Mi querida España (2015), de Mercedes Moncada Rodríguez
Por Miguel Martín Maestro.
No conocía la existencia de esta directora, pero si imagino que sus anteriores obras se parecen en calidad a la que acabo de ver, ha ganado un admirador más. Colocarte frente a una pantalla, sin referencias, y pensar en lo difícil que es abrirte los ojos para recordar una realidad no tan lejana pero tan presente, implica que el producto ha conseguido su objetivo, y que quien así lo ha pensado y lo ha llevado a cabo merece ser seguido desde sus principios, ampliando la visión al resto de su obra. Un documental que deja un mal sabor de boca notable, un recorrido por nuestros últimos 30 años de la mano del trabajo de otra de esas personas singulares, ni mejores ni peores (para mí una delicia haber seguido tanto tiempo sus entrevistas), Jesús Quintero, el añorado “loco de la colina” de aquellas madrugadas en las que tras el fútbol había cosas importantes en la radio, ahora que casi ni antes ni después quedan restos de inteligencia en las ondas, volcadas en el entretenimiento y en la tertulia donde todo el mundo sabe de todo.
La película tiene varios hilos conductores que convergen en Jesús Quintero como espectador de los carnavales de Cádiz de 2015, pero esas coplas callejeras llenas de ingenio y de retrato irónico de la realidad del país se entremezclan con las entrevistas llevadas a cabo en sus diferentes programas por el ¿periodista? (no sabría definir a este perro verde de los medios de comunicación) sevillano. Unas y otras devuelven una imagen nada deforme del país, sino uniforme, la imagen de algo que apenas ha cambiado, que apenas se ha modernizado. De un país en el que los problemas de 1983 pasaron a 1993, de ahí a 2003 y ahora se mantienen. Jesús Quintero, vestido con levita, pañuelo y chistera podría ser el sombrerero loco de Alicia en el país de las maravillas, nos falta el gato de Cheshire, pero nos sobran conejos. Perseguir al conejo no es difícil en este país donde las piezas de caza mayor no se han prodigado a la hora de rendir cuentas de sus desmanes e impudicias. Conejos somos la inmensa mayoría de nosotros, clases bajas teñidas por un barniz de equivocada clase media para disfrute y regocijo de la verdadera clase dominante. Porque en este país sólo hay dos clases, la que manda y la que obedece, no le demos más vueltas, y la clase media se creó para que nos creyéramos más de lo que realmente somos y estuviéramos dispuestos a enfrentarnos nosotros mismos a los más desesperados creyendo que los más pobres quitarían beneficios y ventajas a los “media”, cuando es el poder real, el de los ricos, el que se divierte enfrentándonos a unos con otros mientras se dedica a aumentar sus fortunas.
Que el documental se inicie y termine con las imágenes de una cacería es uno más de los logros de la película. Ese mundo ajeno al planeta en el que vive, que se divierte matando por el simple hecho de matar, que con ese tipo de espectáculos denigrantes marca una pretendida diferencia social, es el retrato de un país, los que cazan, los que comen, los que ayudan a los cazadores y las piezas. Al final de ese día de montería los cadáveres de los ciervos se extienden durante metros, no es difícil adivinar cerca de un centenar de piezas cuyas cabezas adornarán salones de muchos de los ejemplares que han ido desgranando frases a lo largo de la película. Esas cabezas son las nuestras, aunque los cuernos los deberían llevar otros, al menos los cuernos diabólicos del verdadero poder de este país, los que antes se llamaban poderes fácticos y que nunca han desaparecido. Si pensamos que las cacerías eran sinónimo de la dictadura nos hemos equivocado, las cacerías siguen siendo el lugar donde se pactan los negocios, donde el poder político recibe las lisonjas y “engrases” necesarios para dejarse convencer.
