9 grandes novelas pero interminables
Las razones por las que decidimos abandonar un libro son tan numerosas como las razones por las que llegamos a los libros. Este conocimiento obviado por obvio, sin embargo, puede enfocar nuestras pautas de lectura desde otra perspectiva. Baudelaire celebraba “la gloria de no ser comprendido”, pero ese destino parece haber sido fijado en piedra para la escritura en la modernidad, y su penoso trance complementario.
John Sutherland cuenta que el profesor de literatura George Levine anunció un buen día que iba a cancelar sus clases para encerrarse a leer tres meses para leer Gravity’s Rainbow, la novela de Pynchon. El abandono o la distancia del mundo, desde esta perspectiva, es menos la torre de marfil que la celda en el claustro: lo que se abandona es el mundo por los libros, no a los libros por el mundo. 8 horas al día, durante 3 meses, Levine se sumergió en una novela que muchos dan por leída, pero que pocos han transitado enteramente. Emergió con una sola declaración, pero inapelable: “Thomas Pynchon es el novelista más importante de los Estados unidos en este momento”, declaración que pocos lectores están en posición de refutar.
En este contexto habría que preguntarse por el mérito de “acabar” una novela, de leer todas las palabras contenidas en un libro. Recuerdo una escena en la biblioteca de Jacques Derrida; la documentalista descubre que entre sus libros, Derrida tiene un volumen de Anne Rice y su saga vampírica. Afirma que no lo ha leído, que se lo regalaron en un seminario sobre vampiros y zombies que dictó alguna vez. Le preguntan –como a cualquiera que tiene un área de la casa más o menos dominada por libros– si en verdad ha leído todos. La pregunta no es por la competencia de la lectura, sino por el “logro deportivo”, me parece. La respuesta de Derrida es genial: “No, sólo he leído dos o tres. Pero los he leído muy bien”.
La tentación de los TOP 10, como en las antologías, es la de verse en la necesidad de clasificar y compartimentalizar el conocimiento para hacerlo transitable, mediante el riesgo de seccionarlo, parcelarlo, enclaustrarlo, osificarlo o hacerlo pasar por la verdad. Sin embargo, ciertos riesgos son inevitables (una lectura sin riesgo es una contradicción). Aquí una breve propuesta de ciertas novelas cuyo “abandono” es constante, pero que establecen un pacto de lectura diferente que trataremos de establecer –o sondear– en cada caso, sin proponer ningún tipo de prioridad:
Paradiso, de José Lezama Lima
Paradiso y Opiano Licario son los dos monumentales ejercicios narrativos del cubano Lezama Lima, y cumbres del neobarroco en español. Como otras cumbres, sus laberintos retóricos y sus nutridas referencias la hacen intransitable para algunos, y un continuo ejercicio de recomienzo y abandono para otros. Son novelas para leer durante la vida.
El hombre sin atributos, de Robert Musil
Una de las novelas más citadas pero menos leídas es esta de Musil. Su tonelaje en cuanto a páginas es ya en sí mismo una fuerza gravitacional. Sin embargo, al tratarse de una obra inacabada (Musil muere antes de terminar y parte de ella se publica de manera póstuma), tampoco existe una forma en que lógicamente se pueda abandonar: toda lectura será, por fuerza, inacabada, como exige la obra misma.
Farabeuf, de Salvador Elizondo
La velocidad de la tortura es la inmovilidad de un instante, y Farabeuf es la crónica de ese instante interminable. La descripción de una auténtica “tortura china” (ver imagen) es el pretexto (es decir, lo que en rigor se pone antes del texto) para retrasar lo más posible el tiempo –para alargar lo más posible la vida y el aliento. Disfrazada de un lenguaje clínico, esta novela interminable –como varias de Elizondo, incluyendo El hipogeo secreto– son joyas de la narrativa mexicana prácticamente inexploradas en nuestros días. En tiempos donde la tortura y el dolor están en todas partes, Farabeuf es un empeño necesario.
Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes
Otro monumento verbal en nuestro idioma, “el Quijote” es parte de la cultura en el habla misma: aplicamos el adjetivo “quijotesco” con la misma celeridad que lo “kafkiano”, tan poco entendido, y hablamos del capítulo de los molinos o el de los pastores como si en serio nos hubiéramos topado con ellos andando por la calle. Sin embargo, leerlo de pé a pá es algo que pocos especialistas (y un número considerable de lectores no profesionales) han realizado.
Moby Dick, de Herman Melville
Tarde o temprano, cuando nos pregunten “¿Cómo te llamas?” tenemos la tentación de responder “Llamadme Ishmael”. Pero seguir las aventuras del Pequod puede marear a los marineros de agua dulce. Concuerdo con el diagnóstico de Sutherland: los primeros capítulos (hasta antes de embarcarse) y los capítulos finales son lo que sostiene a la novela y evita que se vaya a pique (¡si podemos exigirle tal cosa a una “obra maestra”!).
Ulysses y Finnegans Wake, de James Joyce
Las novelas ilegibles por excelencia (la primera por sus novedosos procedimientos formales, la segunda porque se trata de un idioma creado ex profeso para contar una historia más bien banal), son también referentes del abandono literario. Para el caso de lectores en español, o en cualquier otro idioma que no sea joyceano puro, incluso inglés, estas obras requieren –desde mi perspectiva– un periodo de acondicionamiento. En Ulysses siempre se nos están proponiendo juegos y cauces, y nos vemos como un paseante que escucha, por arte de magia, el monólogo interior de los personajes. En cuanto a Finnegans Wake, confieso mi ignorancia y remito al lector a los ejercicios joyceanos al respecto de Salvador Elizondo en Teoría del infierno.
Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino
Una novela que estrictamente no puede abandonarse. Al igual que Las mil y una noches, su misma estructura fuerza al lector a un continuo ejercicio de recomenzar. En ese sentido, todo abandono está implícito en una novela hecha de salidas en falso, de tentativas y aproximaciones.
La desaparición, Georges Perec
A pesar de que puede leerse como una novela, La desaparición es más bien un ejercicio de estilo, uno bastante famoso, en realidad, donde Perec se propuso no utilizar la letra “e”. Las peripecias formales son dignas de admirarse, pero probablemente para algunos lectores el ejercicio conceptual se baste por sí mismo.
En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust
En un ejercicio de minuciosidad sin precedentes, Proust escribe una novela a la velocidad de la vida. Yo no he transitado más allá del primer tomo (Por el camino de Swann), pero queda claro que el reto de la obra es total: la novela forma a sus lectores y los vuelve conversos de la visión proustiana del tiempo. Otra obra con la que hay que convivir temporadas enteras y de la que no se sale nunca sin un nuevo asombro.
HOLA,PUEDO DECIR QUE EN LO GENERAL ESTOY DE ACUERDO CON EL ARTÍCULO PERO CREO Q,UE HAY UNA COLECCIÓN QUE ES IMPOSIBLE NO LEERLA TODA Y ES “EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO”MI EXPERIENCIA AL RESPECTO ES NOVEDOSA,NUNCA CONSEGUÍ EL PRIMER TOMO Y LA TUVE UN TIEMPO EN ESPERA AL RESTO DE LA COLECCIÓN, TRATANDO DE ENCONTRAR EL PRIMER TOMO,UN DÍA NO SOPORTÉ MÁS Y COMENCÉ POR EL SEGUNDO TOMO HASTA EL FINAL,QUE ME LLEVÓ MÁS DE UN AÑO LEERLOS(ENTONCES TRABAJABA,AHORA ESTOY JUBILADA)Y REALMENTE ME ENCANTÓ.ESPERO UN DÍA ENCONTRAR EL PRIMER TOMO. EL QUE NO PUDE LEER PORQUE NO LO ENTENDÍ FUE A “ULISES”ME DI POR VENCIDA A LA SEGUNDA TENTATIVA.UN SALUDO PARA UDS