Novela

Los hijos de la edad moderna, de Peter Sloterdijk

Por Ricardo Martínez.

Siruela, Madrid, 2015

9788416465286_L38_04_xEste libro brillante, comprometido, valiente en cuanto a la formulación de lo que pudiera señalarse como una forma de quiebra (¿acaso descomposición?) de la cultura occidental en su acepción como paradigma de progreso, viene a ser como un compendio de la filosofía de Sloterdijk en los últimos años. Lo que equivale a decir una reformulación de sus verdades socio-filosóficas que, si bien una vez más ‘in extenso’ se ocupan de apartados tan singulares como polémicos (‘Observaciones previas al proceso de civilización tras la ruptura?, ¿Engendramientos de monstruos en el hiato: quimeras y discípulos de filósofos’ o ‘Ecce homo novus’) al final de estas páginas no advertimos sino un elaborado mosaico reflexivo cuyos parámetros, creo, establece y aclara el propio autor de un modo bien patente en algunas consideraciones precisas, a saber.

El comienzo de su planteamiento cultural es ya bien nítida: “El ser humano es al que hay que explicar su situación. Si levanta y mira sobre el borde de lo obvio, lo agobia la desazón por lo abierto. La desazón es la respuesta adecuada al superávit de lo inexplicable sobre lo explorado” Recuérdese que la palabra religión y sus contenidos constituyen un referente muy recurrido en su discurso.

Luego, a mi entender, marca dos señales que ‘purifican’ su inteligibilidad de la cuestión socio-moral que afecta a nuestra civilización: “Se puede afirmar de la profunda-maliciosa construcción de la primera falta humana  y de su ineludible transmisión por el acto de la procreación que desde el punto de vista psicohistórico ha arrojado sobre la evolución de Occidente una sombra cuya disipación mediante su esclarecimiento filosófico,  teológico, psicológico y literario no puede considerarse aún cerrada ni siquiera hoy” Esto es, los fundamentos de nuestras raíces culturales son, y han de ser, objeto permanente de nueva revisión. Y entra de lleno, aquí, en el tema de la religión: “Hoy, igual que antes, pueden percibirse aún en el archipiélago del cristianismo las improntas del masoquismo  metafísico de procedencia agustiniana, así como de su carga de fobocracia política y enemistosidad existencial hacia el cuerpo” Esto es, el pecado como tema de fondo, como anatema existencial y, de algún modo, objeto de poder esgrimido por la iglesia.

¿Y cómo resumir gráficamente lo intrincado del problema, la interrelación que aúna los problemas para generar la confusión? Veamos: “El mundo actual se asemeja a un delta gigante en el que corrientes de corrientes forman un hiperlaberinto de venas de agua con diferentes velocidades de flujo”, para añadir, “El delta es el espacio en el que se disuelve por sí misma la diferencia entre corriente y estancamiento” Un balance bien aciago, en verdad, como destino. Así lo refleja a modo de pesimismo pensante: “Da igual que hayan crecido durante siglos o que fueran improvisadas ayer: las culturas concretas del delta se hacen perceptibles como afluentes más o menos lentos, que están ya muy cerca de derramarse en la civilización mundial homogeneizada-diversificada” Y la conclusión, así, no podría ser por menos que preocupante como espacio de futuro: “A causa de afluencias el océano se coagula formando una barrera infranqueable. Delta y océano se han vuelto indistinguibles, corriente y aguas estancadas son la misma cosa”. ¿La inutilidad de nuestra historia, tan esgrimida hasta ahora como un bien?

Diríase que los herederos de Ciorán sobreviven, comenzando por el propio autor, si bien hemos de recordar también que el autor rumano, ese ‘manifiesto teórico de la sombra de Europa como cultura’, era quien, a sí, se consideraba un optimista.

Sea pues: estamos, una vez más, solos para decidir; ¿o para prepararnos para la decepción?

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