Raúl del Pozo: «De las urnas del 20-D puede salir un cocodrilo»
Por Luis Reguero (@quijotesancho78)
El columnista Raúl Del Pozo ha creído siempre que la noticia estaba en el bar. O en los cafés donde se refugiaban en España «la inteligencia y la libertad para hablar, conspirar, para orinar y para recitar». Para Del Pozo el oficio de periodista no se aprende en la universidad sino en las esquinas, en los aeropuertos, en las trincheras y en los garitos. En el ruido de la calle.
Recuerda su infancia como una película de John Ford. Los perros con pinchos ladrando a diez grado bajo cero. El ganado moviéndose entre nubes de polvo por la vereda de la Mesta. Los maquis que le regalaban latas de sardinas. La caminata con su hermano Jesús hacia la escuela. Conoció a González Ruano en el Café Colón de Cuenca. Desde entonces lo imitó «hasta en la manera de escupir». Entrevistó a Ava Gardner. Habló un momento con Sartre mientras esperaba el ascensor en un hotel de Madrid y luego lo siguió embobado hasta el restaurante. Estuvo en Cabo Kennedy y vio a los astronautas salir hacia la luna. Ha sido corresponsal en Buenos Aires, Moscú, Londres, Lisboa y Roma. Ha escrito novelas. Crónicas parlamentarias desde el foso de los leones. Ha asistido a la transformación total del periodismo desde aquellas redacciones con aliento a ginebra hasta las de hoy, con olor a café y pitido de Whatsapp. Ha conseguido los premios Mariano de Cavia, el Cuco Cerecedo, el González Ruano, el Jaime de Foxá y ahora el Manuel Alcántara por toda su trayectoria profesional, un galardón que recibirá hoy 10 de noviembre en el Rectorado de la Universidad de Málaga.
«Este premio, que ha tenido un jurado de categoría, me ha llegado después de mucho tiempo y en unos momentos difíciles para la profesión», dice Del Pozo (La Torre, Mariana, 1936) durante esta entrevista, que se celebró hace unas semanas en el Hotel Villa Magna de Madrid. Para el autor de A bambi no le gustan los miércoles, Manuel Alcántara ha utilizado la columna «para ilustrar, para fascinar, para informar, para hacer a la gente mejor. Es un hombre lleno de talento, de humildad y de solidaridad humana», al tiempo que añade: «Tener tantos años una columna en un periódico sólo lo puede conseguir un genio y, encima, lo ha hecho sin desplancharse el pantalón. Además con ella ha hecho el bien. No la ha empleado para herir, machacar o pegar pedradas en los ojos».
Tras la muerte de Francisco Umbral, en el verano de 2007, Del Pozo pasó a ocupar, de lunes a viernes, su columna en la contraportada de El Mundo, a la que titularía El ruido de la calle. «Umbral fue quien inventó el lenguaje de nuestra generación. El que le dio literatura a la transición. El que en cierta manera inventó la movida. El que elevó el castellano a una altura sólo comparable con Valle-Inclán o con el barroco».
Según Del Pozo, el columnismo no está resuelto todavía en el mundo digital, «donde los columnistas son hoy actores de segunda, no son protagonistas como ocurre en el papel que agoniza», a la vez que piensa que España está asistiendo a una Edad de Oro de la columna. «Hay cuatro o cinco columnistas muy buenos de los que no diré sus nombres para no herir a los demás. Arturo Pérez Reverte nos congrega a ellos y a mí. Quedamos para hablar de nuestras cosas».
En cuarenta días habrá Elecciones Generales en España (20-D), unos comicios que se presentan inciertos como consecuencia de los nuevos elementos políticos que han entrado en juego. «De las urnas puede salir un cocodrilo. Son unas elecciones intempestivas y turbulentas. Está la incógnita de Ciudadanos y Podemos. O si el PP, un partido con una fuerte implantación en Europa y una hegemonía excepcional, puede perder las elecciones. Todo está en el aire, no en la rodilla de los Dioses sino en la mano de los electores, aunque no sabemos qué».
Esquilar a un león
En La Rana Mágica, libro que publicó en 2006, Del Pozo escribe que ya Platón había descubierto que la corrupción estaba cerca del poder y que encontrar a servidores honestos era más difícil que esquilar a un león. Sobre los asuntos de corrupción que se han vivido en España durante los últimos años, el columnista de El Mundo señala: «La corrupción de Puyol, de Bárcenas, de Rato y de los ERE de Andalucía no tienen precedentes en la moderna Europa. Hemos dejado como aficionados a los mafiosos. Mientras nosotros estábamos haciendo nuestras vidas nos estaban robando con sacos. No he visto jamás tal desfachatez. Resulta que la mayoría de los padres de la patria eran unos ladrones. Hubo corrupción muy fuerte en Italia pero la española ha sido extrema».
Del Pozo ha escrito de todo y de todos. Memorables son aquellos Desnudos que escribía en plena canígula de agosto, cuando se iba de vacaciones Umbral. Allí quedaron los perfiles de Rodríguez Zapatero, «un funámbulo que está bailando sobre un precipicio»; de Gallardón, «aficionado al paracaidismo y eso cuadra mal con su espíritu perverso»; de Sabina, «el trovador no doblado, bohemio e irónico, andaluz exagerado que cuando no exagera miente»; o Del Bosque, «un hombre de la casa, ogro bueno, bigotudo, sargento en misiones de general».
Antes de pederse entre la lluvia fina que cae sobre el otoño de la Castellana, Raúl del Pozo termina recordando de nuevo a Alcántara: «Quiero seguir emulándole, seguir la estela de este extraordinario ser humano que continúa todos los días tomándose su gin tonic y mirando al mar de los dioses de reojo».