas de hasta 23 grados bajo cero en Noruega (donde se han rodado gran parte de las escenas por su gran parecido al Polo Norte). Aquí podéis ver parte del making-of.
Nadie quiere la noche inauguró en febrero la 65 edición de la Berlinale (el Festival Internacional de Cine de Berlín) compitiendo por el Oso de Oro y ha obtenido nueve nominaciones a los Goya 2016 (que se celebran el próximo 6 de febrero) incluyendo el de Mejor Película.