La odisea de Alice (2014), de Lucie Borleteau
Por Miguel Martín Maestro.
Hay viajes muy largos que te dejan en el punto de partida, hay singladuras en las que el rumbo se desvía en función de las palpitaciones del momento, desajustes provocados por la ausencia, la distancia, la necesidad. Estelas que van quedando detrás del barco para desaparecer como los recuerdos. De Ulises a Alice la pronunciación del francés es muy similar, apenas una ligera modificación de pronunciación y una única letra distintiva, apenas un cambio ligero como el que va de un hombre a una mujer cuyo sexo no implica diferentes aptitudes o capacidades de trabajo. Alice es nuestro Ulises que busca su Ítaca, una Ítaca que no es un lugar sino un sentimiento, con un amor que se disuelve en la distancia y se reactiva en la cercanía.
Alice (Ariane Labed) es marinera, maquinista en un buque de carga. Llamada a sustituir a un hombre muerto en plena travesía, debe dejar durante tres meses a su novio Félix (Anders Danielsen, protagonista de Oslo, 31 de agosto) para embarcarse rumbo a Senegal desde Marsella. El embarque en el navío, su primer barco, cambiado de nombre, provoca el reencuentro con el capitán del que se enamoró en su primer viaje profesional. Alice y Gaël (Melvil Poupaud) reconocen que el tiempo no ha apagado la atracción. Tres meses en un mismo barco dan para mucho, incluso para rendirse a la evidencia. El viaje de Alice se transforma en una vida paralela, la que se puede llevar en el espacio cerrado e infranqueable de un barco y la que retomarás cuando llegues a tierra, son paréntesis en los que importa retener sin la amenaza del descubrimiento, lo furtivo apenas cuenta si se sabe que no hay manera de que Félix pueda dudar de ella en alta mar.
Para Alice resulta cómodo alternar amor y amante, son dos fases de una misma vida que no se solapan, sino que se suceden, y en esa sucesión la situación para ella es excitante y no crea remordimiento alguno. Es cuando ambos hombres empiezan a exigir exclusividad cuando el conflicto surge y altera la normalidad de unas relaciones vividas con libertad hasta entonces. El diario del marinero muerto es el contrapunto necesario para que Alice piense sobre su propia existencia y sobre el sentido del amor. Una persona afable pero incapaz de amar, frente a una mujer dispuesta a amar a más de un hombre. También el exceso de amor puede ser dañino, puede provocar perderlo todo si los demás no aceptan tu propia forma de vivir, Alice aprovecha el hoy porque mañana puede ser tarde.
El fantasma del marino no se materializa, pero se transforma en un personaje esencial que parece vagar por la sala de máquinas, por los espacios vacíos de un buque renqueante y sentenciado. Todos llegaremos al final de la travesía, unos agotados y enfermos, otros exhaustos de tanto vivir, algunos decididos a terminar antes de que la vida se transforme en un mero pasar los días. Alice aprende sobre la marcha a decidir sobre lo importante y lo que quiere mantener, si los demás no aceptan su determinación y su sensualidad, deberá cambiar de acompañantes, pero no puede cambiar de forma de vida ni de exposición amorosa porque dejará de ser ella misma.
Alice ama demasiado y está dispuesta a amar a más, frente a ella siempre termina encontrando hombres para los que el amor ha de ser exclusivo y excluyente. Alice diferencia a la perfección amor y sexo, no los confunde, sabe que lo suyo con Gaël y con Félix no es casual ni frívolo, y no tiene nada que ver con los desahogos portuarios o las intimidades con la tripulación. El viaje en este caso no le sirve a Alice para reencontrarse o colocarla en su lugar, ese lugar lo tiene muy claro desde el principio, si acaso le sirve para reafirmarse en su posición según avanzan las páginas del diario del viejo marino embarcado con un propósito, una especie de suicidio anunciado, con la amenaza de una enfermedad incurable que le ata a tierra, un embarque necesario para ser arrojado por la borda y no morir donde nada ni nadie le espera. En el vacío afectivo del marino ausente Alice siente la afirmación necesaria para saber que es mejor sufrir por exceso de afecto que por falta de cariño. Las últimas miradas de Alice nos demuestran que no es un animal herido, que su sufrimiento ha de ser eliminado cuanto antes, que un amor perdido puede ser sustituido si se lo propone. Alice nunca abandonará Ítaca.