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Feliz despliegue de bailes y canciones para enamorar a «La viuda alegre»

Por Horacio Otheguy Riveira

El amor libre, el interesado y el encadenado por el matrimonio se despliegan con entusiasmo en una versión que respeta los principales temas musicales que han dado la vuelta al mundo, moviéndose con ligeresa alrededor de una viuda encantada de haberse conocido. El Teatro Arriaga de Bilbao trae a Madrid una magnífica producción dirigida por Emilio Sagi, un maestro del género.

 

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Desde el estreno en Viena en 1905, La viuda alegre, con música del austrohúngaro Franz Lehár (1870-1940), no para en su rueda de frivolidad encantadora con música envolvente, canciones ya clásicas, legendarios valses, entre gente ociosa dispuesta sólo a divertirse y amar a lo grande con una variedad entonces explosiva. En medio de un ambiente burgués recalcitrante, el público habitualmente adinerado compartió, si no mesa y mantel, sí ensueño y diversión en mil y una versiones cada vez más populares, incluso cinematográficas, donde tout le monde tarareaba lo que parecía antesala de paraísos incipientes.

El estreno se produjo el 30 de diciembre de 1905, cuando nada hacía presagiar la Primera Guerra Mundial y el fin del Imperio Austrohúngaro pocos años después, a partir del 28 de julio de 1914. Europa se rindió a los pies de una mujer hermosa repentinamente rica al fallecer su millonario marido. Una mujer que había sido pobre hasta casarse. Esta felicidad artificialmente gozosa, con músicos, cantantes y bailarines se bautizó como opereta, lejos del duro melodrama de las óperas y de la comicidad popular de la ópera bufa italiana. Y enseguida se adaptó el libreto alemán basado en un vodevil francés de 1867, al inglés y, lógicamente, al francés. El éxito no cesa, con innumerables puestas en escena también en Hispanoamérica.

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Antonio Torres y Natalia Millán: el amor libre que busca atarse para siempre entre dos personajes clásicos de comienzos del siglo XX, dos enamorados del amor que se repelen y se adoran: el conde Danilo y la viuda Hanna Glawari.

Aquí y ahora nos llega una versión reducida: los tres actos del original en uno. No es una decisión muy acertada, deja fuera dosis de intriga bien planeada para concentrarse fundamentalmente en los números musicales, a manera de una tradicional revista española. Sin embargo, la puesta en escena del maestro Emilio Sagi es tan brillante que consigue atraer a un formidable elenco de bailarines-cantantes que, bajo la siempre formidable dirección coreográfica de Nuria Castejón, lucen en cuadros que provocan admiración y excelentes ideas ideológicas de nuestro siglo XXI, pues los hombres también participan en una ambigüedad sexual —también existente en 1905, pero de la que no se hablaba— a través de divertidos números musicales, «vestidos todos y todas» bajo el diseño extraordinario de Renata Schussheim, quien supo lograr elegancia cortesana y exquisito sentido del humor.

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El único número musical cantado y bailado por caballeros, tiene una coreografía propia de un musical de hoy, sumamente divertida.

 

Natalia Millán: mucha actriz-cantante para tan poco personaje, y aun así deslumbra con el carisma imprescindible de una diva, pues Hanna Glawari es una diosa de orígenes pobres, desclasada para la época, que casa con un millonario que al morir la deja con una fortuna tan impresionante que al enterarse en la primera escena la bella viuda se desmaya.

Muy difícil mantener el tipo, casi de desfile de modelos para una actriz como Millán, capaz de pasar de personajes convencionales de la televisión al drama desgarrador y a la vez contenido de Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes, el musical entrañable y variopinto de ¿Hacemos un trío?, o un clásico de gran calado en la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Donde hay agravios no hay celos.

A su lado, principales y secundarios brillan con luz propia, con el barítono Antonio Torres en una interpretación que despierta admiración no más empezar; actor-cantante-personaje con los mejores momentos musicales, siguiéndole de cerca Guido Balzaretti en un barón que se mide con intensa sensualidad con Silvia Luchetti, el otro personaje femenino que ansía la liberación de las convenciones para lanzarse de pleno en el amor-amor.

La orquesta de 12 músicos produce una constante delicia que acaricia a los intérpretes lo mismo que a los espectadores que llenan la sala: bastantes ancianos, algunos andando con mucha dificultad, que rememoran los tiempos en los que al despertar toda alegría parecía posible, y adultos y jóvenes que se acercan a un mundo aparentemente lejano que se esfuerza en permanecer a nuestro lado con sus sonrisas y sus copas cargadas de burbujas, mientras hombres y mujeres deliran por alcanzar el máximo placer en los brazos del amor fugaz, interesado… o maravillosamente encadenado.

LNMIWmiIII5-ulF4DxMNNN-JIWy8VVWbmoixkEpuORsLa viuda alegre, el musical

Libreto: Víctor Léon y Leo Stein, basado en la comedia teatral estrenada en París en 1867, L´attaché d´ambassade, de Henri Melhiac

Traducción y adaptación: Enrique Viana

Música: Franz Lehár

Dirección escénica: Emilio Sagi

Intérpretes: Natalia Millán, Antonio Torres, Silvia Luchetti, Guido Balzaretti, Iñaki Maruri, David Rubie

Arreglos y dirección musical: Jordi López

Coro, bailarines y Ensemble de la orquesta sinfónica Verum

Escenografía: Daniel BiancoYB-I9mMxYNPdAdaWb1jLW7bhoMoR1MetGyT5Vfo6xpA

Vestuario: Renata Schussheim

Iluminación: Eduardo Bravo

Coreografía: Nuria Castejón

Una producción del Teatro Arriaga de Bilbao

Teatros del Canal. Sala Roja. Hasta el 17 de enero de 2016.

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