Elvira Lindo: “En las decisiones siempre hay una renuncia”
Noches sin dormir
Elvira Lindo
Seix Barral
Por Telmo Avalle
Volver es tan remoto como ir pero cargando con un equipaje de experiencias. Los preparativos del viaje de vuelta comienzan con una intuición, una especie de nostalgia anticipada por un tiempo que tiene más de pasado contado que de presente por vivir. Lo que al llegar era un nuevo mundo por descubrir ahora tiene la familiaridad de un lugar vivido, la consideración templada del segundo hogar, que no llega a abrigar como el verdadero. “Cuando ya reconoces que tienes pasado en un sitio y al mismo tiempo estás sintiendo que llegas al final de esa ciudad yo creo que lo que siento es una especie de añoranza, porque sabes que esa salida no se puede prolongar mucho tiempo y que, aunque estés convencido de que tienes que dejarlo, al mismo tiempo en las decisiones siempre hay una renuncia a algo”. Es la confesión que hace Elvira Lindo de Nueva York, la ciudad donde ha pasado buena parte de sus últimos once años y de la que se despide en su diario ‘Noches sin dormir‘ (Seix Barral).
Elvira Lindo llegó a Nueva York en 2004, “cuando todavía luchaba contra la soledad e iba mendigando conversaciones por las tiendas”. Se afanó en la tarea de aprender las formas de vida de la ciudad, hasta que, pasado un tiempo, se hizo más resistente a las inclemencias de su meteorología y al individualismo de la sociedad estadounidense. Después de aprender todo eso empezó a darse cuenta de que se acercaba el momento de irse y, como en un contrato consigo misma, decidió dejar constancia de su último invierno en la ciudad en las páginas de un diario con aviso de despedida. Lo hizo sirviéndose del encierro forzosamente casero al que le obligaba el invierno de la ciudad y del persistente insomnio que atacaba sus noches.
Reconoce la autora que ‘Noches sin dormir’ “parte de una honestidad casi descarada por contar las cosas de manera natural y directa. Es mi vida y no quería que pareciese otra cosa”. Así, el libro funciona como una memoria abierta, tan sincera en su voluntad de contar que parece no dejar ni un sólo recuerdo o anécdota opr alojar. Y al mismo tiempo las páginas van cruzándose con lo visual, a través de la afición fotográfica de Lindo. Las decenas de imágenes, tomadas de forma sigilosa y casi furtiva, se alternan con el texto y discurren como un relato paralelo. Son instantes de historias que envuelven lo genuino de Nueva York.
Lo crucial del diario se instala en la naturalidad con la que Elvira Lindo explora sus pensamientos más íntimos: el amor desaforado hacia Antonio Muñoz Molina, su marido, pero también hacia su padre y su hijo; la singular perspectiva con la que atiende a la cotidianidad neoyorquina; o el desasosiego que le provoca vivir en una ciudad que ahuyenta el sueño. “Nueva York es una ciudad cutre y te das cuenta cuando vives allí. Ha cambiado mucho con respecto al lugar que yo conocí; ahora las diferencias sociales han aumentado tanto que las clases medias tienen que irse a los suburbios”.
Tras la desmitificación y la despedida vuelve a Madrid, de donde nunca se ha sentido desvinculada. “Tal vez sí notaba que mi perspectiva de España era a través de Internet, porque era la que me llegaba a diario, y al llegar aplacaba esa especie de desazón que provoca la distancia. Por más que intente acercarme al mundo, hay algo en lo presencial que lo virtual no tiene”. Pero la distancia acentúa las opiniones encontradas entre una orilla y otra, dividiendo el mundo en dos visiones. “La crisis ha aumentado el tono grave de las cosas y hemos perdido el sentido del humor. Creo que en España hay un exceso de crítica sin reflexión, que se reacciona demasiado rápido. Eso tiene que ver mucho con un carácter muy español, muy inmediato, en el que se toman a las personas que escriben un artículo de opinión como sospechas y en el primer párrafo ya tienes una opinión a favor o en contra”.
De Nueva York le queda la melancolía de un amor con sentimientos mezclados. “Me gustaba lo más canalla y bello, que a veces se confunde, y me gusta el paisaje humano, que es muy poderoso. Vivir en una ciudad en la que había gente de todo el mundo hace que convivas en la misma escalera con personas de distintas religiones y culta. En ese sentido me siento muy agradecida de haberme curtido con esa experiencia”. A pesar del frío y del invierno, Lindo confiesa que extrañará su música, su diversidad humana, el río Hudson, “que es enorme y me encanta”, y sus parques. “Es curioso, pero aunque parezco una persona muy urbana, lo que más echaré de menos será no tener un parque tan asombrosamente salvaje como el que había a la ribera del río; tan voluptuoso en primavera y tan pelado en invierno. También pasear por sus calles, en las que cada esquina es fotogénica y tiene historia”.
No hay tragedia en esta despedida, ni siquiera una rendición. Elvira Lindo volverá a salvar la distancia entre Madrid y Nueva York, que después de once años no pareció ser tanta. Lo hará cuando vuelva el sueño, aunque por temporadas más cortas y en primavera, con la nieve ya deshecha.