La novia (2015), de Paula Ortiz
Por Hada Torrijos.
A veces, depositas tantas expectativas en algo que deseas ver, leer o escuchar, que es muy fácil que la decepción te inunde. Creo que es la primera vez que esto no me ocurre. El otro día presencié un acontecimiento emocional como hacía tiempo que no experimentaba. Vi el último largometraje de la directora zaragozana Paula Ortiz, La novia, una adaptación de la tragedia teatral Bodas de Sangre de Federico García Lorca.
Con honestidad, no suelen gustarme las adaptaciones de obras literarias, sean del género que sean y traten el tema que traten, porque normalmente no son fieles, terminan siendo más una inspiración que una adaptación. El eterno debate de siempre, supongo. No voy a entrar. Pero llegó La novia. Quise ver la película sin pensar demasiado en Lorca y en su teatro para centrarme solo en la historia que la directora quería que viésemos. Puede decirse que me dejé llevar, sin cuidado y sin reparo. Gran acierto el mío, por cierto.
La historia sigue de cerca, claro, la del dramaturgo. Una novia (Inma Cuesta) que va a casarse con su futuro marido (Asier Etxeandía), al que quiere pero no ama. Y aquí radica el error de toda la tragedia, porque en realidad el fervor amoroso lo siente por Leonardo (Álex García), casado a su vez con su prima (Leticia Dolera). Pero la trama se complica más cuando interviene la familia, como siempre. La suegra (Luisa Gavasa) no termina de aceptar el enlace de su hijo con esa chica porque tuvo un noviazgo con Leonardo, descendiente de la familia rival que le ocasionó mucho dolor. En cambio, el padre de la novia (Carlos Álvarez-Novoa) está totalmente a favor del matrimonio.
Paula Ortiz ofrece al espectador una galería de fotografías en movimiento que gozan de ritmo y viveza. Son, siguiendo el refrán, imágenes que dicen más que las palabras. La música es el alma de unos personajes que deambulan perdidos, sin encontrar, por culpa del destino, lo que andan buscando: el amor. La soledad también está presente en muchos de ellos y, más allá de los tópicos y evocaciones, la directora no pierde de vista a Lorca y lo deja claro incluyendo en los diálogos versos de la obra teatral. La vitalidad y la fuerza atrapan todos los sentidos del espectador. Todos y cada uno de los elementos que podemos calificar de cinematográficos están en La novia de manera simbiótica. Todos tienen relación y se complementan.
Es más que una película, es una obra artística en el mayor y mejor sentido de la palabra. Creo que no voy a poder olvidar a Inma Cuesta cantando “la tarara”, ni la magnífica escena en la que explotan los cristales… Hay muchas cosas que podría desvelar, pero sin lugar a dudas es mejor vivirlo, sentirlo.
La novia pone de manifiesto que el cine no es algo fragmentario, es decir, que no es solo fotografía o interpretación, sino que es un universo donde, si consigues que todos los elementos conversen, el resultado puede ser propio del mundo onírico. Creo que es la primera vez que mis expectativas han sido superadas con creces. Esto es, a lo que yo llamo, literatura hecha cine, medicina para el alma.