Yo no soy nadie: Una noche que es todas las noches
Por @oscar_mora_
Hay una noche que es todas las noches, y al mismo tiempo ninguna, y contiene el tiempo y el tiempo no transcurre en esa noche. He tratado de decirlo de manera sintética, pero no tengo el talento de Borges para resumir lo que es Las 1001 noches. Aunque haya musulmanes tratando de llevarnos a la peor parte de la Edad Media, yo cuando pienso en ellos me viene a la cabeza ese libro con Djinns, marinos que no quieren regresar al hogar, príncipes tristes en palacios de arena, animales parlantes y huríes de saliva tan dulce que si una sola gota cayera sobre el mar endulzaría de golpe todos los océanos. Fue una pequeña decepción descubrir el poco predicamento y valor que Las mil y una noches tienen en el mundo árabe, donde se considera que son fábulas sin valor. Aquí nos han llegado pasadas por el tamiz de la fascinación que en Europa se sintió por todo lo oriental en el siglo XIX. Con un sesgo romántico y soñador, se trata de una colección de cuentos crueles, en los que abunda el adulterio, la blasfemia y el asesinato, es decir: algunos de los temas realmente divertidos. Como todo relato que recoge y resume una tradición, hay un autor apócrifo detrás y muy poca cohesión entre los textos. Todo lo de Scheherezadem contándole cuentos al sultán ni siquiera formaba parte del relato original, sino que es un añadido posterior. Si hay que bombardear Siria, sería mejor lanzarles ejemplares del libro, para que pudiesen leer con sus propios ojos como ya en el siglo IX toda la zona de Persia era un lugar moderno, que sus habitantes dominaban el arte de la narración, conocían las compuertas oscuras del alma y eran capaces de la sátira y la ironía sin dejar de nombrar al profeta cada cuatro páginas.
Lo bueno del texto es que está inconcluso. No son mil y un relatos, sino que ese número es una metáfora de la infinitud, así que podríamos estar añadiendo cuentos sin cesar. El último que podríamos poner está en el divertido Animales que no se pueden acariciar, de Javier Quevedo, un libro de cuentos que incluye uno donde una princesa china intocable se las ingenia para acostarse cada noche con un miembro de su guardia, al que se ejecuta al día siguiente por cometer el nefando pecado de haber tocado a la heredera. El reverso de la historia original.
Sin salirme de los persas, el personaje que reivindico es el de Nasrudín (también escrito Nasreddín). Es una especia de mezcla entre Gómez de la Serna y los chistes de Jaimito, y ha tenido la mala fortuna de caer en manos de hechicero modernos de lo espiritual –prefiero no dar los nombres-, que han convertido sus divertidas historias en carne de libros de autoayuda. Pertenece a la tradición sufí, y he escuchado historias de este personaje, si la memoria no me falla, a marroquís, palestinos e iraníes. En ellas, a veces es un sabio, un bribón, un pedigüeño, o un bobo. Lo que tienen en común es la sátira, el humor y la humanidad, así que cuando bombardeemos con ejemplares de Las mil y una noches, habría que anexarles los cuentos de Nasrudín, pero sobre todo nos harían falta a nosotros, para que, a través de su literatura ancestral, descubriéramos realmente quiénes son esas gentes del otro lado del Éufrates y que es lo que intentan decirnos en su complicada lengua.