Unas vacaciones de Hans Christian Andersen en casa de Dickens arruinaron su amistad
Por Alejandro Gamero (@alexsisifo)
En junio de 1847, Hans Christian Andersen, que se había hecho muy conocido por toda Europa y Norteamérica por sus cuentos para niños, visitó Inglaterra por primera vez. En una de tantas veladas en las que el escritor danés fue el invitado de honor de la condesa de Blessington, amiga íntima de Lord Byron, conoció a Charles Dickens. En aquel momento ambos autores eran ya dos pesos pesados de la literatura de la época victoriana. Dickens era ya una superestrella literaria y Andersen había hecho un glorioso debut. Cada uno conocía y admiraba el trabajo del otro: Andensen era devoto de la obra de Dickens desde la lectura de Oliver Twist y Dickens, por su parte, siete años más joven que Andersen, sentía admiración por cuentos como «La sirenita» o «El traje nuevo del emperador» ‒incluso hay quien ve influencia de Andersen en Cuento de Navidad‒. El caso es que congeniaron bien desde el primer momento.
A finales de julio Dickens hizo una visita de cortesía a la residencia donde se encontraba alojado Andersen para llevarle un obsequio: un paquete que contenía una docena de novelas suyas. Como Andersen no se encontraba en ese momento Dickens dejó el paquete junto con una nota, lo que dio lugar a una amistosa correspondencia que duraría una década. Después de diez años Dickens tuvo a bien invitar a Andersen de nuevo a Inglaterra, para pasar un par de semanas nada más y nada menos que en su casa. Pero esa idea, llena de buenas intenciones, fue el principio del fin de la amistad entre ambos escritores.
Poco se sabe de lo que ocurrió durante la estancia de Andersen en la casa de Dickens. Es probable que Andersen se quedara en Gad Hill Place, cerca de Rochester, una residencia que Dickens acababa de comprar y que estaba bastante aislada. El caso es que el escritor no sabía hablar inglés bien y aunque Dickens trató de ser un buen anfitrión acababa de escribir La pequeña Dorrit y estaba enfrascado con la producción de Profundidades heladas de Wilkie Collins, así que tenía demasiadas ocupaciones para estar permanentemente pendiente de su invitado. Parece que de entrada el aspecto de Andenden asustó a los hijos de Dickens y aunque el danés estaba acostumbrado a ser invitado de honor de gente pudiente no dominaba bien las maneras refinadas de una familia de la clase media de la época victoriana, así que puede ser que metiera la pata en más de una ocasión e incluso dejara en evidencia a Dickens. Además hay que añadir que el matrimonio Dickens no estaba pasando por su mejor momento, como demuestra el hecho de que se separaran al año siguiente.
Pues bien, ante esta incómoda situación, a la que Andersen permaneció ignorante, el escritor decidió alargar su estancia tres semanas más. Hay quien dice que Andersen pudo haber alargado su visita para asistir al estreno de Profundidades heladas, una obra con la que quizá fue excesivamente crítico. De cualquier modo, tan insoportable se hizo la visita que después de marcharse se dice que Dickens escribió en el espejo de la habitación del invitado: «Hans Andersen durmió en esta sala durante cinco semanas que a la familia nos parecieron siglos».
Tras su vuelta a Dinamarca Andersen trató de reanudar la correspondencia con Dickens pero este decidió interrumpir la relación epistolar y terminar con su amistad. Después de que Andersen mandara a Dickens una o dos cartas que nunca fueron contestadas ambos escritores perdieron el contacto. Otra posible explicación para este distanciamiento es que Andersen publicara en Alemania un relato sobre su estancia en casa de los Dickens sin el permiso de su anfitrión. No fue un detalle de buen gusto teniendo en cuenta que el relato apareció comentado por la prensa inglesa en 1858, cuando Dickens y su esposa ya se habían separado.
Así que, a pesar de que la popularidad de Andersen siguió creciendo por toda Europa, este nunca más volvió a visitar Inglaterra, lo que demuestra que es preferible conocer a los escritores a través de su obra y, para evitar cogerles manía, tratar de evitar su persona siempre que sea posible.