El ejército de Isaac
El ejército de Isaac
Matthew Brezezinski
Traducción de Enrique Moreno Muñoz
Clave intelectual
Madrid, 2015
422 páginas
Durante la II Guerra Mundial un grupo de judios se organizaron para combatir a los nazis durante la ocupación de Polonia. El periodista Matthew Brzezinski rescata ahora su historia y propone un nuevo relato para entender el desarrollo de la guerra que marcó el siglo XX en Europa. Esta es una historia muy pocas veces contada. Apenas ha salido de Polonia.
PREFACIO
Los judíos polacos tenían tres opciones para sobrevivir al Holocausto: huir, esconderse o luchar. La otra alternativa, no hacer nada, resultaría en una muerte casi segura. Muchos optaron por uno de estos modelos de resistencia, a pesar de que finalmente serían también alcanzados por la muerte. Se negaron a claudicar ante el mal y a renunciar a su derecho a la vida, lo cual los convirtió en unos individuos excepcionales, no solo como judíos y polacos, sino como seres humanos. Estadísticamente, fueron tan solo el «uno por ciento» los que decidieron tomar las riendas de su propio destino y, contra todo pronóstico, anteponerse a las adversidades.
Cuando conseguí mi primer trabajo como humilde e inexperto reportero en la sede del The New York Times en Varsovia, a principios de los años noventa, comencé a sentir una tremenda curiosidad acerca de estas increíbles personas. Varsovia era entonces una ciudad sin vida, destrozada tanto física como espiritualmente por culpa de medio siglo de comunismo, y tan monótona que no era difícil imaginar lo que tuvo que ser vivir en el gueto. Solía caminar por calles cubiertas de hollín en las que no había ni un solo edificio de preguerra que hubiese sobrevivido a la ira de Hitler, mientras me preguntaba cómo hubiera actuado yo de haber sido una de las casi medio millón personas hacinadas entre aquellos muros. Dado que yo era gentil –mi madre nació en Varsovia– el pensamiento no era más que hipotético, una quimera elaborada desde la distancia y sin excesivo apego emocional. Tal vez por eso siempre me imaginaba actuando heroicamente.
Con el paso de los años y mi ascenso laboral, que supuso mi traslado a Moscú y posteriormente a Washington, mis pensamientos acerca de aquellos heroicos judíos desaparecieron temporalmente de mi mente, siendo reemplazados por preocupaciones más mundanas como mi matrimonio, la hipoteca, la matrícula escolar de mis hijos, etc. A veces un artículo de periódico o una película ambientada durante la guerra reavivaba mi curiosidad y me hacía preguntarme cuestiones acerca de la verdadera naturaleza de la resistencia y sobre lo que supondría ser parte de aquel uno por ciento. La cultura popular siempre retrata a los personajes que toman parte en movimientos de resistencia como si se hubieran forjado de la noche a la mañana, como si fueran rebeldes por naturaleza, o como si hubieran nacido con una granada en la mano. Yo sospechaba que la realidad tenía que ser otra, estar mucho más matizada, y haberse desarrollado de otro modo.
Mi matrimonio no hizo sino aumentar mi constante interés por la materia. Mi mujer, Roberta, es judía y de acuerdo tanto con las leyes rabínicas como con las de Núremberg también lo son nuestros tres hijos, lo que sin duda hizo que investigar acerca del Holocausto fuese una tarea mucho más difícil desde un punto de vista emocional, como si simplemente se hubiese tratado de algo terrible que le sucedió a otras personas. Ciertamente resultó imposible hacerlo en 2007, cuando Roberta propuso que nos mudásemos tres años a Polonia. Ella trabaja para una importante empresa internacional de capital privado que efectuaba grandes inversiones en Europa Oriental. Las nuevas y modernas oficinas de la empresa estaban ubicadas en el corazón del antiguo gueto de Varsovia, en la calle de las Setas, construidas sobre las ruinas del edificio que una vez albergó el Consejo Judío. El gueto se estaba transformando en un distrito financiero al alza, clave en el renacer económico de Polonia.
Cuando nos establecimos en nuestra enorme casa de mármol, justo al lado de un palacio gótico de preguerra con piscina climatizada que había pertenecido a un rico empresario judío y ubicada en uno de los barrios residenciales más lujosos de Varsovia, no podía evitar pensar qué le hubiera ocurrido a mi familia si en lugar de tratarse del 2009 fuera el año 1939. A pesar de que ya no contaba con el lujo de gozar de una relativa distancia, aún seguía teniendo una actitud ciertamente egoísta con respecto a mi creciente obsesión. Cuando me dispuse a contar esta historia siempre tuve muy presente la duda de saber cómo habría actuado yo. Por razones puramente egoístas decidí buscar y conocer en persona a los extraordinarios individuos que desafiaron a Hitler y tratar de descubrir qué les impulsó a hacerlo. ¿Tendrían todos algo en común, genética de héroes tal vez, o simplemente se trataba de personas normales que se vieron obligadas a echar mano de una fuerza y coraje hasta entonces ocultos?
