Berserker (2015), de Pablo Hernando
Por Miguel Martín Maestro.
Una mujer despierta en el suelo, un hombre ha entrado en su casa y le interroga sobre lo que ha pasado, dónde ha estado, qué ha hecho. No recuerda, no sabe, sólo el vago recuerdo de donde dejó un coche. No sabe nada de su novio, de sus amigos, de sus acompañantes. Con el hombre, que después sabremos que es su hermano, saldrá a la búsqueda de ese coche para intentar recomponer piezas perdidas. El coche aparece en un polígono perdido, una imagen extraña, un espacio vacío inmenso, una calle semiabandonada y un pequeño coche aparcado en la nada. Cuando el hombre se acerca para comprobar el coche, una cabeza aparece sujeta con cinta aislante al volante. Este es el enigmático y perturbador arranque de Berserker, reciente primer premio en el Festival de Sevilla en la sección Nuevas Olas, uno de los escaparates más sugerentes para el nuevo cine español, sí, ese que parece que es negado e ignorado por los grandes medios de comunicación, perdidos en la maraña de intereses de productoras y grandes nombres, atrapados por la telaraña propia de la coproducción de productos cinematográficos que encubren más televisión que cine.
Los berserker eran guerreros vikingos que combatían semidesnudos, cubiertos de pieles. Entraban en combate bajo cierto trance de perfil psicótico, casi insensibles al dolor, fuertes como osos o toros, y llegaban a morder sus escudos y no había fuego ni acero que los detuviera. Se lanzaban al combate con furia ciega, incluso sin armadura ni protección alguna. Su sola presencia atemorizaba a sus enemigos e incluso a sus compañeros de batalla, pues en estado de trance no estaban en condiciones de distinguir aliados de enemigos. Esto dice esa enciclopedia de dudosa veracidad que es la Wikipedia, y algo de esto hay en la historia de Pablo Hernando, algo y más, porque sí hay intranquilidad, miedo, personajes que parecen capaces de todo, abstraídos en su voluntad por la presencia de una entidad incorpórea que va eliminando existencias y dotándoles de una nueva experiencia, también hay personajes normales, y personajes pusilánimes, dubitativos, que pierden la valentía a primeras de cambio.
La película de Pablo Hernando me lleva, inevitablemente, al Diamond Flash de Carlos Vermut, y en su concepción, que no en su estilo, que es más depurado y formalmente menos feísta, al Sueñan los androides de Ion de Sosa. Personajes obsesionados con alguna idea, investigadores del absurdo, descampados físicos y descampados emocionales pueblan la narrativa de la película, escenarios dignos del boom inmobiliario, destinados a jóvenes que se han quedado sin recursos, despoblaciones en periferias arrasadas por el ladrillo y el asfalto, lugares que llevan de ningún lugar a ninguna parte, una película que juega al suspense sin caer en la rutina. Un novelista escaso de ideas, y quizás también de talento, que malvive comiendo exclusivamente patatas en un piso compartido cuyos gastos adelanta la compañera, porque nuestro escritor agota los últimos euros de un adelanto editorial cuyo plazo de entrega se agota, un escritor al que llega el eco de la cabeza encontrada y un cuerpo perdido. La historia de la cabeza y de las desapariciones de parte de los amigos que compartían grupo con la homicida recluida en un sanatorio mental intriga al escritor, quien ve en esa historia la posibilidad de escribir la historia que su talento no le permite crear.
Durante esa investigación surgirán más incógnitas, más dudas, la sospecha de una conspiración, ecos del pasado, antropólogos, geólogos, biólogos, unas espigas que te incorporan la amenaza de los transgénicos, un personaje principal con cara alienada toda la película y que no es capaz de advertir que su compañera de piso está deseando que le haga más caso que el de simples vecinos de habitación (están muy bien Julián Génisson (Canódromo abandonado) e Ingrid García Jonsson, uno de esos rostros que atrapan la luz y la proyectan fuera de la pantalla). Una trama que se complica hasta el absurdo y que el investigador literario es incapaz de asumir, renunciando a descubrir la verdad cuando cree que su vida está en peligro. En ocasiones desear saber algo conlleva asumir riesgos incontrolables. Tras la aparente atonía de una casa semiabandonada en medio de campos de labranza, perdida en mitad de ninguna parte, una forma de enfocar, una forma de mirar, un ruido, una presencia inobservable, pueden introducir el toque de misterio y de ciencia ficción. Los coletazos de la crisis desequilibran las mentes menos protegidas, una obsesión por ser original te va llevando por el camino del peligro, lo que parecía una simple anécdota de historia criminal puede tener resonancias enigmáticas que se remontan al arcano de la humanidad, con virus erradicados y con potencialidades de la raza humana desconocidas. Hugo Bartán ha decidido explorar, y en el juego una multinacional alemana acecha en la sombra, como los personajes de La isla del tesoro, que recibían una carta con un círculo negro, ojalá no abras el buzón y recibas otra carta como aquélla, en este caso con tres espigas en su interior y unas coordenadas precisas, no va a ser un tesoro el que te esté esperando, o quien sabe, a lo mejor no hablamos de muerte sino de transformación dimensional de la persona. En todo caso qué gozoso es encontrarse con cine como éste, tan sin complejos, tan artesanal y tan elaborado a un tiempo.