Por la pantalla circulan políticos como Guerra, Suárez, Carrillo, González, Aznar… y uno se da cuenta de cuántas mentiras, de cuántas medias verdades, de cuánto engaño, periodistas que hace tiempo que se olvidaron de lo que es el servicio público que ha de prestar una prensa libre, como Cebrián, más preocupado de no molestar al poder que de informar al (cada vez menos crédulo) lector, terroristas, asesinos, cantantes, diplomáticos, nobles de verdad y nobles de pacotilla, famosetes, corruptos de todo tipo y condición, algún militar… Y da lo mismo que lo dicho lo fuera en 1993 que en 1983, todo suena tan reciente, todo suena tan olvidado, cómo se rescató a la banca con el primer gobierno de González para terminar llegando al mismo punto de partida en 2014 pero multiplicado por varios ceros más, cómo las cúpulas de BSCH y BBVA estuvieron a punto de ser condenadas por engañar a sus clientes y salieron indemnes entonces, y ahora repetimos la escena con decenas de cargos de bancos y cajas acusados de saquear las contabilidades dejando pequeños a los corsarios ingleses, cómo salieron indemnes los golpistas del 23F y se pudrieron en cárceles muchos meses jóvenes que se declararon insumisos. ¿Puede uno ser millonario siendo honrado? Es que el término honrado es equívoco, responde un ampuloso Jesús Gil, otro ejemplo de lo que este país es capaz de dar y ser admirado por la masa, como Mario Conde. Un país donde la religión no gobierna, pero manda, donde los bancos hacen lo que quieren y si no hacen más es porque no les da la gana. Y en el bosque perviven, asustados y huidizos millones de animales de dos patas que se conforman con que la pieza a abatir sea la de al lado y no ellos mismos. Un país cateto y miserable lleno de inmundicia desde el primero al último de los escalones. El 23F, el 11M, la Transición, los perros que cambiaron el collar pero siguieron mordiendo (cómo se agradecería a algún periodista de ahora que rechazara algún regalo de sus entrevistados por considerarlo ofensivo como hace Quintero a Covisa, el comisario franquista que morirá plácidamente en su cama). ¡Cómo se agradecerían voces libres y sin mordazas en los medios mayoritarios de comunicación!
Cuántas mentiras con nombre cambiado, la OTAN, el “borboneo” del 23F, la insumisión, la invasión de Irak, Aznar hablando de libertad de prensa en 1993, los efectos de las drogas, el paro, el racismo, el nacionalcatolicismo que no cesa, la apología de la dictadura sin cortapisas, el machismo y el sexismo, la desigualdad, el duque de Alba y el sindicato de obreros del campo, la privatización masiva de los servicios públicos vendida como un logro milagroso por Piqué y Rato, milagroso para los centenares de poderosos que se habrán enriquecido a mansalva a costa de millones de crédulos e inactivos ciudadanos, dispuestos a dejarse engañar comprando acciones de lo que se llamó capitalismo popular, la connivencia entre directivos de prensa y políticos, veraneos en comandita, ausencia de crítica, beneplácito empresarial, lecciones de patriotismo barato en boca de infames dirigentes que no piensan más que en la inminencia de elecciones.
En un país como éste hay tantas cosas que no funcionan que no hay razones para sentirse orgulloso. Las banderas sólo ondean en mítines y en partidos de fútbol, es decir, fuera de lugar semana tras semana, no me extraña que haya gente que quiera desligarse, motivos no faltan, sobre todo para hacerse apátrida. Probablemente haya países mucho peores donde te maten por abrir la boca, pero quiero pensar que queda alguno más libre, menos obscenamente vendido al poder absoluto de un puñado de desalmados que se visten con la Constitución todas las mañanas, un país en el que se roba sin límite para que paguen los demás, un país donde el espíritu de Berlanga va a terminar corporeizándose de tanto ser invocado a diario. Una escopeta nacional que siempre sabe dónde disparar y por dónde recortar. Pero cuando llegue 2025 habremos vuelto a vivir otro periodo de expansión ficticia y otra verdadera crisis, y entonces no nos acordaremos de lo que pasó en 2010, en 1990, en 1983… incluso cuando llegue el día de las elecciones seguiremos confiando en el lobo para que cuide del rebaño, así, cuando llegue la cacería será más fácil apuntar sin que las piezas se dispersen demasiado, habremos olvidado mentiras, corrupción, sobornos, sobresueldos, dinero negro, obras ilegales, contratos de mierda para licenciados que viven vendiendo ropa o reponiendo género en un supermercado, presidentes que no saben hablar y jóvenes que, con dos carreras y dos idiomas sirven platos en Londres o Munich, un país fracasado como proyecto, más que país, cortijo.
Un estupendo documental a base de extractor oportuno del trabajo de otro, pero engarzado con imágenes propias que hacen actualizar el pasado y trasladarlo al presente. No me digan que fue un sueño porque aquí siguen campando por sus respetos todo tipo de monstruos, porque no se salva nadie, desde el rey hacia abajo, ninguno. Estreno en la plataforma digital Filmin, sigan a Jesús Quintero por las calles de Sevilla y recuerden cuando éramos más jóvenes y más entusiastas, todavía nos quedaba algo de utopía.