O futebol (2015), de Sergio Oksman
Por Miguel Martín Maestro.
Las últimas ediciones de Locarno suelen servir para calibrar el peso del cine español más arriesgado, más novedoso. Oksman fue uno de los representantes que exhibieron su cine en la pasada edición bajo la etiqueta “España”, aunque él es brasileño, junto con Mauro Herce, Lois Patiño, Xacio Baño y José Luis Guerín, todos ellos premiados en diversos festivales, y todos ellos, como es marca del país, sin estrenar en salas a nivel general. Lo conseguirá Guerín, porque tiene otro prestigio y porque se distribuye a sí mismo, pero estamos ante esa idiota categorización de cine para estrenar y cine de festivales, como si el público fuera, en general, un rebaño de borregos incapaz de escoger entre diferentes propuestas y sensibilidades, como si con la etiqueta “cine de festivales” sólo un puñado de perros verdes fuéramos capaces de disfrutar con otra manera de contar historias y con otras historias que contar.
O futebol hurga en ese nuevo cine donde la ficción y la realidad se confunden hasta el punto de que no terminas de saber dónde empieza una y termina la otra, o si hay algo de verdad en lo que se ve o si todo es imaginario. La película está al servicio de espantar unos fantasmas y lo que consigue es concluir con el fantasma de una ausencia definitiva, marcada por enormes tiempos muertos de cotidianeidad. Lo que comienza intentando ser un intento de reencuentro padre-hijo se transforma en la imposibilidad de comunicación y en el abrupto final producido por una muerte repentina. Porque los protagonistas de la historia son el propio director y su padre, actuando como ellos mismos, reencontrados tras 20 años sin verse en junio de 2013, en Sao Paulo, donde se emplazan para pasar juntos el mundial de fútbol de 2014, una cita a un año vista que se cumple, y tras ese breve preámbulo a las puertas de un estadio la historia se retoma justo el día en que comienza el campeonato. Cada escena irá precedida del rótulo con el partido que se jugaba ese día en el mundial, no sabremos el resultado ni veremos la acción, ni nos interesa, porque el fútbol es la excusa de la reunión, el fútbol aparenta ser un ente que sirve para no hablar, para no enfrentarse al incómodo silencio del que nada tiene que decir.
Una película en la que el fútbol parecería el lugar común que uniría a padre e hijo pero que juega como elemento distanciador, el fútbol empapa las conversaciones, los horarios, la conducta de la ciudad, pero el fútbol no se ve, ni se ve en pantalla ni los protagonistas acuden a verlo, lo más cerca que se encuentran de un estadio es a varias decenas de metros, encerrados en un coche e intentando averiguar el resultado del partido por las reacciones y exclamaciones del público. El fútbol es el punto de conexión común, pero fuera del fútbol apenas si queda nada. En la relación entre Sergio y su padre hay un horizonte perdido, un horizonte quebrado por un divorcio que distanció físicamente, y quizás emocionalmente, a ambos. Una ruptura que, pese a quererlo, les impide hablar con confianza, ni tan siquiera saben qué decirse, es tal la distancia, tan amplio el abismo, que los diálogos son escasos. Hay tanto silencio en la película que hasta los recuerdos han de proyectarse desde viejas películas caseras de súper 8, recuerdos de viajes y de una boda en la que todo terminó mal, unas escenas de felicidad puntual del pasado que contrastan con el fracaso presente de una empresa de reparación eléctrica condenada a la quiebra, como la propia situación personal del padre. Anciano, solo, ausente, reprochándose esa relación perdida con un hijo que, ahora, se encuentra en una situación complicada con su propio hijo al divorciarse de su esposa.
Cuando más dudas te plantea lo que ves, cuando más convencido de que lo relatado puede ser más una composición ficticia que la real situación entre padre e hijo, llega la vida y te da un zarpazo. La angustia del personaje anciano, asediado por deudas, sabedor de que su situación económica es prácticamente irreversible, esperanzado en que esa aparición inesperada del hijo sea una señal de que todo puede revertir, llega la muerte a arreglar los problemas y poner punto y final al intento de comunicación. Inesperadamente, ajena al plan de rodaje, la realidad se cruza en la historia y fulmina a uno de los personajes. O futebol se transforma en la crónica del fin, de un vagar interminable por calles desérticas en una noche donde se celebra la final del mundial, una noche en que Sergio, como el personaje de Avanti popolo, también película brasileña, circula por calles estrechas y mal iluminadas, una ciudad alejada del mito turístico, unas calles de un barrio humilde por las que el director se mueve con el coche de su padre, un barrio que ni fue el suyo, un coche que, como el resto de pertenencias del padre, terminarán en un contenedor o abandonadas, objetos solitarios de un personaje solitario que murió acompañado.
Los personajes se refugian en el fútbol para mantener lazos del pasado, es una forma de mantener viva una historia colectiva, pero también una historia familiar o de amistad. Pero también la memoria enflaquece, los recuerdos del hijo no coinciden con los del padre, la distancia resulta insalvable y dolorosa porque es la constatación de un imposible reencuentro. Juntos, pero sin apenas mirarse, uno al lado del otro, uno detrás del otro, sentados en el interior de un vehículo filmados desde el asiento trasero, sin ver sus rostros, sus reacciones, vista fija al frente atentos a la circulación, uno por conducir y otro por sentirse inseguro con ese conductor, un conductor que no fue capaz de mantener un rumbo que les permitiera permanecer conectados. El fútbol se transforma en el pasado, mientras que el presente termina con una derrota abrupta en el interior de un hospital. Un mes en la vida de dos personas, tiempos muertos de silencios y rutinas, una excusa de ocupación para mantener cierta distancia con un hijo demasiado tiempo ausente, una vida llena de casi nada más que de cajones repletos de revistas de pasatiempos, un viaje de acercamiento que termina siendo una despedida, unas normas marcadas en un campo de fútbol que saltan por los aires cuando lo que se impone es la vida. Una película con la que te apetece volver una y otra vez al cine para respirar verdad.