El mapa de la existencia
El mapa de la existencia
Andrea Aguirre
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Tigres de papel (Madrid, 2015)
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Por Rebeca del Casal
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Este 2015 vio la luz, en Madrid, El mapa de la existencia, quinto poemario de Andrea Aguirre (Buenos Aires, 1980), de la mano de la editorial Tigres de Papel. “La vida no comienza una sola vez”, escriben las autoras del prólogo, y esta afirmación, cargada posibilidades, es inseparable de los escombros sobre los que se construirán todos esos comienzos. “Y al final hemos llegado a este principio”, “Hay un naufragio consumado/ en todos los amaneceres”, “Somos nuestra forma de rehacer/ poco a poco la vida”, Andrea elabora una poética de la cimentación, cuyas coordenadas serán el paso del tiempo, los duelos, la construcción de la primera persona del plural, la memoria, la fragmentación y el lenguaje. Guiándose, en los momentos de oscuridad, con una brújula que intenta apuntar hacia el encuentro con el otro para mantener el equilibrio.
La autora mezcla términos con mucho peso, a menudo bíblicos, (los títulos de cada poema son una única palabra, a cada cual más grande: “Verbo”, “Destierro”, “Castigo”, “Génesis”, “Presagio”), con elementos domésticos que les quitan densidad, como mantas, tejados y relojes. Logra una voz equilibrada y propia, que dialoga en segunda persona, desde un yo emotivo y sereno, de género bastante neutro. Destacan la presencia de la lluvia y los pájaros, con una simbología que se construye a lo largo del libro, y las referencias constantes al paso del tiempo, quevedianas a ratos, “muriendo en pañales”, “este pausado morir/ de mis células cansadas”; o con resonancias de Gil de Biedma: “cuando éramos tan jóvenes y hermosos/ que aún no sabíamos morir”. Heredera del duende de Lorca, que “ama el borde y la herida”, encontrando en él su inspiración, Andrea considera que el proceso sanador es doloroso, pero que verbalizar la herida es necesario para cauterizarla, que hay que “Hurgar en la llaga con empeño”. Y lo hace con la fatalidad de la tragedia (“En todos los lugares una madre llora por un hijo muerto”, “Caníbales relojes cercenando el tiempo de los hombres”, “Todos los duelos cruciales siempre son a muerte”); y con una sencillez resignada y cotidiana, que destaca en el tratamiento que hace del duelo, omnipresente a lo largo de toda la lectura (“Habría sido hermoso si te hubieras quedado”, “se escuchan risas y adioses desde nuestra ventana” , “Las tumbas más visitadas imploran frutas en lugar de flores”). Numerosas citas apuntalan los cimientos de este mapa, integrándose al discurso con acierto: Dickinson, Szymborska, Blake, Adrienne Rich, Dylan Thomas, Valente, Pizarnik, o la de Kundera, origen del título del libro.
El mapa de la existencia se compone de tres partes de extensión similar, “El lenguaje y la luz”, “La intimidad de la lluvia” y “El secreto de los pájaros”. A través de ellas, la autora acerca al lector a la desolación y la muerte, a la liberación de la culpa, a esa renovación constante que supone vivir, y al refugio del amor: “Toda la angustia del mundo se concentra en nuestro abrazo,/ sedante que nos salva de todas las quemas”, “Esta es la casa que quiero para nosotros”, “lamernos las heridas como perros”, “Busqué durante siglos tu ternura”. Compuesto de poemas que no ocupan por lo general más de una página, escritos con un ritmo pausado que potencia esa idea de constante contención del desgarro, consiguiendo una unidad coherente tanto en la forma como en el contenido. Por lo general, Andrea se sale poco del tipo de verso que propone, sin rima ni medida pero muy identificable, con más puntos que comas y frases de no más de dos versos. Aunque hay algunas excepciones, que evitan caer en lo monótonos que resultarían unos poemas demasiado iguales a sí mismos: “Hay unamujerunhombreunmarunárbol/ y silencio”. O algún poema en que evita mayúsculas, que suelen dar un toque de sentencia a sus versos, “para qué hemos venido/ para rezar de nuevo/ a la melancolía?/ para morir de nuevo/ en la melancolía?/ para morir/ y todo nuevo?/ todo de nuevo?”, o ese juego capicúa que realiza en “Destierro”: “Una vez encontraste una cerilla y encendiste un fuego en tu garganta./ Hablaste con la claridad de la lluvia/ y fuiste real como la muerte (…) Crees que está todo perdido.// Pero una vez hablaste con la claridad de la muerte/ y fuiste real como la lluvia”
Poesía existencial que habla del amor (bisagra imprescindible), sin ser necesariamente poesía amorosa. Sus puntos cardinales oscilan entre la ausencia y la presencia (yo, tú y nosotros), las ruinas y la reconstrucción hacia un presente habitable y sólido, “Qué frágil la memoria del que ama solo con el lenguaje”. Sin considerar nunca el olvido como analgésico posible (“nunca encontré descanso/ en la memoria dormida”, “Los muertos nos ofrecen la existencia/ en un pacto sagrado y ancestral/ entre el tiempo, la palabra/ y la memoria”), El mapa de la existencia nos habla del génesis de un nosotros, no sólo sujeto amoroso, sino también humanidad.