Sabía, para conseguir hacerme una idea, para lograr un perfil completo de sus personalidades, que no solo tendría que contar la historia en su totalidad en lugar del mero resumen fragmentado de un levantamiento, sino también lo que aconteció antes y después. En otras palabras, las vidas de los personajes debían ser narradas desde el primer día de la guerra hasta el último, y en algunos casos después de este. Solo entonces estaría claro quiénes eran realmente, de dónde venían, cuáles eran sus motivaciones y cómo llegaron a ser héroes. También quise explorar las distintas formas de resistencia: colectiva e individual, armada y pasiva, consciente e inconsciente.
Coger una pistola no era la única manera de frustrar a los nazis y, aunque huir o esconderse pueda no significar lo mismo para el gran público que asaltar un tanque, tales actos de resistencia también requieren una increíble perseverancia, coraje y planificación, tal y como descubrí al investigar las épicas historias de las familias Osnos y Mortkowicz, historias con las que di por casualidad en la sala de espera de un decrépito hospital polaco en el que mi hijo Ari fue sometido a una operación de emergencia. Decidí escribir sobre ellos porque eran el perfecto reflejo de otros miles de judíos polacos que pasaron por experiencias similares y porque ambas familias aún contaban con miembros entre nosotros, más concretamente en Nueva York y en Cracovia.
Conocer personalmente a los protagonistas se convirtió en uno de los factores determinantes a la hora de elegir los personajes principales del libro, especialmente en lo que respecta a la historia de la resistencia organizada, pues solo un pequeño número de veteranos de la Organización Judía de Combate siguen con vida repartidos por los cinco continentes. Algunos eran muy conocidos y residían muy cerca, como Mark Edelman que vivía en Polonia. Otros se encontraban más lejos, como Simha Ratheiser en Israel o Boruch Spiegel en Montreal, quien vivía en una residencia de ancianos a solo una manzana de distancia del centro médico donde mi madre abrió su consulta familiar al poco de emigrar a Canadá en la década de 1960. Sin embargo, me vi obligado a hacer una notable excepción al fallecer Isaac Zuckerman en Israel antes de que pudiera reunirme con él. Pero no había manera de contar la historia de la resistencia judía organizada en Polonia sin incluirlo, pues fue una figura demasiado importante como para ser omitida. De hecho, él encarnaba el movimiento clandestino, razón por la cual su nombre figura en la portada de este libro. Por suerte, Isaac escribió un libro de memorias brutalmente sincero y detallado que se publicó a título póstumo y que me pareció de un valor incalculable. El texto estaba lleno de rabia y honestidad, sin adornos ni veneración por los héroes.
Las citas presentes en este libro han sido obtenidas en entrevistas, memorias, diarios inéditos y material de archivo. Los datos, como el número de víctimas y redadas, el recuento de ejecuciones y torturas, o las tasas de inanición, provienen de investigaciones llevadas a cabo en Polonia, Israel y Estados Unidos. La narración traza el viaje realizado por los personajes principales atendiendo a la necesidad de antecedentes geográficos e históricos. Hay muchas opiniones que sugieren que los relatos del Holocausto están basados en el desconocimiento, como si la propia historia se hubiese aislado en sí misma. Los judíos se vieron directamente afectados por la inmensidad de los eventos que ocurrieron a su alrededor: las relaciones con los gentiles y las continuas alianzas dentro del movimiento clandestino polaco; el devenir de la guerra, tanto las victorias como las derrotas, en los frentes oriental y occidental y las cambiantes políticas de los nazis; las cínicas decisiones políticas tomadas por Londres y Washington; y finalmente la llegada de los soviéticos. Dichas fuerzas extranjeras moldearon el destino y las decisiones tomadas por los judíos entre 1939 y 1946, y yo he intentado introducirlas en la narración para garantizar la comprensión del contexto histórico y social de la época.
Por otro lado, también he intentado recrear la Varsovia de aquellos años, pues la ciudad ya no existe tal y como una vez fue. Hitler literalmente la borró del mapa, destruyendo el 90% de los edificios del área metropolitana. Fue sumamente complicado estar sentado en el restaurante de sushi de la moderna oficina de mi esposa observando cómo se construían pisos de un millón de dólares en la acera de enfrente, mientras intentaba imaginar a los niños hambrientos que una vez estuvieron ahí mismo mendigando por un poco de pan. Nada quedaba de aquel mundo a excepción del lejano recuerdo, por lo que consideré fundamental proporcionar un fiel retrato del lugar y del momento, así como de las personas. Por eso elegí traducir los nombres de lugares siempre que fuera posible. «Calle de las Setas» es más fácil de entender que «Ulica Grzybowska» aunque ambos nombres signifiquen lo mismo. Del mismo modo, «Pablo» suena más familiar que «Pawel».
En última instancia, este es un libro sobre personas, sobre un grupo de seres humanos que vivieron y lograron cosas extraordinarias. En compañía y en soledad, llevaron el significado de la palabra «resistencia» hasta el final, siendo puestos a prueba como pocos humanos lo han sido a lo largo de la historia. Aunque sus vidas hayan quedado ligadas irremediablemente al Holocausto, el estatus que consiguieron al elevar la condición humana es y será siempre universal.