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Wonderland

wonderland cubiertaWonderland (Tom Tirabosco, Astiberri, 2015)

Por Gema Nieto @GemaNieto81 

La familia de Tom Tirabosco la componían sus padres y sus dos hermanos. Casi desde que tuvo uso de razón fue consciente del enfrentamiento en el hogar con un padre excesivamente autoritario y distante que intentaba inculcar en sus hijos valores masculinos incluso en los conceptos estéticos y los detalles más insignificantes del día a día. Frente a esta rutinaria inflexibilidad surgía el sentido común y el tesón de una madre ante la discapacidad física de su segundo hijo, que se obligaba a ser valiente y orgulloso para evitar la lástima ajena y sentirse igual de fuerte que los demás niños sin demandar ningún trato de favor, aunque a veces le resultara imposible reprimir su debilidad. El pequeño es un chico retraído, amante de la naturaleza y coleccionista de insectos, y el hermano mayor se nos presenta como el encargado de registrar todas las estampas familiares para ir conformando su peculiar álbum de recuerdos mezclados con los que serán sus principales referentes plásticos, desde Tiziano hasta Disney o Hergé. Abatido a menudo por los celos hacia su hermano menor y la intimidante presencia del padre, se guarece en los libros y las pinturas para escapar de una realidad que a menudo le disgusta o le sobrepasa. Optar por el recogimiento como refugio es la elección del niño sano con dos brazos y dos piernas sin derecho a protestar y sabedor de que la rebeldía es el camino escogido por quien parece merecérsela más que él.

Aunque la única discapacidad visible es la del hermano mediano, en realidad todos las sufren. Las frustraciones de cada uno de los miembros de su familia se irán desarrollando, creciendo o menguando, a lo largo de los años. Los tres hermanos son muy diferentes entre sí pero cada uno lucha contra sus propias limitaciones y lidia con sus particulares miedos. A no ser aceptados por su entorno, a ser tachados de afeminados por su padre si no demuestran interés por los juegos «de chicos», a mostrarse demasiado sensibles y tímidos para lo que se espera de ellos según unos cánones masculinos que muy a menudo se olvidan de que sólo son niños. Afortunadamente, la sociedad irá imponiendo por sí sola un cambio de roles. Las necesidades más inmediatas y realistas acaban situando a ese padre inflexible en la cocina y al tanto de las tareas domésticas y a su esposa como líder de luchas vecinales. El miwonderland interioredo dará paso al espíritu de lucha y éste, por fin, a la empatía.

Echando así la vista atrás, Tirabosco va construyendo una retrospectiva familiar que resulta al mismo tiempo amarga y tierna y donde la infancia, en este caso, no se revela como paraíso perdido, o al menos en parte. La infancia es ese lugar agridulce de cuya topografía exacta sólo somos conscientes cuando la hemos abandonado para siempre. País de las Maravillas pero escenario también donde por primera vez se manifiestan todas las rebeldías y todos los miedos que se desarrollarán en nuestra vida adulta; germen de traumas e inseguridades que tendrán repercusión no sólo en nuestro carácter sino en nuestra forma de relacionarnos con el mundo y de sentirnos a salvo o desarraigados en él.

Una historia tierna y algo naif pero disfrutable sobre todo a nivel gráfico, con unos preciosos dibujos a carboncillo que nos retrotraen a las comunes escenografías de la niñez como arrastrados por los tentáculos de alguna gigantesca criatura surgida de insondables y aparentemente olvidadas, pero siempre vivas, profundidades oceánicas que nos condicionarán siempre.

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