‘Un verano chino’, de Javier Reverte
Por Ricardo Martínez Llorca
Un verano chino. Viaje a un país sin pasado
Javier Reverte
Plaza y Janés
Barcelona, 2015
254 páginas
China era el país más bonito del mundo, sobre todo cuando pensábamos en esos campesinos tocados de inmensos gorros cónicos, recogiendo arroz entre un verde densísimo, con los pies mojados hasta las rodillas y al fondo, al principio del camino que guiaba hasta las montañas azules, una pagoda retocaba la estampa. Pero hoy es, en buena medida, un lugar mecánico, en el que la educación con escaso cariño familiar otorga a la gente un aire de ortopedia, sudado por turistas que viajan de postal a postal, obviando la inmensidad de uno de los países más extensos de la tierra. Y en esa inmensidad también se incluye y se olvida la riqueza étnica. China no es solo China. China va mucho más allá. Sin embargo, Javier Reverte, que acude puntual a su cita con la literatura de viajes, elige viajar a China, de ahí ese subtítulo paradójico del libro: Viaje a un país sin pasado. Porque el pasado está en otros lugares, no arrasados por la Revolución cultural, la economía de libre mercado, la transformación turística, la normativa atávica familiar que libra a los niños, con frecuencia, del cariño de los padres. A estas alturas, los libros y documentales de viajes por China o por la India abundan tanto en las librerías y cadenas de televisión especializadas, que podrían convertirse en un género propio: todos conocemos de primera mano, aunque no hayamos pisado esa tierra, el desastre de cada uno de los países.
Así pues, lo que queda por escrutar leyendo este verano que pasó Javier Reverte en China, acompañado por un amigo y una guía contratada. La fórmula de Reverte nos resulta muy familiar: directo a lo que le interesa, moviéndose en transporte público –porque lo que realmente le fascina es esa imposibilidad de mezclarse con la gente del país-, regado de documentación y lecturas sobre su recorrido. Javier Reverte vuelve a escribir con un poco de urgencia, siguiendo el manual para no equivocarse. Con ese estilo tan reconocible, en el que se destila el deseo de ser lírico, pero que se adapta tan bien a lo épico. De ahí que las páginas en las que narra la masacre de Nanking superen a la descripción del paso del Yang-Tsé por la garganta del tigre. Por cierto, quien no conozca lo que sucedió en Nanking durante la guerra entre China y Japón, previa a la Segunda Guerra Mundial, debería ponerse inmediatamente al día, dado que se trata de uno de los episodios más espeluznantes de la historia de la humanidad. Al margen de los capítulos históricos o las páginas escritas por otros, las citas, a las que recurre, lo que más destaca es la lealtad. Esa cualidad tan humana. Su guía, una joven homosexual, se convierte en la compañía perfecta, en el rostro amable del viaje y de China. En el verano oculto en un invierno. Porque la impresión que da es la de que se acerca a China, con intención de recorrer con flexibilidad el camino que traza el Yang-Tsé, en mal momento. Aunque uno no deja de preguntarse si siempre ha sido y siempre será mal momento para ir a China. Para congraciarse con el mundo, es decir, con el viaje, bajo tales circunstancias, bajo tanta descomposición, Reverte se socorre de una mirada en la que nunca decae el aliento de un hombre que sabe tomarse lo que se le viene encima con humor. Aunque no nos dé demasiadas sorpresas, a estas alturas si deseamos volver a leer a Javier Reverte, es porque sabemos que vamos a topar con la literatura de un buen hombre. Y con eso debería bastar.