La afición de Mark Twain por las niñas y las adolescentes
Por Alejandro Gamero (@alexsisifo)
El 12 de febrero de 1908 Mark Twain hizo unas declaraciones que, así en frío, parecen cuanto menos extrañas: «Supongo que todos somos coleccionistas… En cuanto a mí, yo colecciono mascotas: chicas jóvenes ‒niñas de diez a dieciséis años de edad; niñas que sean bonitas y dulces, ingenuas e inocentes‒, queridas criaturas jóvenes para quienes la vida sea una alegría perfecta, sin heridas, sin amargura, y solo unas pocas lágrimas». Si alguna celebridad se atreviera hoy en día a hacer afirmaciones de este tipo o a poner algo así en práctica se armaría un escándalo descomunal. Sin embargo, en su época esta situación no solo no se consideró una inmoralidad sino que se aceptó de buen grado. A pesar de la perplejidad que puedan generar las palabras de Twain, no parece que detrás de ellas hubiera oscuras intenciones.
Los últimos años en la vida del escritor fueron bastante duros a nivel personal. Twain había perdido en 1872 a su primer hijo, con tan solo 19 meses, a causa de una difteria; su segunda hija, Susy, murió en 1896 y su esposa, Olivia, falleció en 1904, seguida de su hija más pequeña hija, Jean, en 1909. La única que sobreviviría a Twain fue su hija Clara, que no fue suficiente para evitar que el autor cayera en una depresión a partir del año 1900, por verse prácticamente solo en el ocaso de su vida. En este contexto hay que entender que Twain comenzara a frecuentar a niñas y adolescentes que de alguna manera suplieron la necesidad que tenía de nietas.
Esta jóvenes eran las hijas de matrimonios que pertenecían a los círculos sociales de Mark Twain. A menudo se reunía a solas con ellas ‒con una o con varias‒ o pasaba pequeñas temporadas en su compañía. Twain bautizó a este grupo de niñas con el nombre de «Club Aquarium» o «Pez Ángel», refiriéndose este último nombre al «pez más hermoso de todos». Para identificarlas como miembro de este selecto club el autor le compró a cada una un pasador de pelo con forma de pez, de los cuales se conserva al menos uno en la Biblioteca Mark Twain en Redding, Connecticut.
Entonces, si no había nada turbio en estos encuentros, ¿qué hacía un hombre de setenta años con un grupo de niñas? Pues toda clase de cosas de abuelos. Twain las invitaba a conciertos y al teatro, iba a visitarlas para jugar con ellas a las cartas, al billar o les llevaba algún libro para leer. En alguna ocasión varios de sus pececitos se divirtieron con él montando en un carro tirado por un burro. Twain bautizó su hogar con el nombre de la «Casa de la Inocencia» en honor a «sus niñas». La sede del club era la sala de billar, que tenía sobre la puerta un cartel que ponía «Aquarium» y las paredes estaban forradas con fotos enmarcadas de los miembros del club. Además, siempre tuvo en su casa una habitación disponible para alguna de sus pececillos. Hay que decir que las niñas acudían a la casa de Twain siempre acompañadas y que la habitación contaba con dos camas, una para la niña y otra para la madre.
Cuando no le era posible ver a alguna de sus niñas durante algún tiempo recurría a la correspondencia. Muchas de esas cartas, que se conservan, muestran su amor y su devoción hacia sus chicas y lo que disfrutaba pasando tiempo con ellas. Después de una de las visitas de una niña llamada Dorothy Quick, que tenía solo once años de edad, Twain le mandó una nota que decía: «Me fui a la cama tan pronto como se fuiste, no estando tú nada queda por vivir, y todo el sol se ha ido. ¿Cómo crees que voy a vivir sin ti?».
Aunque pueda parecer que roza lo escandaloso, Twain siempre cuidó que la relación con sus niñas no fuera más allá de lo estrictamente apropiado. En 1905, cuando tenía 70 años, conoció a una niña llamada Gertrude Natkin, que en aquel momento tenía 15 años. Después de intercambiar algunas cartas Twain empezó a darse cuenta de que la niña comenzaba a dirigirse hacia él no como lo haría una nieta y entonces decidió cortar por lo sano y alejarse de ese pececillo.
Pero en el entorno de Twain había una niña de la que prácticamente no se ha hablado: su hija Clara. Mientras el «Club Aquarium» estuvo en funcionamiento Clara ciertamente ya no era una niña sino una jovencita que había pasado la veintena. Clara había estado viviendo en Viena con sus padres entre 1897 y 1899. Fue en esos años cuando empezó a dedicarse al mundo de la ópera como contralto. Durante muchos años estuvo estudiando por toda Europa y cuando por fin regresó a la casa paterna parece que la situación que se encontró no le hizo mucha gracia. Hizo que su padre cambiara el nombre de la casa a «Stormfield» y la correspondencia del «Club Aquarium» se vio considerablemente disminuida.
Con todo, el «Club Aquarium» continuó funcionando hasta prácticamente un año antes de la muerte de Mark Twain, en 1910. Aunque el autor seguía visitando o recibiendo visitas de una docena de miembros del club hasta sus últimos días, el entusiasmo inicial se fue disipando. Twain se quejaba cada vez con más frecuencia de que sus niñas estaban creciendo demasiado rápido y de que se estaban echando novios. A pesar de todo, parece que el soplo de aire fresco que suponía esa inocencia pudo aliviarle en sus últimos tiempos de un mundo que él creía lleno de cinismo.