«Tanta luz. Pasolini», de Aurora Freijo Corbeira
Por Elisa Vilares.
Decía Alejandra Pizarnik que la palabra dice lo que dice y además, más, y además otra cosa, y con ella decimos que hay libros que dicen lo que dicen, otros que abren un poco más el significado y otros que se atreven a decir otra cosa. Hay libros y libros y libros. Libros de una sola lectura, libros ya leídos incluso antes de ser escritos, hay «grandes libros» que se yerguen como monumentos, libros que dicen lo que hay que decir, de significaciones unívocas, claras y definitivas. Libros que responden a la lógica de «lo Mismo», conformando textos de placer, donde nos miramos, nos leemos, nos repetimos afianzando nuestra identidad. Libros como espejos que siempre e invariablemente nos devuelven la misma imagen, libros como calcos, siempre copia de lo mismo. Libros escritos desde «dentro de palacio», escrituras encráticas que nos aturden con sus palabras llenas, rotundas; palabras como teoremas, palabras agolpadas como cierzo en la garganta, palabras muertas que nada quieren saber de risas, pliegues o ausencias. Libros panópticos que llaman a la obediencia, a comportarse y no a la acción ni a la creación. Libros, como dice el poeta, que «nos dan una certeza de raíces de horizonte quieto».
Pero algunos lectores estamos cansados de certezas y horizontes quietos. Cansados de leer siempre el mismo libro, de ser Sísifos eternamente repitiendo el modelo propuesto. Cansados de ser camellos porteadores de una identidad invariable y permanente. Cansados de vivir bajo la sombra de los monumentos, cansados de nuestros cercenadores receptores categoriales, de ser «garrapatas» ciegas y sordas. Cansados de ser rosas maniatadas, golondrinas desvaídas, cansados de una ideología que piensa por nosotros y una sensología que pauta nuestro sentir. Hastiados del feliz consenso, de los rediles, de ser esos viajeros presos en vagones, conducidos, que tan poéticamente nos mostró el cineasta armenio Pelechian.
Algunos lectores querríamos libros que dijesen otras cosas, pero no otras cosas de «lo Mismo». Libros como espejos que no nos reflejasen sino que difractasen posibilitando imágenes de interferencia, nuevas miradas que abrirían la posibilidad a la diferencia, a «lo Otro». Ya no copia, calco, reflejo, imagen sagrada de lo idéntico, sino apertura a la diferencia, a lo inapropiado y a lo impropio tal vez inapropiable. Libros para despertar del aturdimiento que nos amortaja, para salir de las murias donde el miedo reverbera, para interrogarnos, para liberarnos de los laberintos del conocimiento y la moral, para desnacer, para poder oír y mirar el mundo y a nosotros con ojos y oídos nuevos. Mirar desde la distancia y la extrañeza interesada, comprometida con las entrañas.
Y a veces sucede, como sucede el amor, como un acontecimiento, que de manera inesperada abrimos las páginas de un libro y empezamos a volar. Un libro: Tanta Luz. Pasolini, el último libro de de Aurora Freijo Corbeira nos da alas, abre agujeros en la realidad, agujeros que no cavamos para enterrarnos a nosotros mismos, sino agujeros para hallar nuevos modos de estar en el mundo. Nos abre a otros cielos, a los horadados cielos mallarmeanos y a la humedad de la tierra. A zonas «liminales», a lugares que tuvimos que excluir para poder ser, ser hastiados Teseos de hondos pesares, espíritus de pesantez, seriedad y razón.
Y si de despertar se trata, la escritura de Freijo serena, atenta, prístina y poética lo hará suavemente, sin sobresaltos, sin espantos que nos harían volver a cerrar los ojos. Nos despertará a través de pequeños gestos, de palabras menores, discretas luces portadoras de «la palidez de los astros». Gestos, palabras y luces que agitarán el velo de mansedumbre que cubre nuestros ojos e irrumpirán en nuestra sordera. Se trata, pues, de mínimos, pequeños desordenes de los sentidos. Pero no por tratarse de mínimos hemos de pensar que el vuelo será fácil, no estamos ante un texto de placer, sino de goce. Para este vuelo se requiere una ligereza cercana a Zaratustra, el que hace señas con las alas a todos los pájaros, siempre preparado y dispuesto a volar. Y tampoco nos confundamos si de cielos hablamos, si de vuelos hablamos: no es hacia el cielo azul del Olimpo de las almas bellas de la metafísica. Habrá que prepararse para temporales, brumas, vientos y aguaceros. Dispuestos a volar y mancharnos, y de nuevo la palabra del poeta: «algún cuerpo tengo que manchar, hazte cargo de esta ganadería de alacranes tan rencorosamente enamorados».
