¿Es el colapso un factor inevitable de la naturaleza de las sociedades complejas?
Según la Real Academia Española, el concepto de «colapso» (del lat. collapsus, part. pas. de collābi, caer, arruinarse) debe definirse como la «destrucción, ruina de una institución, sistema, estructura, etc.». En principio, es evidente que la propia explicación dista de ser concisa, ya que la expresión de «etcétera» sustituye el resto de una enumeración que convendría conocer. Además de estas problemáticas de morfología y sintaxis, la definición se complementa por concepciones negativas –y catastrofistas por términos asociados como “declinación”, “caída”, “crisis”, “ansiedad”– que se tienden a atribuir al término en cuestión.
El debate académico que se propone sintetizar ha vuelto a alcanzar cierta popularidad por varias razones: por una parte, a causa de las preocupaciones contemporáneas por el cambio climático y, por otra, debido a la conciencia actual del impacto humano en el medio ambiente o la degradación de los ecosistemas. El reconocido historiador y antropólogo J. Tainter, profesor de la Universidad de Utah, señala que el colapso es un proceso político de simplificación que puede ocurrirle a cualquier sociedad compleja, y considera que este proceso debe ser rápido y conlleva la pérdida sustancial de la estructura sociopolítica. Tal como explica el Doctor en Sostenibilidad por la Universidad Politécnica de Cataluña J. Antequera, entre las diversas causas que propone en su estudio como motivadoras del colapso de las sociedades a través de la historia, cabe incidir en una de las apreciaciones que el americano apunta: el flujo energético debe ser suficiente para mantener la complejidad de una sociedad, lo que significa que a mayor complejidad social mayor debe ser el flujo energético que la sustente. Sostiene también que hay dos factores que se combinan para que se culmine el colapso en una sociedad: los factores de estrés o las perturbaciones, y los rendimientos marginales que decrecen la solución de incrementar la complejidad. Sin embargo, otros autores como J. Diamond, influenciados por la biología y la ecología, señalan que el colapso es sobre todo un cambio demográfico que implica la pérdida drástica de la población en un área en particular.
En cuanto a las sociedades del pasado, aunque existen diferencias entre la situación a la que se enfrentaron y la desarrollada en la actualidad, tuvieron tendencia a triunfar o a fracasar en función de circunstancias similares a las que nos hacen triunfar o fracasar a nosotros en el presente; en otras palabras, como explican los profesores eméritos de antropología y arqueología P. McAnany y N. Yoffee, las sociedades pasadas tuvieron la opción de prosperar o declinar, y si colapsaron, fue porque dañaron su entorno. Aunque autores como K. Pomeranz, profesor de Historia de la Universidad de Chicago, argumentan que las élites de las sociedades antiguas, por muy poderosas que fueran, no tenían el suficiente poder como para arruinar su propio entorno. Conviene también resaltar el capítulo 17. The Shadow of the Past de uno de los pioneros de la disciplina académica Big History, C. Ponting, de la obra A New Green History of the World, quien opina que los problemas a los que se enfrenta actualmente el medio ambiente, tienen su origen en la historia de la humanidad. Como Diamond, en lugar de centrarse en los acontecimientos políticos, se ocupa de las fuerzas fundamentales que han cambiado el mundo y en las consecuencias que han ejercido las acciones antrópicas. Por lo tanto, son dos las corrientes teóricas por las que se constituye este debate académico: una resalta las debilidades antrópicas frente al colapso, y la segunda enfatiza las acciones humanas como respuesta a las vulnerabilidades de todo tipo.
Es conveniente, por tanto, reconsiderar el significado del concepto de «colapso», y si éste significa el fin o la desaparición de los sistemas políticos y el marco civilizacional que los acompaña. Es factible para el sociólogo S. Eisenstadt e incluso, para Tainter, afirmar que no hubo colapsos en la Antigüedad. McAnany y Yoffee están de acuerdo con esta apreciación, aunque admiten que existieron diversas crisis, que las formas políticas cambiaron y que los paisajes fueron alterados, pero raramente las sociedades colapsaron en el sentido apocalíptico del término. Según el historiador y filósofo holandés G. van der Leeuw, como sugiere el título de su artículo Land Degradation as a Socionatural Process, la alteración del paisaje debe ser asumida como parte del proceso socio-natural, iniciado a finales del Pleistoceno. McAnany y Yoffee insisten en considerar las conductas tradicionales asociadas al colapso – migraciones, cambios en las estrategias de subsistencia y uso de los recursos, abandono del monumentalismo y de los regímenes administrativos complejos– como estrategias adaptativas y de resistencia. Para Tainter, el colapso del sistema supondría la adopción de una configuración más simple y el potencial energético sería menor. Evidentemente, la resistencia del colectivo social a las aludidas crisis, que pudieron devenir del cambio climático y la toma (errónea) de las decisiones políticas, implica además comprender las vulnerabilidades medioambientales. Por esta razón, afirman estar de acuerdo con Diamond sólo en este punto. En resumidas cuentas, el término «colapso» no se refiere al fin de las grandes tradiciones (civilizaciones) que deben ser analíticamente disociadas del fracaso de los antiguos estados; de hecho, ningún estado o civilización colapsa de la misma forma. Por esta razón, G.D. Middleton, profesor asociado de la Universidad de Tokio, considera más oportuna la utilización de términos como ‘transición‘, ‘cambio‘ o ‘transformación‘ debido a su neutralidad.
