«Nada que perder»: preguntas, paradojas y crímenes en la España de hoy
Por Horacio Otheguy Riveira
Tres actores sorprendentes a pie de obra, a pie de la Cuarta Pared, la emblemática sala de Madrid donde sus propias producciones indagan en dos caminos paralelos y a veces felizmente contrapuestos: la cruda realidad sociopolítica y el arte cada vez más apasionante de las posibilidades actorales. En Nada que perder, tres grandes intérpretes se sumergen en las acciones de una serie de personajes en una asombrosa carrera contrarreloj: para resistir contra viento y marea el empeño de la clase dirigente por destruirnos. (Tras el éxito cosechado en su gira nacional, con más de 90 mil espectadores, vuelve a Cuarta Pared en su quinta temporada).
La acción transcurre con una energía inusitada en el devenir de dos personajes en conflicto, que van rotando —dos por vez, siempre con la participación de un tercero que hace las veces de conciencia, de titiritero, de cómplice, de enemigo acérrimo…—.
Todo gira en torno a datos del día a día y los ataques de una siniestra mayoría absoluta parlamentaria hacia los elementos vitales de nuestra convivencia: la educación, la sanidad, el trabajo, en medio de un oleaje de corrupción que abruma y llena de basura cada rincón de las ciudades. Basura de la que se ve, porque la trama va también de eso, pero sobre todo mucha basura interior, como si viviéramos en una casona con muchas ventanas que no se abren nunca.
La podredumbre parece alcanzarlo todo, pero no: la imaginación y el sentido del humor son buenas aliadas, con ellas nos podemos convertir en aprendices de brujo y avanzar sobre seguro, o casi, al menos bien pertrechados de buenas preguntas para no sucumbir al mandato de los malditos ídolos con pies de barro; y tras ellos el susurro pertinaz de los que tienen el poder: mejor no estudies, no trabajes, húndete en la miseria y déjanos enriquecernos a nosotros que somos los que de verdad importamos.
Ocho escenas, un asesinato, muchas preguntas y ninguna respuesta. Interrogatorios sucesivos no sólo entre policías y sospechosos, sino también entre abogados y empresarios, psiquiatras y pacientes, jefes y empleados, padres e hijos. A través de los interrogatorios iremos descubriendo que el pasado siempre vuelve y que es peligroso llevar a alguien hasta un extremo en el que ya no tiene nada que perder.
Pero en esta obra, como en todas las buenas historias de serie negra, no se habla sólo de un asesinato sino también de códigos de conducta y valores o, mejor dicho, de su ausencia, porque, en definitiva, nos estamos introduciendo en las corrientes subterráneas y en las cloacas de una sociedad en crisis, una crisis que no es sólo económica.
Poco que añadir para esta presentación de la propia Compañía Cuarta Pared. Es tal la sucesión de sorpresas en el desarrollo de las mencionadas ocho escenas que es muy conveniente asistir al espectáculo con la menor información posible, y así captar y ser captado, sumergirse y tomar distancia, emocionarse, divertirse, sufrir con los personajes y dejarse llevar por las mismas angustias con ánimo de justa revancha: por mucho que intenten destruirnos no lo conseguirán si hacemos piña, si nunca dejamos de intentar comprender, de hacernos preguntas.
Para que este auténtico festival de situaciones intensas funcione es imprescindible la creatividad de tres actores que lo hacen todo como si formaran parte de un reparto numeroso. Y lo hacen bajo un ritmo endiablado, como si se tratara de un vodevil, provocando la sorpresa del espectador y su consiguiente admiración absoluta: Javier Pérez-Acebrón y Pedro Ángel Roca se desplazan componiendo hombres de diferentes edades con un dinamismo envolvente y unas capacidades «cuasi» musicales por la cadencia de sus cuerpos, las tonalidades de sus voces, los lances dramáticos con que logran dominar situaciones muy complejas.
En esta complejidad, Marina Herranz asume también una notable variedad de personajes, no mayor que la de sus compañeros, pero especialmente diferente en el abanico femenino que abarca a una madre posesiva (en una de las escenas más impactantes: en la mesa de un político en crisis ante el cocido de mamá), una influyente corrupta con aire libidinoso, una joven ingenua, una funcionaria pillada en falta… Muchas edades y conductas rodeada de hombres en disposición de darle todo o de destruirla para siempre…
Una vez más, Cuarta Pared da en la diana con los recursos de su propia escuela, sus técnicas de investigación escénica y una sobresaliente aptitud para trabajar con rigor lo que aparentemente es un caos en manos de una dramaturgia desarrollada por cuatro autores, uno de ellos ejerciendo a su vez el papel de director. Es tan rica la compenetración de todos que se permiten abordar la gran dificultad de un texto distribuido en ocho escenas de alta tensión. Ocho escenas que se representan cuestionándose a sí mismas, siempre con uno de los actores comentando, censurando, ayudando o aniquilando a los otros dos, o a uno de ellos, gente que navega por la desesperación o la hipocresía.
Nada que perder: una acción desenfrenada y policiaca, un espectáculo de serie negra, tres actores impresionantes y un público necesariamente entregado a la locura de sus interpretaciones en una función que no debe contarse en detalle para disfrutar a tope, y volver a la vida de cada uno bien cargado de inquietudes.
Nada que perder
Dramaturgia: Quique y Yeray Bazo, Juanma Romero y Javier G. Yagüe
Dirección: Javier G. Yagüe
Ayudante de dirección: Elvira Sorolla
Intérpretes: Marina Herranz, Javier Pérez-Acebrón, Pedro Ángel Roca
Edición musical: Carlos Bercial
Escenografía: Silvia de Marta
Iluminación: Alfonso Ramos
(Tras el éxito cosechado en su gira nacional, con más de 80 mil espectadores, vuelve a Cuarta Pared por quinta vez del 6 al 22 de septiembre, de jueves a sábados a las 21 horas).
Espectáculo recomendado para mayores de 16 años.