Rebeca García Nieto a propósito de “Eric”, su último libro
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Eric arranca parafraseando al Macbeth de William Shakespeare: «Comienzo a estar cansado ya del sol. Quisiera ver destruido el orden de este mundo».
Su autora, Rebeca García Nieto (Medina del Campo, 1977) es escritora y psicóloga clínica. Ha trabajado varios años en el Bellevue Hospital-New York University (NYU) y colaborado en el Programa de Literatura Comparada de la City University of New York (CUNY). Su primera novela, Historia de una mirada (2012), fue seleccionada en el Festival du Premier Roman de Chambéry. Su ensayo Hugo von Hofmannsthal y Stefan George: el remitente y el destinatario forma parte del libro colectivo Galería de Invisibles, Vv. Aa. (Xorki, 2012). Ha sido finalista del 58º Premio Ateneo Ciudad de Valladolid, del Azorín de Novela 2012 y del Herralde 2013.
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Eric. Rebeca García Nieto. Zut Ediciones, 2015. 290 páginas. 18,00 €
Astor City es la Tierra de las Oportunidades, un lugar para olvidar de dónde se viene porque lo único que importa es dónde se va y cualquier futuro siempre será mejor. Astor City está en Manhattan y es el sitio perfecto para Franz y Cindy, que han huido de sus raíces cargando con el peso de una culpa heredada: sus padres fueron ejecutores o ejecutados, no podían permitirse el lujo de quedarse, sus padres los dejaron sin patria y ellos necesitan ofrecerle una patria segura a su hijo Eric. Pero no es tan fácil esquivar al pasado, por mucha tierra y mar de por medio que se pongan, por muy exquisitas que sean las paredes entre las que refugiarse. El pasado es un polizón que se las arregla siempre para viajar con nosotros. A través del niño protagonista y de sus padres, la autora hace un detallado retrato de una sociedad atenazada por aquellos miedos capaces de girar y convertir las ilusiones en verdaderas pesadillas.
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P.- Con tu anterior novela, Historia de una mirada, me quedó una pregunta en el tintero, que ahora no voy a olvidar: ¿cuánto de tu experiencia como psicóloga hay en tus novelas?
Pues mucho, supongo. La literatura es una especie de mundo paralelo en el que vivo todo el tiempo que puedo. Es un búnker, un refugio del mundo real, que, por mi profesión, tiene mucho que ver con la psicología. Aunque intento mantener ambos mundos separados y, por supuesto nunca escribo sobre los pacientes que veo, las historias que me cuentan en consulta, algunas muy duras, y mi formación en psicoanálisis influyen inevitablemente en mi forma de ver las cosas, en cómo construyo los personajes. La segunda parte de Eric, por ejemplo, le debe mucho al psicoanálisis.
Creo que esta novela tiene más que ver con la psicología que Historia de una mirada. Estuve trabajando un par de años en Bellevue, un hospital de Nueva York, y allí conocí de primera mano los entresijos del Sistema de Protección de Menores de Nueva York, un sistema que es absolutamente kafkiano. Esta experiencia, aunque muy “ficcionalizada”, es esencial en la novela.
P.- Cindy y Franz se instalan en otra ciudad huyendo de un pasado con el que no quieren lastrar a su hijo Eric. ¿Por qué esa obsesión que tenemos los humanos en mirar atrás?
Supongo que tiene que ver con eso que decía William Faulkner: “El pasado nunca muere. Ni siquiera ha pasado”. Creo que más bien es el pasado el que está obsesionado con nosotros, y no al revés. Es él el que se resiste a morir y no nos deja en paz… En la novela, como en la vida, da igual lo lejos que se vayan los protagonistas: el pasado siempre acaba volviendo.
P.- En sus vidas el miedo y la represión se pueden llegar a hacer claustrofóbicos. ¿Es la reacción natural ante lo que no se controla?
Nueva York es una ciudad obsesionada con la seguridad, y después del 11-S es comprensible. El problema empieza cuando las medidas que se emprenden para garantizar la seguridad comprometen las libertades individuales. Por desgracia, este debate es de máxima actualidad por los atentados en Francia. En la novela esta situación se lleva al extremo. Se ponen en marcha medidas, algunas muy ridículas, por el bien de todos. En algunos estados de Estados Unidos se puede ingresar forzosamente en un psiquiátrico a cualquiera que suponga “un peligro para sí mismo o para otros”. Cuando las medidas no se aplican con sentido común, se acaban cometiendo auténticas tropelías. Hace poco leí la noticia de una mujer afroamericana que fue ingresada en un psiquiátrico por conducir un BMW en Harlem. Al parecer, los policías no creyeron que el coche pudiera ser suyo. Nos guste o no, los prejuicios están ahí y las personas que tienen autoridad también los tienen. Es entonces cuando, paradójicamente, las medidas que existen para protegernos pueden ser igual de peligrosas para nosotros que el supuesto peligro del que nos quieren proteger.
P.- Astor City es ese espacio ideal que representa el sueño americano y el posible inicio de una nueva vida. ¿Por qué Manhattan y no otra lugar?
