Por Jaime Fa de Lucas.

marte the martianMe dejé llevar por las buenas críticas, las notas positivas que vi en algunos medios y las recomendaciones de algunos amigos. Todo esto sumado a “la fiesta del cine” me hicieron caer en la trampa. Nunca más. Resumen de la película: tras una tormenta, un astronauta (Matt Damon) se queda solo en Marte. A partir de ahí mostrará todas sus habilidades para la supervivencia así como los planes de la NASA para rescatarlo. Mi única sugerencia, antes de entrar a machete en los próximos párrafos, es que no vayáis a verla.

Aviso de spoiler, aunque tampoco os perdéis gran cosa. Ya desde el principio la película no tiene sentido: los astronautas están por la superficie de Marte recogiendo piedras y se acerca una tormenta mortífera. Los que están dentro de una nave, que no se sabe por qué está preparada para despegar, les avisan del peligro y los astronautas se meten dentro de la nave. Una vez allí, la comandante decide que tienen que volver a salir a la intemperie, pero tampoco se sabe para qué y más teniendo en cuenta lo peligroso de la situación. Total que salen, la tormenta se lleva a Matt Damon por delante y entonces vuelven a la nave y despegan sin él. ¿Para qué salieron la segunda vez? Evidentemente, para dar sentido al guión. Por otra parte, digo yo que si estás en una misión en Marte, lo lógico es que vuelvas al campamento base y no a una nave lista para despegar.

El chiste continúa. Desde la nave detectan que Matt ha muerto porque el traje ha sido perforado, no obstante, después observamos cómo Matt sobrevive gracias a que el metal clavado en el traje no dejaba traspasar la atmósfera de Marte e impedía la pérdida de oxígeno. Vale, nos lo creemos. Tras despertarse, se dirige al campamento base –ahora sí– para curarse. Después de curarse, lo normal sería contactar con la Tierra, pero ay amigo, no hay conexión por satélite. Y no sólo eso, sino que la NASA, la institución más científica del planeta, antes de asegurarse al 100% de que el astronauta ha muerto, se apresura a dar ruedas de prensa diciendo que ha muerto. Pero… ¡sorpresa!, al mes miran por satélite y ven que hay cosas moviéndose en Marte. Claro, en un mes, ni al astronauta se le ha ocurrido poner mensajes en la arena para que supieran que está vivo, ni a la NASA mirar por satélite. Olé esa inteligencia norteamericana.

Otro de los chistes es que la nave que ha despegado sí puede comunicarse con la Tierra en pleno viaje, pero él desde Marte no. No es creíble. Tranquilos que Matt se las arregla y en sus ansias de comunicación encontrará una nave de 1996 con la que hará el paripé con unos arcos y el código ASCII y podrá contactar con la Tierra, no sin dejar de mostrar su magnánima inteligencia al espectador. Más adelante, para resumir el proceso comunicativo –exigencias del guión–, enchufará esta máquina a uno de los vehículos del campamento y dispondrá de un chat. Así, según la película, en el siglo XXI no hay tecnología para poder comunicarse con la Tierra desde Marte, pero una máquina de 1996 sí la tiene. Yeah. Por si esto fuera poco, hay cámaras en las que Matt va relatando, como si de un diario se tratara, lo que va haciendo. Si no hay posibilidades de comunicarse con la Tierra, ¿para qué hay cámaras? Evidentemente, estas cámaras sirven para que Matt explique a los espectadores sus vicisitudes, al mismo tiempo que genera un relato en primera persona que facilita la empatía y la conexión con el protagonista por parte del espectador. Barato barato.

marte martianEl gran chiste es que el tipo, casualmente, no tiene comida pero es botánico. Entonces se marca un huerto de patatas en pleno campamento y se queda tan ancho. Sin tener ni idea de botánica, ni entrar en pesquisas científicas, no me parece del todo creíble. Matt descompone una sustancia para separar el hidrógeno y el oxígeno y formar agua. Y surge la pregunta: ¿de dónde saca el agua para beber? Se queda en el aire, como tantas cosas. Más adelante, en un intento por cerrar la puerta que lleva al huerto, ésta se cierra mal y el compartimento explota. Porque así se diseña en la NASA, lo que no cierra bien, explota –llámenme ignorante, pero no lo entiendo–.