Pero, ¿qué enfoques medioambientales explican el colapso? Los reconocidos arqueólogos C. Renfrew y P. Bahn, explican que son muchas las teorías que intentan explicar los colapsos; una de las más comunes se centra en la escasez de recursos producida por cambios medioambientales o, como se ha sugerido con anterioridad, por una mala gestión, como sucedía con la irrigación intensiva en la antigua Mesopotamia y, en consecuencia, la creciente salinización de los suelos que perjudicaba directamente a la agricultura. Otros proponen a las catástrofes como causa de los colapsos; ejemplo de ello sería la erupción volcánica en Thera que conllevaba el cese de la civilización minoica en Creta (ca. 1380 a.C.), tal como se discute en los estudios de Tsonis et al., Climate change and the demise of Minoan civilization, o en The Minoan Santorini eruption and tsunami deposits in Palaikastro (Crete) de Bruins, van der Plicht y MacGillivray. Otras explicaciones populares, presentadas por Antequera a través de la obra de Tainter, serían la aparición de intrusos, los conflictos o los factores místicos, entre otros. No obstante, se destacarán las tres primeras categorías de explicación medioambiental que Middleton también cree oportunas de profundizar.
La primera de todas es el (1) cambio climático, que en recientes publicaciones parece consolidarse como estimulante del cambio social y colapso de numerosas sociedades pasadas. H. Weiss, por ejemplo, asocia el colapso de Tell Leilan (Siria) al cambio climático de ca. 2200 a.C.; K. W. Butzer, por otra parte, afirma que el colapso del Imperio del Antiguo Egipto a partir de 2181 a.C. estuvo provocado por el bajo nivel alcanzado por las inundaciones del Nilo. Tal como expresa Middleton, las evidencias actuales no admiten relaciones simples de causa y efecto entre los rápidos cambios climáticos y culturales. El escritor J. Riechmann concreta que la gran cuestión de fondo es si las perturbaciones socioecológicas inducidas por un cambio climático rápido y extremo pueden conducir, o no, a un colapso civilizatorio; y a esta cuestión no podrá contestar ningún modelo climático, o econométrico o mixto. La segunda categoría hace referencia al (2) ecocidio y a la mala adaptación. Según F. J. Broswimmer, en términos actuales, el ecocidio es el conjunto de acciones realizadas con la finalidad de perturbar o destruir, total o parcialmente, un ecosistema humano y comprende, entre otros ejemplos, el uso de armas de destrucción masiva; el intento de provocar desastres naturales; la utilización militar de defoliantes; el uso de bombas para alterar la calidad de los suelos o aumentar el riesgo de enfermedades, o la expulsión a gran escala, por la fuerza y de forma permanente, de seres humanos o animales de su lugar natural. Esta definición dista de asimilarse a la concepción que Middleton quiere plasmar, pero la esencia de su significado –la degradación del entorno por parte de los humanos– es la que debe reflexionarse. Ejemplo de ello son los procesos de deforestación, erosión de la tierra, incremento de salinización por irrigación e intensificación agrícola observados, como se ha anticipado, en Mesopotamia, y también en la Edad del Bronce tardío en Grecia. La mala adaptación al medio desemboca en colapso, el cual, en parte, es concebido de forma positiva ya que da paso al desarrollo de nuevas sociedades. Por último, en cuanto a la categoría del (3) catastrofismo, en el sentido más estricto del término, Antequera señala que los estudios de Tainter hacen referencia a simples eventos naturales como los terremotos, volcanes, huracanes y epidemias, aunque a esta clasificación se le podría añadir también el impacto del tsunami, derivado por ejemplo por una erupción volcánica, como la de Thera, y que se constituye, tal como se ha comentado, como temática central de la investigación de Bruins, van der Plicht y MacGillivray. No obstante, existe una tendencia muy consolidada de prejuicio respecto a estas explicaciones catastrofistas como causa del colapso social de una sociedad compleja. Sin embargo, la historia pasada y reciente proporciona numerosos casos de áreas y ciudades arrasadas por fenómenos naturales que, sin ninguna duda provocaron grandes impactos pero que no han determinado el fin de todo un sistema cultural. Mientras que el caso de Creta se manifiesta como ejemplo de esta propuesta, la destrucción de Pompeya y Herculano contrarresta dicha causa, ya que no supuso el fin de la cultura romana. En general, el impacto destructor de una catástrofe varía a causa de diversos factores implicados, aunque las reacciones y consecuencias de estos fenómenos fueron similares en distintas áreas en el mundo antiguo.