Iniciar el vuelo sabiendo de los alacranes que nos habitan y ligeros de peso. Aligerar, abandonar nuestra afición de portar cargas que nos silencian y nos borran. Desprendernos de nuestros ropajes identitarios, desnudarnos y atisbar algo de nuestra incompletud, de nuestro vacío. Saber del desasosiego, la imposibilidad y la impotencia, saber del hambre y la sed infinitas de Tántalo, de Danaides y cántaros vacíos, saber de nuestra fragilidad, pues como dice el poeta, solo podremos iniciar el vuelo, condolernos con los atardeceres, si tenemos en el alma la fragilidad de los lirios.
Pero ¿cómo aligerar? ¿Cómo salir de los regímenes de enunciación y visibilidad imperantes? ¿Cómo hablar desde las afueras? ¿Cómo desprendernos o al menos cuestionar las categorías que organizan y reparten la realidad en regiones cerradas? ¿Cómo pensar de otro modo la subjetividad y la alteridad? ¿Cómo hacer de la lengua una lengua menor, una lengua intempestiva? ¿Cómo suspender el murmullo acostumbrado de la vida, el bullicio de las hormigas? ¿Cómo dormir el sueño lorquiano de las manzanas alejándonos del tumulto de los cementerios?
Tanta Luz.Pasolini nos ayuda a recorrer estos interrogantes, a sentir el aleteo de la ausencia, a olfatear la humedad de la tierra, a saber de pasiones mordisqueadas, de lamentos empozados, a sentir el desasosiego de ese lirio que según qué lengua será masculino o femenino. Tanta luz nos invita a ponernos en riesgo, a ser un poco poetas, videntes que se atreven a desordenar los sentidos y el sentido, a oír el ladrido del lenguaje de la frontera, de esas palabras, palabras otras, palabras abiertas, marcadas por la diferencia que los discursos organizados bajo la unidad identitaria dejaron fuera o silenciaron.
Ser un poco poetas, de ojos visionarios y atemporales, como los de W. Blake. Pero nuestras pupilas están desiertas y no porque los escitas hayan vaciado nuestros ojos, como lo hacían con sus esclavos, sino porque están llenas de luz, una luz blanca, cenital, que no sabe de sombras, que todo lo ilumina y lo elimina. Libros, vidas repletas de obscenas luces que todo lo muestran para agotar la realidad y no dejar fisuras por donde la curiosidad podría llevarnos a lugares no deseables. Pupilas desiertas, miradas recortadas bajo patrones utilitaristas, repletas de razones y causas, ojos cegados por las luces, que no saben de sombras ni contrastes. Estamos hendidos de oscuridad, habitamos una noche cerrada, noche sin estrellas o de estrellas astilladas. Necesitamos luces, luces como las que trae A. Freijo en Tanta Luz. Pasolini. Freijo nos mostrará otra luz que no es tanta por ser más, sino por ser otra luz. Un fulgor que nos hará ver lo que no debería ser visto, que devolverá el candor a nuestras pupilas, que nos hará escuchar palabras donde antes solo se oía ruido y mugidos. Una luz discreta, íntima, donde puede aparecer lo próximo, lo cercano, lo más propio y lo extraño. Una luz que nos hace ver y ser.
Aurora Freijo conversa y pone en diálogo a aquellos que tienen la valentía de hablar desde «fuera de palacio», desde las periferias, desde los arrabales. Voces fronterizas, malas hierbas excitadas por el rocío, voces excentradas que desconfían de los planteamientos universalistas y esencialistas que organizan nuestros horizontes de sentido, nuestros cuerpos y nuestras vidas. Aquellos de miradas feroces, amorosas y generosas que nada quieren saber de políticas sustentadas en los conceptos de unidad e identidad común, sino que se abren a la disonancia, a la diferencia y el reconocimiento de la alteridad.
