Escribir o Morir
Por: Juan Camilo Parra
Una vez Nietzsche comentó: “El arte y nada más que el arte. ¡Él es el que hace posible la vida, gran seductor de la vida, el gran estimulante de la vida!”. Lo triste del asunto, es que para que el arte tenga su nivel de esplendor, el artista creador, debe dar todo de sí, en muchas ocasiones, hasta autodestruirse con el objetivo de llegar hasta el fin último de la expresión artística.
Una vez García Márquez dijo en una entrevista: “y decidí ser escritor, así me muriera de hambre, pero escribir porque es lo único que puedo hacer en la vida”. Estas palabras eran tan ciertas que repasar la vida de Márquez es darse cuenta de un mundo de sacrificios y dolores que soportó con el fin de cumplir su sueño.
Estando en París, Gabriel García Márquez trabajaba como reportero para el diario El espectador en Colombia, una tarde en un café con un amigo, recibió la noticia de que Rojas Pinilla, había mandado a cerrar el diario. El dictador colombiano no soportaba periódicos que dijeran la verdad sobre su régimen. Con lo único que contaba era con el tiquete de avión para volver a su país, hizo lo imposible para que reembolsaran el dinero del tiquete y se encerró en su habitación a escribir El coronel no tiene quien le escriba, todos los días salía a comparar algo de comida y volvía para seguir trabajando. Y así hasta que se acabó el dinero, el alquiler de la habitación y la comida, no daban espera, así que buscó a algunos amigos para no morir en su sueño de ser escritor.
Lo mismo sucedió estando en México, cuando escribía su obra cumbre: Cien años de soledad, se encerró por cinco meses a escribir. Ya casado y con hijos, Márquez se desentendió del hogar y dejó las obligaciones a Mercedes quien mantuvo la casa hasta donde más pudo, luego en un momento de ahogo económico, Mercedes entra al estudio y le dice a Gabo que no puede más, así que el escritor colombiano empeñó un carro que había comprado hace algunos meses, volvió a casa y le entregó el dinero a su esposa y siguió escribiendo.
Pareciera entonces, que la vida se fuera acabar si no se tecleaba esa máquina con fuerza y decisión, como si el mundo se detuviera cada vez que el rodillo llegaba hasta un punto y tocaba por medio de una palanca, devolverlo todo para seguir escribiendo, y teclear con fuerza que de ahí depende la vida, el futuro que era prácticamente, la siguiente hora. O que lo diga Bukowski, el escritor norteamericano que dedicó su vida a follar, a emborracharse y a escribir. Lo hizo bien después de sufrir humillaciones en una tienda de ropa para mujeres, como cartero y como repartidor de periódicos, así fue la vida de Charles Bukowski, entre habitaciones de hoteles de mala muerte, habitaciones frías y mal olientes, con mujeres que no lo amaban y con amigos que se reían de él, con el odio profundo de su padre que lo golpeaba brutalmente de pequeño, con amor a la bebida que era la única que le estabilizaba sus emociones, recibiendo rechazos de editoriales y viendo como el mundo se desvanecía cuando estaba sobrio. Escribir o morir, era algo que tenía sentido para un hombre que trabajaba en las noches organizando cartas en casilleros para asegurarse la comida del mes, bebiendo en la madrugada y escribiendo durante todo el día hasta que empezaba su turno en la empresa postal. Siempre supo, que no viviría de sus escritos.
Un siglo atrás, en cualquier lugar de centro América, un poeta vivía con lo poco que le pagaban por su poesía, con lo que algún diario le diera por escribir artículos, por lo que recibiera por la venta de algún libro. Ayudó a fundar muchos periódicos, sobre todo en Nicaragua; amante de la marihuana, vivía en una casa hecha de tejas a la orilla de un río, con un amante y fumando todo el día. Porfirio Barba Jacob o Ricardo Arenales, Miguel Ángel Osorio, a la final no importaba era el mismo, sólo que cambiaba de nombres como un juego de identidad, como una forma de escapar de sí mismo. El éxito nunca lo alcanzó en vida, murió solo de tuberculosis en una casa gracias a la beneficencia y la misericordia de los amigos que él tanto ayudó para que fueran grandes periodistas y poetas. Igual, nunca le interesó la fama, su vida estaba en las letras.
Un siglo más atrás, otro poeta pero con más estilo, se pegó un tiro en el corazón gracias a que un amigos suyo, doctor de profesión, le dibujara en un papel el lugar en donde quedaba este órgano. Sus deudas eran extremadamente altas, no pudo mantener la vida de vestidos finos traídos de Francia, ni con la vida de su hermana y madre a quien les tenía criadas, mantener la casa en el centro de la ciudad de Santa fe de Bogotá, donde vivió la clase alta de aquel entonces. Ya no tenía a quién pedir prestado y su poesía no se vendía, dejó una novela a medio terminar y un domingo en la mañana, decidió morir.
Y aunque las circunstancias eran muy precarias, Julio Cortázar siguió luchando por amor a la escritura. Sin poder estudiar en una universidad y con un sueldo miserable como profesor de escuela de provincia, Julio muchas veces sólo tenía para algunos cigarrillos y para una comida en el día, eran tristes las circunstancias de uno de los grandes escritores del Boom que se dedicó a traducir textos, a vivir de algunas publicaciones y muchas veces, de una ayuda económica de los amigos. Siempre supo que su vida estaba en eso, en escribir aunque el hambre acosara. O, que lo diga Roberto Bolaño, el escritor chileno que con su hijo de brazos, pasaban hambre en la fría Barcelona, sus escritos nadie los publicaba ni mucho menos, ganaba dinero con ellos. Sólo vendiendo algunos accesorios de plata barata en la calle, podían sortear un día para su esposa y el pequeño Lautaro.
Y así hay miles de historias de escritores y artistas que dedicaron su vida a esa vocación, a la pasión que nunca se apagó porque siempre se mantenía la esperanza de que las cosas iban a cambiar, el mundo no podía ser tan injusto con ellos, y aunque no les publicaran, sabían que debían seguir escribiendo porque no aprendieron hacer nada más en la vida.
Me gustó el artículo. Sí, creo que son muchos más los que han padecido la alegría de escribir y vivir en la pobreza que los que han logrado ser remunerados de acuerdo con sus trabajos.
Falta mencionar a muchos, se comprende que no hay suficiente espacio para todos, pero es una pena que se te haya quedado Roberto Arlt en el tinetero y Horacio Quiroga, también alguna de las mujeres.
Gracias. Muy bueno. Comparto.
Muchas gracias por leer, compartir y comentar el texto.
Mario Vargas Llosa comenta: «Se escribe para llenar vacíos, para tomarse desquites contra la realidad, contra las circunstancias». Más allá de las condiciones, los escritores tienen una deuda con su realidad, esta que les parece imperfecta, burda y vacía. Es un ejercicio de buscar otro mundo, otra forma de enfrentarse a este el pero de los mundos posibles como diría Leibnniz.
Espero podamos seguir leyéndonos
Saludos desde Colombia.
Muy bueno e intereante Articulo !!!