Esto tiene que ver con mi experiencia personal. Hace unos años me fui a Nueva York con la idea de quedarme a vivir allí. Al principio todo sonaba muy bien. Era la Tierra de la Libertad. Pero después de un período de “luna de miel”, en que todo era amor por la ciudad, empecé a conocer otra cara de Nueva York. Manhattan es una ciudad muy competitiva, entregada a la ética del trabajo, y yo soy más de vivir. Si a eso le unimos que por mi trabajo (trabajaba en un hospital público) conocí la realidad de las personas de barrios menos acomodados, mi sueño neoyorquino acabó viniéndose abajo. Básicamente, lo que sucede en Eric es que lo que lleva tiempo ocurriendo a los habitantes de barrios como Queens o el Bronx empieza a salpicar también a las familias más pudientes de Manhattan.
P.- “Todo pasará”, comenta Cindy en alguna ocasión. ¿En la vida a veces solo es cuestión de esperar? ¿O más bien de afrontar con energía las circunstancias adversas?
La actitud de Cindy en la novela, que tiene que ver con su historia, es de resignación. Esta mansedumbre pone de los nervios a su marido, Franz, que es más de pasar a la acción cuando las cosas se ponen feas. Cindy y Franz son prácticamente opuestos. Ella es norteamericana; él de la Vieja Europa. El desencuentro que existe entre ellos, una especie de choque de continentes, es el telón de fondo de la novela.
P.- En tu libro se aprecia que el efecto atroz de las guerras no puede aislarse… ¿Vivimos en un mundo de extremos que ni el paso del tiempo puede borrar?
Nos guste o no, hay heridas que siguen abiertas. Hay nacionalismos. Hay cunetas. Y creo que los habitantes de todas las épocas y lugares tenemos algo en común: el miedo y cómo actuamos cuando nos sentimos amenazados. Hay sociedades que fomentan el miedo y no dudan en señalar al culpable de la amenaza. Luego sólo tienen que esperar a que el ser humano actúe movido por el miedo. O por el hambre. Ha pasado aquí, en Europa y también en África. Los hutus denunciaban a sus vecinos por miedo a que ellos lo hicieran primero, y cuando acabaron con los tutsis, empezaron a matar a otros hutus… Por desgracia, por mucho tiempo que pase, el comportamiento humano no cambia gran cosa.
P.- Los anónimos se convierten en amenaza invisible que parece coartar la libertad de los personajes. ¿El temor a la acusación ajena y sus consecuencias son tan terribles?
Sí, es como decía antes, muchas veces el miedo es el motor de la violencia. En el caso de la novela, los protagonistas son juzgados como padres. Al igual que ocurre en El proceso de Kafka, en Eric hay un nivel “real” y otro alegórico. Además del juicio de las autoridades y el de la sociedad (representada por los vecinos de la comunidad), los protagonistas de Eric se enfrentan a un juicio “interno”. La mente, a través de la culpa, es experta en lanzarnos las acusaciones más hirientes, más certeras. Tal y como estamos hechos, tenemos todas las papeletas de perder este juicio casi siempre.
P.- Y ahí está Eric como imagen inocente de una familia que choca de frente con la lógica ciega de unas autoridades que no quieren ver lo que acontece.
Eric, como todos los niños, es un reflejo de los adultos que le rodean. En el colegio de Eric, se toman medidas ridículas. Para evitar contagios, recomiendan no tocar a otros niños. Aprender a leer pronto y leer mucho es, para el psicólogo del colegio, síntoma de enfermedad mental… Así las cosas, es normal que los niños no se arrimen a otros. En una sociedad tan individualista, lo lógico es que los niños acaben cada vez más metidos en sí mismos. Lo más sano es aislarse para protegerse de las paranoias de los adultos.
P.- Novela realmente muy kafkiana. ¿Cuánto de Kafka hay en Eric?
Mucho. Desde el relato corto Una pequeña fábula, que tiene mucho que ver con lo que le sucede al pequeño Eric, a América, la novela que Kafka dejó inacabada. La escena que abre la novela de Kafka aparece también al principio de la mía, lo que marca ya un poco el tono del resto del libro. También están presentes algunas novelas de mi admirado Philip Roth, como El mal de Portnoy, Némesis y, sobre todo, La conjura contra América, en la que Roth escribe una especie de historia alternativa del siglo XX en los Estados Unidos e imagina cómo habría sido el Holocausto de haber tenido lugar en su tierra.
P.- Con Eric quedaste finalista al Premio Azorín de Novela. ¿Hoy día (con un mercado tan saturado) se hacen más necesarios que nunca este tipo de reconocimientos para hacerse un hueco en el panorama narrativo?
Sí, con Eric quedé finalista del Premio Azorín y del Herralde en 2013. Sinceramente, no creo que eso sirva para mucho. La verdad es que no tengo una buena opinión de los premios literarios. Salvo dos o tres, creo que todos se mueven por intereses extraliterarios (a veces con dinero público, dicho sea de paso). Eso no quita para que algunas novelas ganadoras sean buenas, pero, siendo todo esto de dominio público, no creo que ganar un premio dé mucho prestigio a nadie.
P.- ¿Tienes ya algún nuevo proyecto narrativo entre manos?
Sí, estoy escribiendo una novela sobre Alemania (nada que ver con el Holocausto, aclaro). Me tendrá ocupada una temporada.
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Por Benito Garrido (@benitogarridog).
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