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Juana Vázquez Marín: «Lo único que hay son las pequeñas cosas de cada día, pues el tiempo avanza rápido y te deprime»

El Incendio de las horas

Juana Vázquez Marin 

Huerga y Fierro editores

Por Telmo Avalle @telmoavalle

El-incendio-de-las-horas_Portada_minPara Juana Vázquez Marín el trance ocurrió tan precipitadamente que no tuvo tiempo de rehuirlo. Se refiere a él como la evidencia endémica de que el tiempo es en realidad una quincalla, o por lo menos el momento más inmediato. En su caso, aquella revelación llegó cumplida la cincuentena, cuando uno deja de ser sueño y empieza a ser memoria. Así que ya no tiene un horizonte ilusionante al que dirigirse, dice tenaz aunque con algo de resignación. Garante de las letras, asegura que entre sus escasas ilusiones permanece la poesía, cuando durante décadas también ha sido escritora, periodista, filóloga, ensayista y profesora. En su último poemario, El incendio de las horas (Huerga y Fierro, 2015) ahonda en ese proceso de nostalgia mediante la contemplación de las escenas cotidianas.

En El incendio de las horas afronta una crisis personal contra el tiempo en la que el poemario  parece conformarse.

Es cierto. No hay realmente un «Deus ex machina» para salir de esta melancolía y tristeza  que a veces es abatimiento, sobre todo por el paso del tiempo tan raudo, tan sin darte cuenta. Sabes que no puedes hacer nada contra él y que cada vez vas a tener menos  proyectos que te motiven a tope, menos ilusión… Y por supuesto el poemario es el motivo de una crisis que llevo arrastrando desde hace ya unos años. La verdad es que me apetecía echar fuera los demonios personales que todos tenemos dentro, y como puedes ver el libro es bastante crudo; con un punto canalla que también es verdad que lo tengo, aunque no siempre me sale. Yo creo que tiene su razón de ser en matar la melancolía que llevo dentro.

La resignación.

No puedes hacer nada salvo intentar buscar una chispa de vida en las pequeñas cosas. No hay más. Una vez que pasas la cincuentena ya no es lo mismo. Además, yo he sido una persona de muchos proyectos. Empecé a escribir desde muy pequeña. A los doce años el poeta Jesús Delgado Valhondo leyó mis escritos y me dijo que debía seguir adelante con la poesía. Decidí estudiar filología, que fue por lo que empecé a dar clases; luego seguí con el periodismo, escribiendo en medios de comunicación. Además estuve en la universidad, los últimos años, después en el CSI… En fin, hasta ahora, he escrito siete poemarios, dos novelas y una media docena de  ensayos del siglo XVIII, del que soy especialista. Pero ya no es como antes. El incendio de las horas  es para mí la consecuencia de toda una vida de apretadísima lucha, de dar un paso más, de tener un puesto  más prestigioso  en el mundo de la educación, de las letras…Quizá también todo ese hacer, hacer…, es por mi ansiedad, ya que soy una persona, que apenas puede parar quieta. JuanaVAzquez_copy-Carlos-Sanchez

¿Es una revelación descubrir que el tiempo no es oro sino una quincalla?

Exacto. El tiempo no es oro y todas las cosas a las que crees que vas a llegar, con el tiempo no te sirven de nada, porque con los años  lo que llega  casi siempre es el tedio, la melancolía, la vejez… A mí ya no me importa  mucho ser una  escritora, periodista, filóloga o catedrática. Aunque no fuera nada de eso hubiera sido lo mismo que ahora, tiempo acumulado, pues ya digo una vez pasada la cincuentena aunque tengo proyectos   ya no me motivan tanto como antes. Solo escribir poesía es mi razón de vivir, sin ella no tendría una fuerte ilusión  para levantarme todos los días de la cama. Y claro también está mi familia: mi marido, mis hijos… y muchos días en los que la vida se abre a mí como una flor, pero son los menos, no es como antes, o yo, al menos no lo veo como antes. A veces digo que se me estropeó el visor de la vida.

Pero para ese desengaño antes tuvo que haber una ilusión. Se ve en algunos poemas del libro,

Sí, yo he disfrutado mucho estudiando, investigando, leyendo y sobre todo escribiendo. Tenía ganas de que llegara la mañana para seguir en mis tareas, todas ellas relacionadas con la palabra. Lo pasaba muy, muy bien. En la actualidad mi disfrute se ciñe a las pequeñas cosas. Me  ilusiona la tostada que salta por la mañana del tostador o el olor del chocolate, estar en los bares con los amigos, tomar un café, una copa, fumarme unos cigarrillos, viajar, ver una puesta de sol, comprarme ropa, leer, recitar. Y sobre todo escribir poesía. Pero la persona que ha luchado a contrarreloj por obtener el llamémosle «título» en cualquier aspecto, creyendo que terminaría feliz, de pronto se da cuenta de que todo eso es vanidad de vanidades, y que lo único que hay son las pequeñas cosas de cada día, pues el tiempo avanza rápido y te deprime, o quizá es que soy depresiva -y aunque nadie me cree cuando lo digo- es así, sobre todo ahora  cuando pasaron las ilusiones  y grandes retos de hacer más y más currículum. ¿Hoy ya para qué?, no aspiro a ningún cargo.  Aunque por supuesto, sigo siendo escritora, y me ilusione con mis libros, eso forma parte de mí.

