‘Palabras mayores’, nueva narrativa mexicana
AA.VV.
Malpaso
Barcelona, 2015
300 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca
«Esta colección es porosa y varia». La expresión no puede reflejar mejor el origen de los veinte relatos que componen Palabras mayores. Veinte voces de veinte escritores mexicanos menores de cuarenta años. Para una edición que «está basada en la fuerza o la extrañeza de los textos mismos, en la manera como interrogan a nuestros hábitos lectores o conducen nuestra mirada hacia sitios inesperados dentro del muy cruento horizonte neoliberal de hoy». Las palabras son de Cristina Rivera Garza, y están incluidas en el prólogo de unos textos cuyo único nexo es la extensión. Pues aunque la mayor parte son ficticios, otros son de compleja clasificación, porque «el territorio que habitamos es multilingüe». Y por tanto plural debe ser la expresión. Plural y propia. Es posible que en narrativa ya esté todo inventado. Y también es seguro que no estaba inventado Juan Pablo Anaya, Gerardo Arana, Nicolás Cabral, Verónica Gerber, Laia Jufresa, Luis Felipe Lomelí, Brenda Lozano, etc. México es un país enorme, un territorio en el que cambia constantemente el paisaje. Y que siempre guarda un detalle agradable para quien lo visita, aunque sea a través de la lectura.
Estos veinte relatos beben de muy diversas fuentes y se configuran en variadísimas expresiones. Ya hay globalización, porque todo está a su alcance. Pero también una lengua madre a la que se respeta incluso cuando se la rompe. Sería farragoso y abarcaría demasiada extensión analizar relato por relato. Así pues, nos limitaremos a afirmar algunos de los hallazgos que el lector descubrirá a lo largo de las trescientas páginas. Como por ejemplo ese individuo cuyas reflexiones unifican Blade Runner y la teología de la liberación, para concluir que nuestra posición dentro de la naturaleza no puede ser más inestable. O el afán por cuestionarse la distopía, hasta qué punto la memoria es lo que nos hace humanos, aunque sea una memoria implantada, irreal. También surge la fe religiosa y la droga, la juventud y la tragedia, como en los grandes clásicos. O se le da una nueva vuelta de tuerca a la vida cuartelaría, tan absurda. La locura no cesa de surgir, en ocasiones de forma experimental y digresiva; porque la esquizofrenia es una obsesión, como lo es el caos. Y quien siente el caos se cree estúpidamente distinto a los demás. También aparecen esos personajes cuyo sentido de culpa les lleva a hacerse cargo de otros personajes, la incomunicación y los sucedáneos de la compañía, incluido todo lo que hay de ficción en una relación entre madre e hijo, mientras esperan la llegada del novio ciego de mamá. Se lamenta la pérdida de la fantasía, que dio sentido a la infancia, también a la infancia de la humanidad. Una humanidad poblada por hombres que, para no ser carroñeros, son sádicos con los cuerpos muertos. Las biografías son inconexas, incompletas, esquivando lo personal y lo histórico, lo que ha invadido ambas facetas de lo que nos construyó. Como nos construye el sexo y la obsesión por ser escritor. Todo es posible en un territorio que es fronterizo en cada uno de sus kilómetros cuadrados, donde se puede sentir la soledad, que se combate aumentando el volumen de los recuerdos o las neurosis. Como los trastornos obsesivo compulsivos que, sumados a lo raro, al surrealismo, hablan de lo complejo que resulta tener que reinventarse.
De este cariz son las conclusiones a las que uno va llegando si liga cada relato con el siguiente. O si salta de un relato a otro, desde los más circulares a los ejercicios de estilo. La edición de este Palabras mayores es imprescindible en un mundo literario en el que resulta imposible leerlo todo, todo lo que viene de uno de los países que ha dado algunas de las mejores páginas de la literatura en nuestro idioma.