El día que Sampedro creyó ver su final
Por Víctor González. @chitor5 @libresdelectura
Con los ojos de un crío, Sampedro se encontró de cara con la muerte de forma totalmente inesperada. Para la figura de un escritor, alguien que antes de lanzar al público sus obras ha peleado incansablemente con la planificación, organización y distribución de todos los elementos que las conforman, que llegue la muerte y entre sin llamar debe de ser algo inexplicable. Inexplicable no fue, como tampoco fue la muerte. Y de la victoriosa salida nació Monte Sinaí.
Ingresado en un hospital neoyorkino con el nombre de la montaña sagrada, Sampedro intenta comprender el porqué de la llegada de la muerte, el sentido de la vida, la razón de la existencia; para plasmarlo todo ello, ya en casa de su hija, en este personal y profundo relato que muestra todo el interior del escritor español. La estancia en el Monte Sinaí es para él un viaje interior, un camino de superación, una inmersión en su propio ser, aquel entrar «más adentro en la espesura» de San Juan de la Cruz. Viéndose, ya desde el futuro, en el hospital, Sampedro no se reconoce y siempre habla del paciente como un desdoblamiento de sí mismo, como «otro yo», como alguien que ha tenido que parar durante unos días, reflexionar, y acabar dando como resultado a ese «yo» futuro. Incluso se refiere a esa experiencia como el recuerdo de un vacío, de un paréntesis en su vida donde teóricamente, como le dice su pensamiento, estuvo en aquel lugar, aquellos días y por aquella razón: problemas en el corazón.
Su sangre bombea cada vez más lentamente en ese instante pero no así su verborrea. Sampedro nos regala la reflexión de un hombre que se ha visto morir cuando ya tenía toda su vida transitada y que ha decidido seguir jugando al juego de la vida y de la muerte aferrándose a su aleatoriedad, a la fortuna de ser y estar o de ser y no estar, aun cuando teorías vitales como la del padre Sigüenza y sus diez setenarios ya le darían por muerto. En el caso que nos concierne, su Monte Sinaí, es el trabajo que siempre nos demostrará que, aunque no esté, Sampedro siempre será, por lo menos para nosotros, los amantes de la Literatura.