Paul Celan y todo lo que es misterio
… y todo lo que es misterio
Andrés Sorel
Akal Literaria
Por José de María
¿Cómo suena una plegaria en el desierto? ¿Cómo redimir al alemán, el idioma del nacionalsocialismo y el de Goethe, el de Goebbels y el de Rilke, cómo hacer que vuelva a convertirse en el lenguaje del corazón? ¿A quién, para quién escribir después de Auschwitz? Las respuestas del poeta Paul Celan a estas preguntas se forman en el crisol de su literatura y en las circunstancias de su vida, una biografía artística y personalmente destruida por la tragedia que supuso el siglo XX.
Nacido en el entonces Reino de Rumania (hoy Chernivtsy, Ucrania), ocupada primero por las tropas rusas y luego por las alemanas tras la ruptura del pacto nazi-soviético, su vida discurrió entre la disolución y la pérdida. Su patria real fue, sin duda, el idioma. Nacido en 1920, la cultura germana y la judía, en su versión más refinada, educaron su infancia. Un día, volvió a casa para encontrar que sus padres habían sido deportados. Su madre recibió un disparo, su padre murió de tifus. Fue internado en un campo de concentración rumano, fue puesto en libertad después de la guerra y emigró a París en 1948, donde fue profesor de alemán en la Escuela Normal.
En 1970, se suicidó, dejando tras de sí una obra cuya gravedad de expresión y belleza persuasiva lo convierte para muchos en la inteligencia poética central de los últimos 50 años. El lenguaje, escribió, es lo único que permanece. La deslumbrante inventiva verbal que muestra Celan nunca es cuestión de mera pirotecnia; es una forma de lidiar con el dolor a través de la fuerza moral que el arte transfigura. Lo mismo podría decirse de la novela … Y todo lo que misterio (Editorial Akal, 2015), evocación del poeta Paul Celan, a cargo del narrador Andrés Sorel (Segovia, 1937).
Al igual que el poeta de “Todesfuge”, Sorel apuesta todos los sentidos a la noble causa del arte, para “desarrollar una locución plástica y conceptual, innovadora y trascendente, que la preserve de la deformación, anquilosamiento y manipulaciones sufridas no sólo por el peso de la historia, los dramas vividos, las catástrofes … sino también por su empobrecimiento, ritualización, su perversión burocrática y virtual, sus modos populistas, su realismo ramplón…”. El lirismo de la novela se abre camino a través de la violencia lingüística, “la palabra que ha de dar vida al pensamiento”, pero no contaminada “por conceptos como los de fe y esperanza”, sino “pura”, sin “confesión” ni “resurrección”, “porque no existen”.
Así, Misterio es el equivalente verbal de las circunstancias desfavorables del rumano, la crónica de un despertar indignado, la denuncia del fin del proyecto ilustrado de la emancipación de la humanidad. “El ojo ha dejado de ver. Ha apagado la luz, que es la vida. Consciente de que pronto se diluirá en cenizas”. Lo que queda, después de la renuncia, es el ojo que sangra mientras el poeta desciende a los infiernos, donde “se unirá a sus mujeres, a sus padres transportados a un campo de exterminio … camino del fuego”.
El reconocimiento de la desesperación, aunque principio de la sabiduría, no supone su fin. Sorel reclama la persistencia de Celan mientras siente la necesidad de cantar su canción profética en un mundo que gusta de cultivar lo extraño y lo terrible. Al igual que Celan, Sorel reconoce que hay pocas pérdidas superiores a la incapacidad de escapar a los recuerdos, “homenajes, conferencias, libros, [que] no sirven para acallar el grito silencioso y perenne en nuestra memoria”, esas furias que finalmente reclamaron al rumano bajo las aguas del Sena.