Entonces, ¿es el colapso un factor inevitable de las sociedades complejas? Primero de todo, es importante comprender que han existido numerosas sociedades complejas a lo largo de la Historia que han acabado disolviéndose sin la necesidad de que un factor medioambiental o ajeno lo provocasen. El ejemplo más cercano en el tiempo es el de la Primavera Árabe, la cual refleja que el pueblo, la clase más débil dentro de un sistema jerárquico, también puede impulsar un cambio histórico en sus propias comunidades. De todas formas, es interesante añadir que el concepto de resistencia y adaptabilidad presentado por McAnany y Yoffee, evidencia el intento de muchas sociedades pasadas de evitar el colapso. Asimismo, la resistencia no se constituye como solución, sino como reacción humana ante una acción. Las decisiones y acciones de los miembros de la cúspide del sistema jerárquico de una sociedad compleja son claramente determinantes frente a la sucesión de los hechos. Luis González, autor de En la espiral de la energía, una obra que retrata la actualidad, asume de manera acertada algunas de las concepciones que Tainter ya había expuesto años atrás. Primero, la más relevante, la energía determina el marco del devenir histórico, junto al resto de las condiciones ambientales, pero son las sociedades quienes toman las decisiones. Segundo, la humanidad ha transitado hasta ahora por dos grandes marcos civilizatorios: uno caracterizado por sociedades igualitarias, pacíficas y no jerárquicas y con una relación más armónica con el medio ambiente, y otro posterior, caracterizado por una mayor complejidad y un creciente incremento de la dominación, la guerra, la jerarquía y la depredación ambiental y que ha evolucionado hasta nuestro marco capitalista actual. De esta reflexión puede entenderse que quienes siguen en la competición de un complejo conflictual son aquellas sociedades (concretamente elites) que son capaces de desbancar a otras sociedades secundarias, más débiles y que acaparan otro tipo de acciones, quizás menos destructivas. Según González, el colapso de la civilización industrial, por ejemplo, es inevitable y el nuevo marco civilizatorio posterior está abierto, pero se basaría en un metabolismo agrario, local, de energías renovables y que considerará los límites ambientales. Por tanto, el propio incremento de la complejidad sociocultural que marcó tanto el auge de culturas pasadas, también propició el declive de éstas. Para que una cultura pueda crecer de forma sostenible, es necesario que sus estructuras socioculturales y de poder sean responsables, esto es, sostenibles, ya que sin la una no puede darse. Tainter opina que la sostenibilidad surge de la capacidad de las sociedades para resolver problemas y en nuestro caso, la habilidad de hacer frente a problemas como los costes de la jubilación, de la atención sanitaria, de adaptarse al cambio climático o de la energía determinará nuestra sostenibilidad en el futuro; es en este sentido como las sociedades del pasado han conseguido permanecer o no, si tuvieron éxito al afrontar los problemas desde el punto de vista económico, entonces fueron sostenibles. De lo contrario, colapsaron.
En definitiva, entendiendo por «colapso» la definición elaborada a partir de las diversas concepciones de historiadores, arqueólogos, antropólogos y autores de otras ramas como la propia biología y ecología, y sin concebirlo como el fin o declive dramático de una sociedad compleja, se trata de una forma de cambio condicionada por procesos, a veces medioambientales, a los que las comunidades deben enfrentarse y, en consecuencia, se ven influenciadas por sus efectos. La sostenibilidad de una sociedad compleja no sólo es responsabilidad de la comunidad humana, pues los factores externos (naturales) inciden en su éxito o fracaso. Las acciones tomadas respecto a los problemas que pueden desequilibrar un sistema influyen directamente en el futuro. En conclusión, el término de «colapso» debe ser revisado y redefinido, aunque es imprescindible replantear nuevas posiciones no deterministas en lo que a la geografía respecta. Los efectos medioambientales a los que hemos aludido son los mismos que nos impactan hoy. Los ecologistas llevan años haciendo un llamamiento a la responsabilidad global para reparar los daños provocados. El modelo de predicción matemática HANDY encargado por la NASA al Goddard Space Flight Center predice cinco factores que influyen en el colapso de las civilizaciones: clima, población, agua, agricultura y energía; cuando estas variables se combinan para formar «la tormenta perfecta», se produce el fin de la civilización, el colapso en su sentido más apocalíptico. El estudio trata de advertir que la combinación de factores siempre es la misma: la sobreexplotación de los recursos debido al colapso económico, y la cada vez mayor diferencia entre la élite y la población. Es significativo que en la actualidad asumamos con total normalidad que los humanos tendemos a hacer nuestro el medio ambiente, lo adaptamos en base a las necesidades que surgen en relación al incremento de la complejidad de la sociedad. Sin embargo, no estaría de más concienciarnos de que todos los efectos naturales que sufrimos son consecuencia de la acumulación prolongada de nuestras acciones.
Autora: Cristina Marcos Sánchez
Muy buena,una reflexion con argumentos que te hacen pensar un poco más en el futuro