Llega a plantear como solución el abandono del tiempo.

¿Cómo abandonarlo, cómo vestirlo? Hay un poema que habla de la muerta que llevo dentro, a la que pinto y visto, y le pongo tacones y la llevo a los bares a beberse unas copas… (risas). También en otro digo que  hay momentos en mi vida en que saco mi punto canalla a tope, y me divierto bailando, cantando, bebiendo, fumando. Se trata de buscar un aliciente que he tenido toda la vida, pues he sido una hiperactiva a tope de lo que todavía me queda algo ,pero no es igual.  Y claro  como todos he tenido mis amores, mis  sueños, mi  punto de coqueta -del que no quiero abdicar-. Pero no he puesto en ellos tanto empeño como en las letras, en buscar el conocimiento, la perfección de mis escritos, etc. Y eso ahora con el tiempo es lo que me ha abandonado en muchos aspectos. La ilusión de ponerme a escribir a tope, me he vuelto vaga,  caprichosa del momento y  de no tener prisa ni ansiedad por terminar algo; dejar hacer al tiempo, abandonarlo, depreciarlo. Ya lo haré, no es cuestión de vida o muerte como antes.

¿Ha llegado a encontrarse con Juana Vázquez?

La Juana de hace más de diez años todavía tenía los proyectos periodísticos; y todavía  estaba por llegar la etapa de ‘El País’, donde comencé a publicar hace unos siete años. Pero cuando escribes cada cuatro o cinco meses como pasa  con mis artículos en El País, no te ilusiona tanto. No he encontrado estos años ningún proyecto por el cual yo vivir o pelearme, y al final he caído en una crisis existencial. Sí, y a veces me confundo con tantas Juanas, busco esa veta en la que poder encontrarme pero no sé qué Juana Vázquez soy: si la niña poeta melancólica, la luchadora del título, la mujer de hoy o una mujer que el único reto que tiene es la poesía.

Bueno, quedan los vestigios.

Pues la verdad es que quedan muchos, no puede ser de otra manera. Cuarenta años luchando no desaparecen de pronto. Imposible. Pero la verdad es que no  me sirven para nada, no son motivo de alegría o ilusión en la actualidad. Y lo que pasa es que he tocado tantas teclas hasta hace unos cinco años que por eso a veces no hay algo  en lo que me reconozca y sienta  en mi los posos de eso alimentando mis horas. Quizá sea mejor así. La Juana Vázquez de los grandes proyecto ha muerto. Ahora toca resignarse a seguir escribiendo, sin esperar ningún premio del otro mundo, que tampoco es algo que me obsesione porque son vanidades y pasan sin dejar huella. Sí me lo dan, bien, claro, pero jamás me presenté a ninguno, ni es cosa que a mi me haya atraído ni me atraiga. Es que  nunca he creído que un premio sea algo que va con la calidad del libro. Todo está amañado y lo ha estado siempre. Y en fin ahí está mi obra, pero callada, no la tengo presente y si alguien me habla de ella, pues bien, pero no por ello lleno mi vacío de ahora.

¿Guarda nostalgia de esos años?

Si digo que no mentiría, pero decir que quiero volver a pasar por todo eso, tampoco. No tenía tiempo para mi vida privada. Estaba tan enfrascada y feliz en sacar lo que yo quería: que si el doctorado, que si la oposición a cátedra, que si la especialidad en periodismo… Con el que disfruté mucho, pues escribí de cultura en todos los periódicos nacionales… y lo que más me ilusionó fue empezar a hacer entrevistas, primero en El Hoy de Extremadura y luego  en Cuadernos del Sur-donde todavía sigo- pero esa alegría  de charlar con Gabriel García Márquez, Francisco Umbral, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Soledad Puértolas, Savater, Landero, Vicent, Antonio Muñoz Molina… Ya es algo que hago por oficio, claro está con los vivos (risa). Ya digo, cuando yo empecé, fue ilusionante y me llenó de energía positiva, pero una se va desmotivando de todas esas vanaglorias, que son evanescentes.

Y eso es mi poemario El Incendio de las horas, un poemario a consecuencia de una crisis en la que quiero echarlo todo fuera, porque la Juana que se quiere comer el mundo es en realidad una Juana melancólica impregnada del absurdo de la vida.

Pero poeta.

Si ahora mismo me preguntan qué soy yo diría que poeta. Es donde más me reconozco. Más que profesora, que fue un sustento, porque con la poesía no se come. Periodista también me gusta, pero no deja de ser un oficio al igual que investigadora. Poeta es una condición innata; se nace con ella, yo así lo creo. Y cuando escribo, la mayoría de las veces no lo hago por decir cosas, sino por enterarme de ellas a través del poema.

¿Entonces no basta la poesía?

