‘Immanuel’, de Slawomir Mrozek
Por Octavi Franch.
Immanuel es el undécimo cuento del recopilatorio de relatos titulado El árbol del narrador polaco Slawomir Mrozek, fallecido desgraciadamente en 2013.
Creo recordar que descubrí este escritor cuando un servidor empezaba a estudiar para formarme como escritor. Si no voy equivocado, uno de mis profesores nos encargó el análisis literario de uno de sus cuentos. A raíz de esto, me convertí en un fanático de Mrozek y compré el resto de sus libros, la mayoría de relatos. Su humor ácido, inteligente y social me cautivó desde el primer párrafo, además de su atemporalidad que lo convierte en un clásico de finales del siglo XX. Para mí sólo hay otro relatista con su talento: el también desaparecido Jesús Moncada.
En este artículo, vamos a destripar uno de sus cuentos más conocidos: Immanuel. El hecho de que la mayoría de sus relatos sean tan cortos (menos de 5 páginas) ya es de por sí un éxito y un gozo, porque cuesta muchísimo encontrar autores contemporáneos que escriban y publiquen este tipo de historias breves, que es lo que el lector desea encontrar cuando decide leer el libro en cuestión.
Immanuel es la reunión de trabajo entre un guionista muy culto y un productor de cine que sólo piensa en la vertiente comercial y, por tanto, crematística de las películas que produce. La obra que el mencionado escritor ha adaptado es la Crítica de la razón pura del filósofo prusiano del siglo XVIII Immanuel Kant.
En cuanto el productor se dispone a leer el guión (o quizás es la sinopsis o el tratamiento, no queda del todo claro en el relato) empieza a encontrar pegas por todas partes y, muy alarmado, chilla y ordena, intentando justificarse de todas las maneras audiovisuales y narrativas posibles, al guionista que lo modifique inmediatamente siguiendo sus “sugerencias”.
Así pues, las alteraciones del guión original comienzan con el inmovilismo del personaje y la oscuridad del escenario. Fuera. A continuación, ataca el vestuario del personaje principal, es decir el propio Kant. También fuera. Después el tema de la “ley” moral. La aparición de un sheriff lo arregla. Seguimos. El sexo (con incesto y homosexualidad incluidos) y las drogas también pasan a formar parte de la trama de la película, la cual no para de degenerar por momentos, ante la oreja destruida del guionista y la lengua activa del productor. Y ya tenemos un guión que nada tenía que ver con el primero, como desgraciadamente habrá pasado, pasa y pasará tantas y tantas veces.
El desenlace es totalmente destructivo, ya que finalmente el guionista se vende cual mercenario de la literatura (tan habitual en la historia cultural en general y en la narración en particular) y, encima, se lo autocree con una última frase totalmente lapidaria para los intereses humanos: “La popularización de la cultura comienza a salir a cuenta”.
Como guinda, me gustaría destacar que la controversia del cielo estrellado del guión original es canjeado por el productor con el hecho de que en una televisión estén dando La Guerra de las Galaxias.
En definitiva, una brillantísima crítica social sobre la hipocresía y la volatilidad de los valores humanos.
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