Ni lugar donde ir
Ni lugar a donde ir
Antonio M. Figueras
El sastre de Apollinaire
80 páginas
Por Rubén Romero Sánchez
Antonio M. Figueras elabora un hermosos libro a través del viaje, odiseico a veces, a través de los trenes como metáfora de lo que somos (“…los únicos / que tienen destino”) y lo que estamos condenados a ser (“…las vías se torcieron para siempre”).
No hay destino escrito en las palmas de nuestras manos, somos artífices de nuestro propio devenir.
Se dice por ahí
que todos los hombres
deben morir.
Quién sabe.
Tal vez no
Figueras propone un tono a medio camino entre lo irónico desengañado y lo sentencioso que se va transformando en una asunción de la propia derrota, de la pérdida, a medida que el viaje avanza: “La tristeza / durará más que el Sol”. Se acompaña de los grandes de la literatura, los grandes de la música popular, las grandes películas del cine: compendio, el poemario, de toda una vida, una forma de ser, una actitud ante lo cotidiano y lo insalvable:
Ahora veo desnuda esta habitación
y la historia de sus piedras
me recuerda que estoy condenado.
El viaje abarca todo lo conocido, cartografía el anhelo, la búsqueda, el universo entero: “pero yo no tengo más que un cuerpo / insomne / que cruzó los siglos / para plantarse ante ti”, abogando el poeta por trazar cada uno nuestro propio camino y ser fiel a nosotros mismos, a pesar de que, como escribía Gil de Biedma, compañero de viaje, la verdad asome, “Y todo seguirá / siendo impostura”.
Libro más profundo de lo que intenta aparentar, temeroso de la dureza de su mensaje, Ni lugar adonde ir se adentra en los territorios que pueblan nuestra soledad, que nos conforman a través del cauce manriqueano del que somos prisioneros (“Todo es mentira / salvo este mar”), y nos advierte de que siempre llega el tiempo del arrepentimiento, si no hemos arrancado de la vida, hombres derrotados de antemano, todo lo que no es muerte, presagio incierto:
comprenderé
por fin
que todo lo que destruí
era hermoso.