No basta siempre, por dos cosas: primero porque  a mí me sale de las entrañas, y es muy difícil estar continuamente en esta situación de trance y no dudar de aquello que aflora de adentro para afuera. Vives al filo de una navaja: poema excelente o una liberación del mundo interior sin valor literario. Nunca sabes y eso te desmorona. Luego ser poeta es para mí, como ya he dicho antes, una condición que se nace con ella, y que determina una manera de ser, de ver y estar en el mundo que quizás es más triste que quienes no son poetas. Ya digo es algo innato, como nacer con los ojos negros, ser alto o delgado. Es una condición de ver la vida de una forma que,  en mi opinión, es muy complicada y melancólica.

¿Cómo quema un poeta las horas?

Trato de quemar pocas horas con la poesía, solo en las que ésta te llama. La poesía te obliga a parir en el momento que fluye. Quema tan fuerte que en ocasiones tienes que irte a otros derroteros: hacer un cuento, un artículo, entrevista…. No se puede estar mucho tiempo con ella aunque te salga de dentro, porque es muy fuerte y te saca de este mundo a otros imaginarios de los que al final te das un buen golpes al caer. Hay veces en que veo que un poema se está terminando,  y se me va la» poesía» sin avisar, entonces pongo voluntad ,me esfuerzo y lo termino, y cuando vuelvo a él al día siguiente lo borro todo, el poema  ha caído en lo racional y de oficio. Lo que se añade sin ganas, lo que se escribe en frio, no es poesía. Por lo menos esa es mi opinión.

¿El poeta debe ser de oficio?

Yo creo que tiene que ser  de natura, innato como ya te he dicho antes, pero también debe tener oficio. Una persona a la que le salen del alma una serie de evocaciones, matices e ideas pero no tiene conocimiento de la poesía, del oficio; no conoce a los clásicos, ni  ha leído lo bastante para saber lo que ya está dicho y manoseado, o ha leido poco y le sale un poema a lo Machado a lo Becquer, etc. no es poeta, pues el poeta tiene que tener una voz propia y a eso se llega si has leído mucho y conoces el , vamos a llamar a la forma oficio. Si no son poetas frustrados, escribidores de versos, que pueden ser «bonitos» pero no  es poesía.

Entonces ¿hay que leer poesía?

Bueno, uno tiene que conocer lo que  ha ido configurando los poemas a través del tiempo. García Lorca decía que  era poeta por la gracia de Dios y del oficio. Una sola cosa no basta, pero desde luego se puede decir que el oficio se aprende,  lo que no se aprende es a ser poeta. Como mucho a escribir versos dignos, pero nunca serán poesía, nunca tendrán esa fuerza telúrica que emana de un poema que viene  «del otro lado». Y que parece que te lo dictan . A mi me pasó con mi poemario  Gramática de luna, yo apenas sabía lo que escribía, y en una semana hice más de cien poemas, luego, por supuesto lo dejé reposar en el ordenador más de un año y lo leí sin acordarme nada de él, y la verdad es que modifiqué poco.

El Incendio de las horas, ¿también te ha salido así, en trance, como tú dices?

Pues sí también pero no como Gramática de luna, pues en este poemario está más presente mi yo racional. Pasaba una crisis existencial, y en una situación de  desencantado llegué a la conclusión de  que lo único que quería  era  echar fuera todos  los fantasmas de mi vida  actual, no callarme nada,  no tener pudor de desnudarme, ni con la  edad ni con la abulia, la pereza, ni con el desaliento, ni con las  pastillas, ni con los  cigarros,  ni con mi whisky crepuscular, etc. Lo necesitaba, lo estaba pasando muy mal, me veía en otro estadio de mi vida, no tenía  apenas  interés por nada. Veía como el tiempo se me escapaba y que todo lo que había logrado,  que era mucho, según mi psicoanalista, no me valía de  motivación para compensar mi vacío. Tenía que hacerlo, por eso es un libro crudo un libro de vómito  existencial., que ahora que ya está escrito creo que me he desnudado demasiado, pero me lo pedía todo mi yo.

¿Y ahora qué?
 

Pues  ahora estoy con otro poemario para el que tengo ya 45 poemas y he parado porque me salían a borbotones. Luego es cierto que los libros se dejan descansar un año o más, además la poesía, como te he dicho cansa, porque vives en un estado muy profundo muy fuerte y te quema. También estoy con una novela a la que estoy cortando los flecos, que son infinitos; Al mismo tiempo estoy empezando  un libro de cuentos y sigo trabajando en un ensayo histórico que me obliga a acudir cada mañana a la Biblioteca Nacional. Un ensayo que se centra en lo que aportó la Ilustración a España, que yo creo que fue la modernidad  de la que disfrutamos ahora, pues desaparecieron muchos tabúes  con los ilustrados.

Salga lo que salga y como escribió Benedetti: «¡No te salves!»

No, no me salvo. Seguiré, porque sin escribir no se puede vivir. Y todavía hay días que están por estrenar, haga sol o llueva.  Además  mi vena un poco, loca, un poco bohemia, un poco canalla y un mucho melancólica no ha desaparecido.

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