Freijo, sabedora de «que el callar no es no haber que decir, sino no caber en las voces lo mucho que hay que decir», sabedora de los límites de la palabra, del desajuste entre palabra y vida, sabedora de «que escribir es buscar en el tumulto de los quemados el hueso del brazo que corresponda al hueso de la pierna», convocará a filósofos, escritores y artistas que se sostienen en la doble polaridad de la voluntad de saber y a la vez en el encuentro con lo imposible de decir, entre lo pensado y lo impensable. Pero, sobre todo, Freijo traerá la voz de poeta de Pier Paolo Pasolini. Ya en su anterior libro, Perdidos para la literatura, Freijo Corbeira encontró en la palabra poética aquella que más nos concierne. Palabra poética de potencial subversivo, capaz de romper la amarras de los significados establecidos, palabra que sabe de bifurcaciones, variaciones y estremecimientos. Palabra clandestina, que buscara en su pobreza y no en la exuberancia del sentido.
Con Heidegger sabemos de la importancia de habitar poéticamente la tierra. Si falta el poetizar entonces no la habitamos, sino que vivimos bajo representaciones y estructuras artificiales, bajo la sombra del monumento y de los grandes libros.
Necesitamos poetas en tiempos de penuria, tiempos de tanta pobreza de ser, tiempos donde, como dijo Pasolini, «todos estamos en peligro», el peligro de ser vidas planificadas, controladas y disponibles. Peligro de ser «nudas vidas», meros datos, mercancías, creyéndonos sin embargo dueños y artífices de nuestra existencia. Peligro porque en estas las llamadas sociedades de control, las jaulas se han vuelto pájaros y eso definitivamente nos recorta las alas y los sueños.
Necesitamos poetas como Pasolini, que han soñado lo suficiente para penetrar la realidad, escrituras poéticas como la de Aurora Freijo Corbeira, que se atrevan a seguir el rastro de Dioniso, liberándose de laberintos. Necesitamos Ariadnas dispuestas a colgarse del hilo de la razón y la identidad. Poetas que dancen y canten y se pongan en riesgo, pero no para decir más, sino para un decir otro. Poetas capaces de aproximarse a esos lugares que nos marcaron como ontológicamente inhabitables desde las políticas identitarias. A zonas de umbral, sombrías, intersticiales desde las que atisbar otros mundos posibles.
Necesitamos palabras, escrituras poéticas que se atrevan a desordenar a subvertir la realidad establecida. Necesitamos libros como Tanta luz. Pasolini, escritos con palabras menores, palabras que poetizan y politizan la vida. Tanta luz es un libro político, si entendemos que la política no es un subsistema de la realidad, sino que la realidad se constituye políticamente, que «la política consiste en reconfigurar la división de lo sensible, en introducir objetos y sujetos nuevos. En hacer visible aquello que no lo era, en escuchar como a seres de palabra a aquellos que no eran considerados más que animales». Porque las migas de pan también son pan, porque los que no tienen parte también cuentan y quieren escribir su nombre en el cielo. Política que tiene que ver con el saber, el deseo, con la invención, no con el conocimiento y la repetición. Política de ruptura, capaz de interrumpir el funcionamiento repetitivo y hegemónico que regula nuestra existencia. Un libro para pensar en formas de vida capaces de resistir el poder y esquivar el saber, para salir de las vidas enlatadas, vidas tibias, vidas expropiadas y listas para el consumo, como esa sandía que W. Prieto muestra en su obra «políticamente correcto» lista para el consumo, sin cáscara y cortada en forma de cubo.
Tanta luz. Pasolini es una invitación a dejar de ser garrapatas ocupadas y aturdidas y empezar a escuchar nuestro malestar, nuestros deseos, nuestros gritos y hacer de ellos voces emancipadas. Invitación a dejar de hacer calcos y trazar nuestros propios mapas. Acariciados por la brisa de palabras poéticas de Aurora Freijo, una invitación a iniciar el vuelo, ser un poco luciérnagas, saber de prometedoras auroras, saber de otras luces, extasiarnos con la pura vida que afirma y se afirma. Para ello se requiere pureza de ojos, que decía Nietzsche, y ausencia de asco en la boca, para así mirar a lo abierto y para poner atención, esa con la que escribe Freijo Corbeira y de la que tanto sabía Ángel González: «Pongo tanta atención cuando te beso».
Tanta luz. Pasolini, un libro menor, un libro político, una posibilidad de comenzar a poetizar nuestra existencia, una posibilidad de abandonar nuestro afán hecho costumbre de buscar trigos donde irrumpen amapolas.
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Tanta luz. Pasolini
Aurora Freijo Corbeira
Ápeiron Ediciones, 2015
204 pp., 15 €