Los momentos más tristes de las películas de animación
Por Paula Olvera Pérez.
Las producciones de animación nos han dejado secuencias melodramáticas y nostálgicas grabadas ya en los anales de la historia cinematográfica. Dirigidas en primera instancia a un público infantil solo hace falta detenerse unos segundos en las tramas para determinar que el contenido incluye escenas bastante crueles y difíciles de digerir incluso para los adultos. Resulta imposible no llorar con algunos largometrajes que nos enseñan que la vida, a veces, no es tan maravillosa y que los niños, a pesar del buen tratamiento de numerosas cintas, se hacen preguntas con ellas que, posiblemente, nosotros también nos hicimos en su día aunque no encontráramos grandes respuestas.
Somos varias las generaciones que hemos crecido con unos metrajes de animación que no son tan infantiles como se pintan. Estudios centrados en esta temática como Walt Disney, Warner Bros, Pixar o DreamWorks esconden en sus cintas una dura realidad de la que solo queda aprender cuando se adquiere un cierto grado de experiencia.
¿Por qué se empeñan los creadores en dejar huérfanos a los protagonistas? Es una constante que se repite en la mayoría de las películas animadas. Muchos estaréis de acuerdo en que la pérdida más dramática fue la muerte de la madre del pequeño cervatillo en Bambi (1942) a manos de un cazador. Muy atrás no se queda la de Mufasa, el padre de Simba en El Rey León (1994) bajo la responsabilidad del malvado tío Scar. La escena del futuro Rey de la selva recostado sobre el cuerpo de su progenitor es, desde luego, para tragar saliva. Dolorosa fue también la pérdida de seres queridos del protagonista que da nombre a la cinta Tarzán (1999). Cabe recordar también la fatídica muerte de la madre de Piecito en El busca del valle encantado (1988) y la del minúsculo pececito de Buscando a Nemo (2003) que es devorada por una barracuda junto a los huevos que espera con gran ilusión. El último metraje que juega con los sentimientos de adultos y niños en este aspecto es El viaje de Arlo (2015) en la que un apatosaurus entrañable tiene que afrontar la orfandad.
Este trago amargo de perder a uno de los personajes de la animación también queda patente en otra de las historias del pasado año, Del Revés (2015) así como en el comienzo de Up (2009). El amor hacia los demás y el miedo a que dejen de formar parte de nuestra vida se manifiesta de igual manera en varios títulos totalmente recomendados. El primero de ellos Blancanieves y los siete enanitos (1937). ¿Recordáis las caras de Gruñón y Mudito cuando piensan que su adorada amiga ha fallecido? Para susto también importante el que se llevan los espectadores y el héroe de Nunca Jamás en Peter Pan (1953) con la casi muerte de Campanilla. O cuando Flynn está a punto de perecer entre los brazos de Rapunzel en Enredados (2010).
Afortunadamente no sólo de muertes se nutren las cintas de animación que, por otra parte, también incorporan nuevas historias cuanto menos desgarradoras. La discriminación ante lo diferente se puede encontrar en varios casos. Sobre este punto cabe volver a mencionar a Buscando a Nemo (2003) porque el pequeño pez payaso tiene una aleta más pequeña que la otra y esto le genera mayor vulnerabilidad en un mundo cruel. Igual que el elefantito de Dumbo (1941) que tiene unas orejas enormes y su madre lo defiende ante los demás hasta el punto de ser encerrada por ello. Despreciada, en este caso por su madrastra y hermanastras, es también la bella joven que da vida a uno de los cuentos de hadas más bonitos, Cenicienta (1950). Una vez más se puede apreciar que la edad dorada de la animación corrió a cargo de Walt Disney, quien convirtió sus dibujos en un producto de consumo de masas. El ejemplo más escalofriante, no obstante, es la humillación sufrida por Quasimodo en El jorobado de Notre Dame (1996), película infantil que es una adaptación de la obra de Víctor Hugo Nuestra Señora de París.
Difíciles son también algunas escenas de Aladdin (1992) donde se muestra la peor cara de la pobreza o de Mulán (1998), cinta que exhibe la valentía de una joven para afrontar una guerra. Y la última de la que no me podía olvidar es Toy Story 3 (2010) en la que Andy, el famoso protagonista de la saga de animación Toy Story, se divierte por última vez con sus juguetes antes de regalárselos a una niña llamada Bonnie. A los pequeños que visualizan esta película esta escena les parece de lo más normal porque compartir con los demás es esencial, sin embargo, los mayores sabemos que este hecho implica un punto de no retorno a la infancia.
Para bien o para mal, todas estas películas con las que muchos crecimos y no hemos podido olvidar nos han hecho pensar, hasta el punto de demostrarnos que los finales felices existen… a pesar de las trabas.