Lo mejor está por venir. Puesto que las posibilidades alimentarias de Matt se han volatilizado gracias a esa puerta mal cerrada, la NASA se ve en la obligación de rescatarlo urgentemente y tiene que acudir a los chinos para que les ayuden –también visto en Gravity–, pues necesitan otro cohete –ya que el suyo reventó– para llevar la comida a Matt. No obstante, un estudiante de astrodinámica que pasaba por allí desarrolla unos cálculos que permiten a la nave que despegó de Marte volver a por él. De esta manera, la NASA tiene dos planes: enviar comida a Matt para que aguante más tiempo o mandar a la nave otra vez de vuelta para rescatarlo. El jefazo se decanta por la primera, pero alguien filtra la información a la nave, y como los tripulantes son sus amiguetes, deciden saltarse todo protocolo científico y de seguridad e ir a por él –esta opción no deja claro por qué necesitan el cohete chino, ni se espera explicación–.

Para poder ser rescatado por la nave, Matt tiene que conseguir llegar a otra nave que está ubicada a 3.600 km del campamento –y que misteriosamente tiene combustible para el despegue–. Esta distancia la tiene que recorrer en un vehículo que cada 35 km necesita cargar las baterías 13 horas. Al principio de la película Matt hace cálculos y dice que tardaría unos nueve meses en llegar allí, sin embargo, finalmente sólo tarda cuatro. Bien… –¿agua?, ¿comida?–. Para estar calentito esos cuatro meses, porque en Marte hace fresquete, Matt mete una bomba de plutonio que hace de calefacción –la bomba estaba por allí enterrada, para casos de emergencia–. Mientras tanto la NASA se da cuenta de que necesitan aligerar la carga de esa nave hacia la que se dirige o no podrá escapar de la gravedad marciana. Así que Matt llega y desmonta la nave para quitar peso. Lo más desternillante es que tiene que quitar el morro y sustituirlo por un plástico para que le proteja del aire. Venga vale… Matt se zafa de las fuerzas gravitatorias y orbita alrededor del planeta a pecho descubierto, sin problemas –¿velocidad?, ¿presión?–. La nave que viene a rescatarle se acerca a él y como hay demasiada distancia, fabrican una bomba en unos minutos y la hacen explotar para impulsarse. Ese impulso no es suficiente y la comandante arriesga su vida yendo a por él en una especie de silla volante, pero tampoco lo alcanza. Finalmente, Matt acude al último recurso, hace un agujero en el guante del traje y se impulsa hacia la comandante gracias a la fuerza de escape del oxígeno. Y todos contentos.

Más allá de la inverosimilitud dominante y las patadas del guión, no hay ningún tipo de reflexión ni trascendencia filosófica. Los valores que transmite la película son los de siempre –dejad hueco para el vómito–: el héroe norteamericano, fuerte, inteligente, ingenioso, que sobrevive a toda costa; el coraje de los astronautas; la despreocupación por el gasto económico y humano con tal de salvar al ciudadano estadounidense; la tolerancia y unión de fuerzas de todas las culturas, hay negros, chinos, europeos, latinoamericanos –los apellidos en la nave son Johanssen, Vogel, Martínez….–; el retrato cool, informal, de una institución científica como la NASA… Es curioso, a la par que falso, cómo el momento en el que salvan al astronauta se transmite en directo para todo el mundo y cómo en Pekín o Londres aparecen plazas llenas de gente saltando y aplaudiendo la hazaña, como si todo el mundo estuviera pendiente de la vida del astronauta estadounidense, como si Estados Unidos fuera el centro del universo y lo que sucediera en otras partes del mundo fuera irrelevante. Ese “USAcentrismo” viene sucediendo en el cine desde hace décadas. Que esta película tenga tres o cuatro pases diarios y otras películas de mayor calado, incluso estrenadas posteriormente, sólo cuenten con uno, es algo muy cuestionable. Entiendo que hay factores económicos, pero un poco más de respeto por el cine de verdad no vendría mal.